Desde mitades del 2017 los georgianos pueden viajar por la zona Schengen sin necesidad de visado.
Se trata de un cambio legal con notables repercusiones para Georgia, un país con el ojo puesto en Europa.
Detrás de todos estos cambios aparecen las consecuencias directas. Me encontraba en febrero tomando un vuelo de Georgian Airways que iba directo de Barcelona a Tbilisi (capital de Georgia). Éste fue inaugurado hace aproximadamente dos años -después del cambio sobre Schengen- y se convertía en el primer vuelo directo entre España y Georgia.
Más adelante, en 2018 se creaba el vuelo directo entre Barcelona y Kutaisi (la segunda ciudad más poblada del país), avión que tomé tres mes más tarde, en mayo.
Los vuelos son grandes indicadores de las relaciones entre países. Se tratan de un indicador geopolítico.
Una nueva línea aérea es un acuerdo empresarial para fomentar el comercio y el turismo, y en muchos casos, la migración. En los últimos años han llegado muchos georgianos a Barcelona y a España, por ejemplo.
Esos dos vuelos que tomé fueron probablemente mi primer contacto directo con la cultura georgiana. Hasta ese momento conocía los aspectos básicos: su capital es Tbilisi, están en el Cáucaso, tienen problemas con Rusia y es el país dónde nació Iosif Stalin.
Georgia es un gran desconocido para el mundo y mucha gente suele confundirlo con el estado norteamericano.
En ese primer y pequeño avión nocturno que tomé dirección Tbilisi aproveché para leer. En esas épocas ya había comenzado a informarme de asuntos caucásicos.
Mi intención era conocer su geografía (sus fronteras, sus montañas, sus salidas al mar, etc.) y su historia (su periodo otomano, su periodo independiente, su momento soviético, etc.) para poder observar la actualidad georgiana con más nitidez.
Iglesia ortodoxa en Rustavi, Georgia.
Kaplan me enseñaba en sus escritos que en los noventa la frontera la cruzabas pagando en negro. También me nutrí de otros autores y viajeros que hablaban de sus anécdotas por esos países, con lo que poco me ayudó a configurar la imagen del Cáucaso, que en primera instancia tiene un significado principal: montañas.
Habiendo estudiado los Balcanes durante dos años, me disponía a descubrir a una zona relativamente “parecida”. Ambas regiones compartían ese crisol cultural y lingüístico acompañado de una gran riqueza material e histórica.
Del mismo modo, también tenían en común ese pasado sangriento y esa dificultad para imaginar un futuro más pacífico.
En los Balcanes el conflicto se basó en la descomposición de Yugoslavia, con en el asunto Bosnio y la relación entre eslavos y albaneses como mayores complicaciones, mientras que en el Cáucaso se basa en la descomposición de la Unión Soviética, y sus problemas derivan de las disputas entre Georgia y Rusia así como entre los armenios y los pueblos túrquicos (Azerbaiyán y Turquía).
La situación actual, en comparación a los años noventa, o incluso en la década de los 2000 con el conflicto de Osetia del Sur, se encuentra relativamente estable.
Rusia sigue ocupando a Abjasia y a Osetia del Sur, ambas provincias de Georgia. Georgia parece estar progresando más pese a sus dificultades.
Por otro lado, la disputa de Nagorno Karabaj, poblado por armenios pero en territorio Azerbaiyano, que sigue siendo un enclave sumamente peligroso.
Albania fue una especie de leyenda a lo largo del viaje. Las historias que habíamos oído hablar del país giraban en torno a la mafia y a los coches de lujo.
En nuestro imaginario colectivo el término “albano-kosovar” está totalmente corrompido, el cual hace referencia a gente delincuente que roba chalets en la Costa Brava. Sin embaro, la experiencia de diez días con la sociedad albanesa fue la mejor ayudante para conocer que ocurre y evitar caer en tópicos racistas y clasistas.
La visita al país supuso un punto de inflexión. Estábamos diciendo adiós –de manera temporal, ya que a posteriori íbamos a ir a Kosovo y a Macedonia- a la antigua Yugoslavia. Nos adentrábamos en un sistema y una sociedad totalmente distintos.
Pese a las diferencias existentes entre eslovenos, croatas, bosnios, serbios, montenegrinos y macedonios, todos ellos comparten un origen étnico común: el eslavo o sur eslavo. Por contraste, Albania y Kosovo son étnicamente albaneses, constituyendo un pueblo muy alejado de Yugoslavia.
