Después de la universidad

Febrero 2018

Hoy en día echo de menos ese ambiente universitario que tanto veo por Edimburgo. Son al fin y al cabo jóvenes felices que viven en una burbuja que acaba explotando cuando toca enfrentarse a cuestiones mayores, a eso que le llaman “la vida”.

De alguna manera ese sentimiento respecto a los universitarios es una mezcla entre rabia y envidia (aunque siempre hay excepciones, como gente que tiene que pagarse los estudios o que directamente no puede acceder por temas económicos).

Lo importante es conservar el espíritu de este niño.

Quizás por lo que fui y que ahora no soy, ya que me encuentro sirviendo pintas, estudiando inglés y entrenando, en una situación completamente distinta.

La vida son idas y venidas, y habrá momentos en los que te encontrarás mejor y peor. Aventurear y buscarse la vida por ahí es siempre un riesgo, ya que cuando empiezas nunca sabes cuándo vas a terminar. Además supone un enorme esfuerzo.

Pero ante todo voy poniéndome metas, unas a corto plazo y otras a largo. Intrepreto, al fin y al cabo, que cada etapa y cada meta de la vida tiene un propósito. No hablo del destino. Pero sí que creo que se debe dar un cierto misticismo a “la vida” y seguir palante sea como sea, en la situación que sea y dónde sea.

El límite entre la utopía y la realidad muchas veces es más pequeño de lo que creemos. El debate entre asentarse y alocarse, entre planear el futuro o disfrutar el presente. O del de si los milenials somos unos cobardes o unos liberales.

Y de cuanto nos pesa el miedo para tomar decisiones.

Ahora mismo estoy feliz y contento, o por lo menos cada vez más. Y el directo, me guste o no, determina demasiado.

Quién sabe dónde acabaremos.