Las nuevas guerras

Enero 2015

Las nuevas guerras son completamente diferentes a las anteriores.

Según Crawford (2003), han existido cuatro tipos de guerra; la Clásica (1400-1647); la Premoderna (1648-1899); la Moderna(1900-1990); y la Postmoderna o nueva guerra (1990-actualidad).

Dichas tipologías incluyen unos objetivos, unos combatientes distintos, unas conductas de batallas específicas y una movilización humana y popular. Me centraré en el análisis de la guerra Postmoderna, mostrando sus características principales, su contexto histórico y las diferencias con las anteriores guerras.

La guerra Postmoderna es consecuencia del fin de la Guerra Fría y el vacío de poder que quedó detrás de ella. Nace en un contexto globalizado, en el cual los Estados son cada vez más débiles y menos determinantes.

Las guerras se privatizan y no corresponden únicamente a disputas entre estados. La propia globalización produce una revolución tecnológica en los asuntos militares y aparece la guerra en el ciberespacio (Internet). Las nuevas guerras se adaptan y adecuan al nuevo mundo globalizado.

Es importante remarcar una definición del acontecimiento principal y vertebrador de las guerras: el conflicto armado.

Es aquel conflicto en el cual dos partes, normalmente un Estado y un grupo, en un territorio concreto, ejercen la lucha armada y mueren más de 1000 personas al año.

¿Pero qué diferencia a las nuevas guerras de las guerras anteriores? La guerra era concebida como parte de la construcción del estado nación, mientras que hoy la guerra significa la desintegración o el colapso de los Estados.

La economía crecía con la producción armamentística como en el New Deal estadounidense y se encontraba centralizada, basada en un objetivo específico. En la actualidad, las nuevas guerras son sinónimos de parálisis en la economía y descentralización.

El número de actores ha variado considerablemente.

En las guerras Postmodernas el número de diferentes actores con influencia y implicación es elevado es muy elevado. Están involucrados estados, paramilitares, terroristas, criminales y hasta los propios ciudadanos.

 Las distinciones entre soldados y ciudadanos y público y privado son cada vez más difusas.

Las nuevas guerras no están sujetas a regulación y a unas normas específicas y la población tiende a ser desplazada y refugiada. Las guerras sufren una degeneración.

La relación de las guerras postmodernas y la globalización se demuestra también en la soberanía de los estados. La soberanía se ve afectada por la difusión de las fronteras y la interdepedencia.

El monopolio de la fuerza legítima se traslada a más actores. El Estado ya no es el único soberano.

Las nuevas guerras son hoy más mortíferas y sangrientas, afectan a un conjunto mayor de población y suponen la desintegración de los Estados.

El láser tag y nuestra cultura de guerra

Enero 2017

A raíz del cumpleaños de mi prima, hace unos días fui a un Láser Tag.

El juego, desarrollado en un laberinto oscuro no muy grande, consiste en eliminar a tus enemigos y a sus bases mediante un fusil con un puntero láser, en un periodo de 20 minutos.

Echamos un par de partidas y realmente me lo pasé genial. Pasas un rato con tensión y emoción, corres, te asustas, te matan, matas… y pasas un calor apabullante. Aunque parezca algo lightes bastante cansado físicamente ya que estás en constante movimiento.

Y a nivel mental lo es también, ya que el ambiente trepidante y desconcertante te dejan constantemente en shock. Es una actividad muy recomendable tanto para adultos como para niños.

Tenemos claro que se trata de un juego, puro entretenimiento y diversión. Pero intentemos ir más allá y veamos lo normalizada que está la guerra en la vida cotidiana. Cuando somos niños, incluso bebés, la guerra aparece como institución más en nuestra sociedad.

Desde una óptica realista la historia de la humanidad es una sucesión de guerras, conquistas e imperios.