El idioma también cambia de manera radical. Mientras que el serbo-croata tiene un origen eslavo y se habla –con variantes- por Eslovenia, Croacia, Bosnia, Serbia, Montenegro y Macedonia, el idioma albanés es completamente diferente. Forma parte de uno de esos idiomas con orígenes desconocidos como el vasco, el húngaro y el finlandés, entre otros.
Por último, la religión también ejerce un papel fundamental. En Albania, al igual que en Bosnia, conviven las tres religiones principales de la zona: la cristiana católica, la cristiana ortodoxa y el islam. La mayoritaria, con más del 50% de población, es el islam, concentrada sobre todo en el centro y este del país. El sur, cercano a la frontera griega, es más cristiano ortodoxo. El norte oriental se muestra más católico. Pese a todo esto, Albania es un país poco religioso en comparación a los demás balcánicos, debido a la influencia comunista de Enver Hoxha.
Nos encontramos, pues, tres grandes diferencias respecto a Yugoslavia: etnia, religión y lengua.Estamos hablando de pueblos completamente distintos, separados por tan solo unos kilómetros.
El caso de Kosovo, sin embargo, se trata de un caso especial. Aunque formase parte de la antigua Yugoslavia era un territorio menos desarrollado y olvidado, habitado principalmente por albaneses y una minoría serbia en el norte del país.
En general las experiencias en el país fueron muy positivas, en la que la hospitalidad y curiosidad del albanés te inundaba y te convertía en un apasionado de la observación y la búsqueda de lo atípico.
Abandonamos Montenegro con mucha tranquilidad. Nuestro colega francés estaba alarmado por si su coche no era capaz de llegar a Albania debido a sus problemas con las marchas. Pero soportó nuestro peso. Nos fuimos alejando paulatinamente de la zona montañosa montenegrina, pasando con el coche por Podgorica, la capital de Montenegro. Se trata de una ciudad muy poco popular en el turismo balcánico. Prácticamente todos los viajeros me habían dicho que no valía la pena, que era una especie de Albacete (con todo el respeto a los albaceteños): una ciudad con poca cosa que hacer y sin placeres estéticos.
Siguiendo por la carretera principal llegamos al lago Shkodër (Skadarsko Jezero en serbo-croata) que hace frontera con Albania. En el norte de Montenegro, debido a la montaña, hay escasez de carreteras, por lo que para ir Albania es recomendable ir desde el sur. Para los apasionados de los mapas, echar un vistazo a las conexiones es sumamente importante a la hora de viajar por la región ya que las zonas montañosas ejercen de barreras naturales y dificultan las conexiones entre países.
Estuvimos bordeando ligeramente el lago hasta que llegamos a la zona fronteriza, con un tráfico abrumador que nos supuso prácticamente dos horas de espera. Los primeros atisbos de Albania comenzaron a aparecer. El ambiente era diferente. En primer lugar, había una gran cantidad de italianos, los cuales bajaban desde su país para disfrutar de las vacaciones en el sur de Albania con económicos precios. En segundo lugar destacaban los coches, en los que había Mercedes, Land Rover, BMW’s, Audis y un largo etcétera de coches de lujo.
La cola avanzaba lentamente, mientras el calor atacaba. Íbamos moviendo el coche por la fuerza bruta porque le costaba mucho arrancar. Era una situación bastante divertida. En el transcurso de la espera se produjo alguna pelea y varios gritos, por gente que intentaba colarse o hacer triquiñuelas.
Justo antes de entrar al control fronterizo, vimos a lo lejos un Land Rover de lujo con niños siendo registrado, del cual salió el típico hombre de negocios. El coche fue registrado al completo. El puesto fronterizo no daba una gran sensación de seguridad. Había cierta dejadez. Cruzar fronteras se convertía en algo cada vez más divertido y anecdótico.
Suena el despertador. Mochila equipada, nos espera un día incierto. Llevamos algo de provisiones para aguantar unas horas. Ese algo es una botella de litro y medio de agua, unas almendras y unas galletas. Nos metimos un buen desayuno en el hostal y partimos hacia Belgrado. Tomamos el precioso tranvía –con vistas al Danubio- que nos dejaba en una estación al oeste de Budapest, y desde allí teníamos que coger un bus que nos acercaba a un punto sugerido por el portal hitchwiki.org, la Wikipedia de los autostopistas.
