Diciembre 2017
Conforme iba avanzando el tiempo las horas de luz iban descendiendo. Los edimburghers maduros, que llevaban tiempo viviendo en la ciudad, alertaban sobre el principal problema climático: la falta de luz, que convertía a la ciudad en algo oscuro y sombrío.
Desde mitades de diciembre hasta mitades de febrero aproximadamente, momento más oscuro del año, amanecía entre las nueve y las diez de la mañana y anochecía entre las tres y las cuatro de la tarde. En un día normal de invierno podías entrar y salir de trabajar de noche. No te enterabas y la oscuridad te había comido.
Añadiendo, además, de que horas de luz no implican horas de sol, por lo que un día nublado puede significar oscuridad todo el día. El invierno, en este sentido, se convertía en algo duro y extraño, en el que la falta de vitamina de D te tranquilizaba y te aflojaba el ritmo vital. En cierta manera, también te deprimía, pero te hacía pacificarte y asentarte, dándote la posibilidad de ver la realidad en otra perspectiva.
Las posibilidades en el invierno eran muy limitadas. La actividad de ocio era ir al PUB a emborracharse. Una vez, recuerdo una conversación con unos compañeros de trabajo de escoceses que decían, literalmente, que el invierno allí es una mierda. Una compi comentaba que las actividades durante esas épocas eran muy limitadas.
La vida en invierno dependía de tu psicología. Es importante estar fuerte mentalmente para sobrepasar un vendaval de poca luz que tiene fuertes implicaciones en tu estado de ánimo. Durante esos momentos estaba comenzando a despegar en Edimburgo, por lo que las dificultades sufridas no supusieron un gran freno a mis objetivos.
El invierno es, al fin y al cabo, una época de sobrecogimiento e instrospección, de pensar en uno mismo.