Dulce navidad en Atenas

Navidad amaneció con frío y lluvia, que se mantuvo hasta las cuatro de la tarde. Era un día gris. Aun así, existía una esperanza para celebrarla, independientemente de las religiones y de lo empapados que estábamos todos. Mientras que los voluntarios occidentales nos preocupábamos por no mojarnos, a los voluntariados refugiados no les importaba, actuaban sin importar las circunstancias y las consecuencias: su dureza en afrontar la vida era completamente diferente. Procedimos a ir casa por casa cantando canciones navideñas. Íbamos picando a cada lugar, felicitábamos la navidad y dábamos regalos. Los traductores, como siempre, jugaban un papel importante, ya que más allá de los jóvenes que participan en las actividades, los adultos no saben inglés. Así pues, nos dirigíamos en árabe, en persa (farsi, la versión iraní y darí, la versión afgana) y kurdo.

Dentro del grupo de voluntarios cada uno aportaba sus conocimientos. Por ejemplo, los refugiados ayudaban en cuestiones como la lengua y la autoridad moral. En cambio, los demás intentábamos ofrecer lo que sabíamos de nuestra experiencia, ayudando por ejemplo a organizar mejor, ser originales y poner cierto orden. La combinación entre ambos voluntarios era esencial y constituye una de las bases del proyecto

Los humildes regalos que dábamos a los niños eran motivo de gran ilusión. Pese al aspecto que presentaba el campo en ese día lluvioso, el grupo de gente que éramos, cantando para sacar sonrisas, era un rayo de luz. Y pese a las circunstancias, el día fue bastante exitoso. Aunque el tiempo lo cambie todo, a veces se puede luchar contrCa él. Cuando dejó de llover, los niños comenzaron a seguirte y ayudarte, mostrando una curiosidad única. Siempre pensé que esos niños tienen más visión de futuro que cualquier joven millennial occidental.

Al acabar de repartir de regalos estuve tomando un té con unos amigos guineanos, con los que estuvimos hablando de fútbol, laamb (la lucha senegalesa que está creciendo exponencialmente en África) y de música francesa, como Stromae y Maitre Gims. Me estuvieron enseñando música africana que ahora llevo en mi teléfono. La historia de los chicos africanos, que se encuentran ciertamente marginados en el campo, es también muy impactante. Tras intentos fallidos de cruzar los Balcanes para llegar al norte de Europa, fueron deportados hasta que llegaron a Grecia.

Al acabar el día nos dirigimos al metro, como hacíamos cada día. El camino se basaba en unas calles oscuras rodeadas de polígonos industriales. En esa noche había un grupo de gente haciendo fuego y poniendo música muy alta y cocinando; una escena bastante grotesca. Por la noche fuimos a una fiesta afgana, a la inauguración del tercer local de este país en Atenas. Estuvimos bailando sus músicas tradicionales, fumando shisha y tomando cerveza. En general, los afganos beben menos alcohol en España y les gustaba el Jack Daniels. Éramos una especie de invitados de lujo al lugar, unos extranjeros amigables recibiendo un trato increíble.

Un día mi amigo conoció a un iraní que vivió dos años en España y diez en Estados Unidos, y que había huido de Irán porque el gobierno era un “demonio”. Se dedicaba a la poesía. Mientras hacían una hoguera buscaba la inspiración que un lugar como Eleonas podía darle. Fuimos a visitarle. Llamamos a su puerta y salió un momento. Nos dijo que estaba haciendo la siesta y que nos pasásemos cualquier día a partir de las 7.30, momento en el que hacen una pequeña hoguera delante de su casa. Al cabo de dos días, nos acercamos a tomar el té con él y me dio más pinceladas de su historia, marcada por haber viajado por el mundo durante 25 años. Había vivido en España el año 1978, en plena transición, donde venía Vírgenes María de gran tamaño. Cuando emigró a España tenía 20 años.