El punto era el siguiente: Gyáli út, situado a las afueras de la ciudad. Llegamos alrededor de las 9:45, hora en la cual el sol comenzaba a molestar bastante.
Al llegar nos dimos cuenta que ya habían dos grupos de mujeres esperando para hacer autostop que, no por casualidad, habían llegado antes que nosotros. Los horarios de los latinos son más lentos y el sentido de la puntualidad no existe, más aun cuando vas con un viajero lento.
Hay cierta solidaridad y ayuda entre mochileros, pero cuando se trata de autostop, se ha de tener en cuenta que no puedes ni debes quitarle los coches a los mochileros que llevan esperando más tiempo que tú. Así que nos pusimos en un lugar intermedio, bajo un sol que te quemaba el cerebro. El brazo se ponía moreno mientras sostenía un cartel que ponía Beograd (Belgrado en serbio) y otro que ponía Serbia. .
Recogieron a las chicas al rato, pero nosotros seguíamos allí, comiéndonos los mocos. En nuestro caso, dos hombres lo teníamos a priori más complicado. Íbamos de negro, con algo de barba y éramos más morenos que muchos viajeros europeos. La imagen y los estereotipos son claves a la hora de hacer autostop. Hay algunos consejos para mejorar, pero mi truco siempre era sonreír.
Tras esperar una hora y media bajo ese sol, en el que tuvimos que cambiar de cartel a Szeged (ciudad del sur de Hungría) para aligerar, nos recogió una mujer mayor que se dirigía allí. Por lo general, resulta más fácil hacer autostop a nivel nacional, ya que pasar por las fronteras suele costar: la gente quiere evitarse problemas llevándote en el coche y, en general, se hacen muchos menos trayectos de país a país que dentro del mismo.
Subimos al Opel Astra, en el que hacía un calor épico y nos adentramos en la autopista con las ventanas abiertas, para que el viento nos hiciese un efecto más agradable. Estuve hablando la hora y media -con un inglés simple y básico- con la mujer hasta que nos dejó en el centro de Szeged. Y me contó la historia de su vida que era realmente impresionante.
Se trataba de una médica húngara, izquierdosa y en contra de las políticas de Viktor Orban, el primer ministro de Hungría desde 2010. Según ella, Hungría había tenido un retroceso democrático con este hombre y que en la época socialista se vivía mejor. Lo impactante de su historia era que había pasado en sus últimos 20 años.
Estuvo siete en prisión, cinco de arresto domiciliar y actualmente no puede salir del país ni trabajar en ciertos sitios. De hecho, iba a Szeged a cuidar a su madre de 96 años. El delito que cometió fue trabajar clandestinamente de comadrona, en la que en uno de los partos, una criatura pereció y fue denunciada por la madre. Una historia dramática y una vida perdida. Y una mujer condenada por sus errores del pasado. Mientras escuchaba todo esto alucinaba.
Nos dejó en el centro de Szeged, la tercera ciudad más grande de Hungría, con 161.000 habitantes. El calor abrumador nos perseguía y nos refugiamos en supermercado para hidratarnos y comprarnos algo de comer, con el poco dinero que nos sobraba de Budapest. Pusimos el pareo en un parque donde había sombra y comimos un humilde bocata de jamón y queso acompañado de una Xixo Cola (nos hizo gracia el nombre y la pillamos, casualmente mi compañero de viaje llevaba la camiseta de Los Chichos).
Nos quedaban unos 5-6 euros aproximadamente, y aun teníamos que llegar a Serbia. Tomamos un café en un bar, descansamos con aire acondicionado y pillamos Wi-Fi para saber qué hacer. Además, estuvimos hablando con los dos camareros, que eran de origen serbio. Aprovechamos para explicarle nuestro viaje. Sucedió algo curioso, a la par que esperable, y era sobre Albania.
Pues verás, en nuestro viaje queremos ir a Serbia, Bosnia, Montenegro, Albania, etc?
¿Albania? ¿Lleváis pistolas? (Dice riendo)
Más allá de los tópicos albaneses que oyes desde fuera, la crítica serbia suele ser bastante furibunda e incluso en muchos casos racista. A Albania se le concibe como un país mafioso, peligroso y no apto para serbios. Existen malas relaciones entre ambos países, sobre todo por el polémico tema de Kosovo, que durante el diario se irá explicando con detenimiento.
