Mayo 2020
Un libro clásico de la Primera Guerra Mundial, en el que el autor, Ernst Jünger, describe en primera persona la situación en las trincheras alemanas durante la contienda. Con solamente 19 años, Jünger se embarcó como voluntario en la gran guerra, y a través de sus diarios compuso esta contundente autobiografía, un libro crudo, realista y sin apenas sentimientos.
La trinchera es el escenario por antonomasia, un lugar en el que abundan las granadas, las pistolas y las muertes, en el que se come comida de rancho (sopa, pan con mermelada y café) y se ataca por la noche. El relato es siempre el mismo, por lo que resulta un poco monótono. No hay grandes reflexiones filosóficas ni detalles de la Primera Guerra Mundial; solo hay trincheras, amigos y enemigos (principalmente ingleses).
La frialdad con la que explica algunos acontecimientos y la jovialidad que desprende es estremecedora. Para un joven ocioso como Jünger, la guerra tiene un componente aventurero y divertido, a la vez que trágico y en ocasiones aburrido y solitario. Jünger vio morir a compañeros y fue herido 14 veces. A lo largo del libro, son constantes los momentos de motivación y jolgorio de los soldados; está claro que Jünger quiere hacernos llegar este mensaje. Es por ello que Tempestades de Acero inspiró a los nazis debido a sus elogios a la grandeza de la guerra y a la exaltación nacionalista.
Una curiosidad es el hecho de que este libro ha sido revisado seis veces, y el autor ha ido incorporando aspectos de acuerdo a su evolución vital. Esta es la versión definitiva.
Más allá de este excelente libro, me resulta mucho más interesante la biografía de Ernst Jünger, que después de la guerra se convirtió en un autor prolífico. Coqueteó con el nacionalsocialismo, luego se interesó por el LSD y la filosofía oriental, se dedicó a la entomología… lo que nos deja con 80 años de producción literaria. Un hombre del siglo XX del que espero seguir leyendo.
Tempestades de acero me ha hecho recordar a mi época Call of Duty. Creo que es otra buena lectura para nuestro fin de siècle, no apta para aprensivos.
Un año más tarde de acabar la contienda se creó en Reino Unido la primera cátedra (Woodrow Wilson) de Relaciones Internacionales, con la intención de saber el porqué de las guerras, al igual que tímidamente hace Jünger y sus camaradas en las trincheras en 1917 (¿Por qué los humanos guerreamos? – se preguntan a golpe de vino). Cien años después esta pregunta sigue muy viva. Las guerras hoy en día son muy diferentes, pero su naturaleza sigue siendo incierta.