Llevaba en el campo de refugiados bastante tiempo, y nos explicaba que no podía volver a IránSe dedicaba a escribir poemas en farsi. Debido a que su hija vivía en Irán, había tenido que borrar su cuenta de Facebook –donde publicaba sus escritos- por temor al gobierno. Tras una larga conservación acompañada del té, nos dijo que escribía contra el Islam, aunque nombrada a dios constantemente. Unos días más tarde pasamos a saludarle, y con la extrema hospitalidad que caracteriza a los iraníes, nos sentimos obligados a quedarnos a cenar una estupenda barbacoa de alitas de pollos. Con la brasas de la hoguera se podía cocinar la carne, acompañada esta vez de un par de vasos de coca cola. Hablamos de política y me pareció una persona muy vivida y con grandes experiencias, a la que de nuevo, solo se podía escuchar detenidamente y extraer los frutos de su sabiduría. El té, como de costumbre, siempre estaba presente.

Sus experiencias vitales le habían abierto la mente, y la calidad de sus argumentos le daba la razón. Me sorprendió, por ejemplo, su ligero apoyo a Donald Trump, un hombre fuerte que según él estaba ayudando a Irán a librarse de los demonios que lo gobiernan. O incluso me comentó que el palestino que llevaba no le gustaba especialmente, que era un signo de identificación de árabes y kurdos. 

Pese al frío y desánimo invernal, en Eleonas siempre hay una razón para sonreír, sea por esos niños que se suben a tu espalda como monos o por la hospitalidad de la gente. Pero en general siempre había un buen ambiente; cualquier momento era importante para celebrar. así pues, Muchas de las actividades que se hacían tenían algo relacionado con la música. Recuerdo una actividad en la que participé, en la que los adolescentes tenían que mostrar a los demás como se bailaba en su país. En ese conjunto de chavales heterogéneo había afganos, sirios, kurdos, palestinos, iranís y un malí. 

Los afganos tenían un estilo más libre y con movimientos de brazos, manos y pechos. Los árabes, sirios y palestinos, bailaban cogidos de la mano y en ciertos momentos pegaban un golpe al suelo con la suela del zapato. El chaval de Mali puso reggae africano, que se bailaba principalmente calmado y con los pies. La disputa por la música era constante y siempre había unos temas que sobresaltaban por encima de otros. Como es de esperar, el reggaetón también estaba presente. Muchos de los días acaban con música en el lugar de reunión, incluso a veces se celebraban karaokes, en la que los niños disfrutaban al máximo. La canción que más sonaba era Ya Lili. 

La sensación era que la celebración nunca tiene justificación, y que los momentos de jolgorio ayudan a hacer ameno el día a día. No sé como lo hacía, pero siempre acabas bailando, sea donde fuera.

El campo de refugiados de Eleonas

El segundo día fuimos al campo de refugiados, que se encuentra a unos veinte minutos caminando del centro, en una zona industrial. También se puede ir en metro o en autobús. Es el primer campo construido en Atenas y en la Grecia continental y es conocido por ser uno de los mejores en cuanto a condiciones. Al entrar tienes que registrarte por primera vez como voluntario, mostrando tu pasaporte. Seguidamente tienes que firmar cada día en la entrada, aunque realmente el registro diario se basó en un “me suena tu cara y te dejo pasar”. Los funcionarios griegos aburridos nos dejaban pasar fácilmente, solamente diciendo Elea (el nombre de la ONG) ya era sufíciemnte. Se observaba un ambiente de dejadez generalizado en la función pública griega.  

De acuerdo al ACNUR, “los refugiados son personas que huyen de conflictos armados o persecución. Para finales del 2015, había 21,3 millones en el mundo. A menudo, su situación es tan peligrosa e intolerable, que cruzan fronteras nacionales para buscar seguridad en países cercanos, y así, ser reconocidos internacionalmente como “refugiados”, con asistencia de los estados, el ACNUR y otras organizaciones. Ellos son reconocidos precisamente porque es demasiado peligroso para ellos el regresar a casa, y necesitan asilo en otros lugares. Estas son personas, a quienes negarles el asilo, puede traerles consecuencias mortales.”