Después del café y los “consejos” para Albania, caminamos hasta tomar un bus que nos llevaría al pueblo más cercano a la frontera. Tras 30 minutos en el bus, repleto de gente con maletas, llegamos a Röszke. A partir de allí, teníamos que cruzar la frontera caminando con las mochilas.
Fue un momento bastante épico. Nunca había cruzado una frontera caminando. Eso en Europa era cosa de refugiados, no de clasemedianos occidentales. El policía de las aduanas, tras mirarme la cara de mi pasaporte (parezco salido del Cártel de Sinaloa, ya que fue tomada un día de resaca y espero que no me traiga problemas en un futuro), me comentó lo siguiente:
¿A dónde vas, Martín?
Belgrado
Okey, ningún problema. Disfrutad. (Me puso el sello en el pasaporte y avanzamos)
La frontera entre Hungría y Serbia se militarizó en 2014 cuando Viktor Orban construyó un muro entre los países para evitar la llegada masiva de refugiados. Un muro de alambre de púas de 4 metros que recorre los más de 500 kilómetros de la frontera húngara con Serbia y Croacia. La europa soñada, democrática y libre, dista mucho del viraje húngaro, que con su amigo polaco están poniendo en jaque muchos de los principios europeos.
Llegamos a la capital de Croacia, Zagreb, el centro politico, económico y cultural del país, que alberga un total de un millón de habitantes. La ciudad es relativamente desconocida comparación a otras centroeuropeas como Viena, Budapest o Praga.
Zagreb realmente me sorprendió. Mucho encanto y mucha vida social, acompañado de una arquitectura preciosa que combinaba lo imperial con lo balcánico.
Realizamos un free tour muy interesante por el centro, la opción más recomendable para conocer de un primer vistazo a la ciudad y recibir datos y anécdotas de la misma. Pese a su esplendor creciente sufrió una guerra hace 20 años.
Arte urbano en Zagreb
En el momento en el que llegamos a la plaza donde se ubicaba el Parlamento croata, Luka, el guía, nos hizo una pequeña reseña de la historia política reciente del país, pero sin mojarse y evitando el debate. Sin duda alguna, la guerra de los Balcanes está presente aun, causando estragos y recuerdos a las diferentes comunidades que componen a la región. En Croacia se enfrentaron serbios y croatas tras la proclamación de la independencia de Croacia en el 1991, y la guerra duró cinco años, suponiendo masacres en ambos lados y el exilio de miles de serbios (residentes en Eslavonia, la zona del este de Croacia).
Los días en Zagreb transcurrieron con calma, así que aproveché para leer y visitar tranquilamente la ciudad. Mis padres se habían ido por la mañana y me esperaban un par de días en solitario hasta fuese a Budapest. Tuve una serie de infortunios menores en aquel día, desde la pérdida de mi cepillo de dientes y de mi cantimplora, así como el ataque masivo de mosquitos que sufrí haciendo la siesta en la jardín botánico y la (creo que se lo llevó mi madre).
Después de esto fui al museo de las Relaciones Rotas, un museo único en el mundo. Me quedé un par de horas leyendo las profundas historias rotas que explicaba el simple museo, que consistía en una serie de escritos y objetos que hablaban de rupturas amorosas, familiares, de amistades y un largo etcétera. El museo funcionaba en base a donaciones reales, así que si alguien tenía una relación rota a explicar, podía donar su historia a este particular museo, que por unos cuatros euros nos podía hacer recordar alguna relaciona así que todos tenemos.
Seguí dando vueltas por el centro y me dí cuenta del apogeo del música reggaeton, presente en todos lugares y con ganas de desterrar al pop en inglés. La hegemonía anglosajona de la música va de capa y caída y ya hay expertos que comienza a decir que Despacito de Luis Fonse está marcando un hito en la historia de la música. Y es que resulta muy difícil escapar de esta pegadiza música que está llegando a todos los rincones del planeta, incluido a Croacia.
Lo latino ha llegado al mercado occidental, véase por ejemplo la versión de Justin Bieber de despacito. El reggaeton está comenzando a ser aceptado por las sociedades occidentales, que ya no lo ven únicamente como una cosa de pobres negros que hacen apología del machismo.