La guerra es y ha sido uno de los motores de cambio de la historia. Sin embargo, parece que desde el Siglo XX, después de dos fatídicas guerras mundiales, la humanidad ha emprendido un viaje hacia la paz.

Es decir, la lógica de las arenas internacionales ya no es necesariamente la guerra. Pese a que el cambio sea lento y a veces poco palpable, esta conciencia pacifista va amaneciendo.

No obstante, hay muchos eventos internacionales que te niegan esta realidad. Los conflictos después de la IIGM estuvieron marcados por las guerras de proxis.

El mundo se dividía en dos bloques hegemónicos (mediante un sistema bipolar) y los conflictos aparecían en otras áreas geográficas llamadas Tercer Mundo. Estas zonas eran el lugar de disputa entre las dos superpotencias.

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Con un tanque en París

Luego de la Guerra Fría (basada en la lógica de la disuasión: las bombas nucleares son demasiado peligrosas), el mundo empezó una etapa, en primer lugar, unimultipolar con el liderazgo económico y militar de Estados Unidos, y en segundo lugar, con un multipolarismo incipiente debido a la proyección económica de las llamadas potencias emergentes.

En este periodo, Naciones Unidas creyó convertirse en una especie de gobierno mundial, pero el estallido de las Nuevas Guerras y sus intervenciones fracasadas mermaron su “borrachera legislativa” y su emprendimiento en lograr un mundo más seguro y pacífico. Los idealistas años noventa acabaron, dando paso a la vuelta de la geopolítica y del realismo en la década del 2000, debido a la guerra contra el terrorismo de Estados Unidos contra esos enemigos “imaginarios” llamados terroristas.

Quince años después de eso la visión es poca esperanzadora. El auge de la extrema derecha en Europa aumenta, los populismos neoliberales avanzan en latinoamérica, Donald Trump llega a la presidencia de Estados Unidos, el terrorismo y la guerra de Siria ponen en alerta a la comunidad internacional, el cambio climático amenaza con destruir el modelo de desarrollo fósil, los gigantes informáticos controlan nuestro pensamiento… y muchos problemas más.

Y la guerra sigue allí como institución. Cada vez más sangrienta.

No parece que vaya a parar, por lo menos en mucho tiempo. La gente sabe que hay guerras, que están allí, que son complejas, que cuesta acabar con ellas y que tienen consecuencias desastrosas. 

Aparecen constantemente en nuestra vida cotidiana: telediarios, videojuegos, redes sociales y un largo etcétera.  

Tenemos miles de ejemplos de cómo hemos llegado a normalizar la guerra y la violencia militar.

Desde el Estado Islámico, con su dominio de las redes sociales y de Internet, que publica y promociona vídeos con atrocidades para que lleguen al mundo entero y causen alerta y odio, pasando por los videojuegos como Call of Duty y compañía, que hacen que la guerra sea fiesta y diversión, hasta cosas como el Láser Tag y el Paintball, que no dejan de ser recreaciones de situaciones de guerra.

Las guerras están ahí, todos los sabemos. ¿Pero la televisión, los videojuegos y el láser tag son puro entretenimiento? Reflejan el mundo en el que vivimos y nuestra realidad.

Las tecnologías de la violencia, de acuerdo a una exposición que asistí, “abordan las relaciones críticas del arte con la producción contemporánea de violencia y la tecnologías digitales, así como las técnicas utilizadas por el poder para ejercer su imposición a través de la violencia”.

La violencia se “configura como un imaginario colectivo, la iconografía y la simbología de la industria mediática y del espectáculo, así como de las diversas formas en las imágenes son producidas, consumidas o utilizadas por la industria bélica”.

Se llega, pues, al concepto de necropolítica o necrocapitalismo, como “sistema de producción global de muerte”. La guerra global de USA contra el terrorismo se puede plantear de acuerdo a estos términos: una imposición de la industria mediática y militar para legitimar el imperialismo norteamericano.

¿Qué cultura del entretenimiento queremos?