Al día siguiente partí hacia Budapest a las 17.00 de la tarde. El bus partió con cierto retraso, y además, en la frontera estuvimos una hora por la revisión de pasaportes. Las fronteras dan para muchas historias, de todos los colores. En la zona Schengen no existen. Sin embargo, en el resto del mundo no es así, e incluso la libre circulación se está poniendo al debate en la actualidad debido a las alertas de terrorismo.
El bus repleto de mochileros cruzó la frontera y tres horas más tarde llegamos a Budapest. Fue un pequeño infierno, siete horas de bus solo, aburrido, y sin poder dormir por la incomodidad. Y aunque no sé cómo, desperté en la estación de Budapest desubicado.
Me encontraba paseando por Wall Street y no paraba de pensar en películas. Pequeñas ideas se iluminaban de repente, consecuencia de veinticuatro años consumiendo la industria cultural estadounidense. Me preguntaba a mí mismo si esto es cómo en las películas; y sí, lo es. Todos los tópicos y todas las imágenes que puedas imaginar, de las que prácticamente todos los ciudadanos de occidente -y de gran parte del mundo- han bebido en los últimos 70 años, son de verdad. Es una realidad dolorosa; el pensar que un país ha dictaminado tanto y ha creado un estilo de vida que aún sigue siendo el hegemónico.
La cultura es una base de su poderosa política exterior. En efecto, Estados Unidos sigue siendo una superpotencia en todos los aspectos. Aunque China está creciendo espectacularmente, aún le quedan muchos años para llegar al nivel de los norteamericanos. Y ellos lo saben muy bien. El terrorismo y otras temáticas siguen existiendo en su agenda, pero su futuro rival –y cooperante a la vez-, China, será su principal desafío. Ya estamos en la Nueva Guerra Fría.
Imagínate que eres una persona poderosa y aparece otra que cada vez tiene más poder. El comportamiento natural quizás sería intentar mantenerte en el poder y evitar que esa segunda te destrone. Este ascenso chino lleva a los estadounidenses a delirar. Leyendo la ForeignAffaris o TheAtlantic uno se dará cuenta. Tienen miedo de los chinos, pero tienen medios para jugar sus cartas en el tablero.
Días emocionantes me acompañaban. Afronté el día del vuelo cómo suelo hacerlo: con nervios e insomnio. Realmente no tengo otra manera de hacerlo; el cuerpo y la mente inconscientemente actúan así. Sumándole, además, una ligera resaca que producía un dolor soportable en la sien.
Mi segundo vuelo transatlántico tendría que haberlo afrontado de otra manera, teniendo en cuenta como lo pase en los anteriores. Ocho horas sentado, pero con tu familia alrededor. Mis cascos y móvil no funcionaban bien, así que tuve que apañármelas con agradables conversaciones y con “Identidades asesinas” de Amin Maalaouf. Era sin duda un buen momento para pensar acerca de la identidad, uno de los temas de la actualidad.
El escritor líbano-francés escribió este corto ensayo de apenas 200 páginas en 1999, después de las catástrofes acaecidas desde la caída de la URSS, en la que estallaron conflictos sangrientos motivados, entre otras cosas, por la etnicidad, un componente ubicable en aquello que llamamos “identidad”. En esos momentos, el mundo creía que podía pensar de manera única. Es decir, existía un consenso para abordar los asuntos internacionales.
Pero ese consenso, marcado por ese idealismo propuesto por Estados Unidos, estalló en 2001 con el ataque terrorista a las Torres Gemelas en Nueva York. La ciudad alberga un imponente memorial en el lugar de los atentados. Unas enormes fuentes cuadradas, con los nombres de los muertos esculpidos en sus bordes. Justo al lado está el museo del 11 de Septiembre, en el que por 20 dólares puedes acceder a ver una visita histórica de lo sucedido. Seguramente, la identidad del mundo cambió en ese momento, cuando oficialmente se comenzó la guerra contra el terrorismo internacional.
La identidad es también especialmente importante en un país como Estados Unidos, fundado por inmigrantes alemanes, ingleses, irlandeses y de diferentes países. La historia de este país es posiblemente una de las más increíbles. Recientes pero muy intensas. De aquellos momentos con Madison y Jefferson, de la Revolución americana, del esclavismo, de la guerra del norte contra el sur, de las voces que alertaban en Europa de una tierra nueva llena de oportunidades, de la guerra con México y los indígenas
La identidad americana hoy en día es consecuencia de todo eso. De mantener el american way of life, es decir, su sistema: la sociedad de consumo. Bajo los pilares de la libertad económica y la protección de su país han creado el mundo a su parecer. Imperialismos y conquistas que aún siguen vigentes, bases militares y productos alrededor del globo.
Lo internacional caracteriza a lo estadounidense. Esa multiculturalidad –relativa- y diversidad –relativa también- que habita en Estados Unidos; ese gran nacionalismo que considera a su país y su legado lo mejor, lo más legítimo y lícito. Los encargados de provocar la guerra y a la vez mantener la paz.
Estando en Washington me compré por primera vez la revista Foreign Affairs, la publicación más influyente del mundo en política exterior y visión norteamericana del mundo. En dicho número me llamó la atención especialmente un artículo de Amy Chua llamado “Tribal World”, en el que hablaba de la importancia de los grupos/tribus en las identidades modernas, y que además se estaban acentuando con la globalización.
Ponía el ejemplo de un experimento científico basado en que a varios niños les asignaban aleatoriamente camisetas de color azul y rojo. Seguidamente, los investigadores mostraban imágenes de otros niños –con camisetas azules o rojas- y les pedían que escogiesen las que más le gustaba, en la que todos los niños apostaban por la de su propio color. Una respuesta lógica en primera instancia. Este pequeño experimento quería mostrar la importancia del grupo como identificación social, ya desde una edad temprana y no solamente en la edad adolescente.
El nuevo debate que recorre los círculos estadounidenses, del que se culpa al populismo, va en relación justamente a esto, en cómo interactúan hoy en día los clivajes clásicos (izquierda-derecha, campo-ciudad, etc.). Es decir, el debate cada vez más se centra en una cuestión identitaria, en el que la ideología, entendida principalmente desde el eje izquierda y derecha, queda en segundo plano.
En “Against Identity Politics”, resumen del nuevo libro que está preparando Fukuyama, se muestran todos estos argumentos, en el que se demanda por una mayor unificación política, a la vez que una lucha racional contra los populismos. Recientemente, Fukuyama afirmó que Marx podía volver.
En Estados Unidos, añadido a la sociedad del espectáculo, la polarización es evidente, con varios ejes –muchos de ellos ligados a la identidad- en disputa: demócratas versus republicanos, blancos versus multiculturales, hombres contra mujeres, campo versus ciudad…. La “Identity Politics” ya nos está afectando a todos. Pero que el color de tu camiseta no te determine tanto, por favor.
La frontera de Estados Unidos no la pasa cualquiera. Recientemente, Trump prohibió la entrada a gente proveniente de siete países: Corea del Norte, Siria, Libia, Irán, Yemen, Somalia y Venezuela.
Para una familia proveniente de España con pretensiones turísticas la entrada al país no fue complicada, a pesar de los mitos. Te hacen las típicas preguntas, pero no la clásica de “¿Vas a matar al presidente de Estados Unidos?” que le hicieron a mi padre hace 25 años. Los contactos con el acento americano también se notaron. Acostumbrado a lo escocés y a su educación, esa manera de expresar las cosas a lo americano me chocó.
Al pasar la frontera se notaba ya esa publicidad incipiente que te come, con carteles enormes y luminosos, expresados en cientos de idiomas. Un sistema muy penetrante que dejaba atónito. Al llegar al vestíbulo, fuimos a pedir un taxi para que nos dejase en el barrio de Harlem, donde habíamos alquilado un piso. El taxista pronuncia “Manharan” en vez de “Manhattan”.
Millones de personas concentradas en una gigante megalópolis. Bienvenidos a Nueva York, la ciudad que nunca duerme. Las referencias cinematográficas eran constantes y el trayecto a casa fue lo más puro Blade Runner. Siempre me han gustado, o por lo menos sorprendido, esas ciudades que desprenden una esencia apocalíptica y que te dicen abiertamente “todo vale”. Mientras tengas dinero, todo está dicho.
El taxista nos dejó en Harlem, donde se notaba un ambiente muy latino. Llovía a raudales y los propietarios del piso no llegaban, hasta que finalmente nos atendió otro hombre con acento ruso y nos subió al apartamento. Lo de que Nueva York nunca duerme es literal. Calor, mosquitos y música a toda pastilla de bolivianos, que a las seis de la mañana de JetLag se hacía bastante insoportable.