El campo tiene capacidad para unas 1500-2000 personas y en estas épocas está prácticamente al completo, de las cuales un tercio son niños. Hay  tres áreas diferenciadas. La entrada y la zona 1, que es espaciosa pero con menos viviendas. La zona 2, que es la más densamente poblada. Y la zona 3, la más descuidada y antiguamente separada. Dentro del campo hay varias carpas grandes para realizar actividades y un campo de fútbol. La gente vive en bungalows de dos habitaciones y un baño. Además, hay bungalows que sirven para guardar material u otras cosas y actividades. Por ejemplo, hay un bungalow que es una oficina para la asignación de ropa y otros que son propiedad de la ONG en la que participé, Project Elea. Otros pertenecen a Naciones Unidas y a  la Unión Europea.  

Los residentes del campo, dentro de sus limitaciones, pueden emprender y tener sus pequeños negocios. Hay lugares donde tomar cafés, comidas como arroces y falafel y otro tipo de productos a precios módicos, entre 1 y 2 euros. Cada uno se gana la vida como puede y tener un negocio significa renunciar a espacio, teniendo en cuenta el limitado tamaño de los bungalows. También hay calles que tienen una decoración especial, como la Green Street, con una delicada muestra de jardinería.

Dentro del campo hay muchas nacionalidadesno solamente sirios como todo el mundo se piensa. La mayoría son afganos y sirios, pero también hay iraníes, iraquíes, palestinos, pakistanís, sudaneses, malíes, guineanos, congoleños, marroquíes y  libaneses, entre otros. Se pueden observar muchas diferencias entre los refugiados, marcados por aspectos geográficos, sociales o religiosos. Pese a que hay un sentimiento de solidaridad colectiva entre todos los refugiados, existen también muchas diferencias entre ellos y algunos tienen más facilidades para salir adelante. Por ejemplo, los derechos de asilo dependen en gran medida de si tu hogar está formalmente en guerra. En este sentido, Alemania tiene una lista de países prioritarios a los cuales permite tramitar el asilo con mucha facilidad. 

La sensación, tras el primer día, es que todo depende de un papel llamado pasaporteLa nacionalidad es oro. Para muchos es una ventaja, para otros es una esclavitud. Teóricamente, la función del campo es proveer de vivienda temporal a gente que ha tenido que huir de sus casas, y por ende, estar en un estado de espera eterna hasta que llegue una respuesta que te diga que puedes hacer. La burocracia en Grecia es lenta y desesperanzadora, y el próximo papel que tengas, sea un permiso de trabajo o un pasaporte europeo, será la luz que ilumine.

El principal papel de Project Elea, la ONG que gestiona el voluntariado, es dinamizar, entretener y ofrecer aprendizaje en diferentes materias. Elea es la encargada de dar vida al campo, organizando las actividades del día a día, que se realizan de 14:00 a 21.30 aproximadamente, y que se basan en clases de inglés, karaoke, guardería, servicio de ropa y demás. Los voluntarios, por tanto, se apuntan diariamente a las actividades ofrecidas y participan en ellas. El papel de los voluntarios depende del esfuerzo y la voluntad que uno se ponga.

Hay diferentes tipos de voluntarios. En primer lugar, los que normalmente vienen de países occidentales; y en segundo lugar, aquellos que son refugiados del propio campo o de otros lugares. Estos últimos son imprescindibles. La autoridad moral que pueda tener un occidental es mínima en comparación a la de un voluntario afgano, que habla darí y conoce la cultura.  En general, son jóvenes que aprovechan el voluntariado para conocer gente, ampliar ideas y aprender idiomas. Todos los que participan en el voluntariado hablan o comienzan a hablar inglés. La mayoría de estos voluntarios eran persas o afganos, además de algún kurdo, iraquí o sirio. En general, no había problemas entra las dos principales comunidades, sirios y afganos, o resumiendo árabes y descendiente de los persas. 

En general me impresionó el papel del inglés -y siento repetirme- como lengua globalizadora. Todos quieren aprender inglés o alemán. También hay algo de interés en otras lenguas como español o francés, y poca pasión por el griego. Muchos de los refugiados no quieren quedarse en Grecia aunque consiguiesen los papeles. Grecia ofrece bondades como el clima, la dieta y el ambiente, pero a nivel de avanzar socialmente y laboralmente genera pocas esperanzas, y los refugiados buscan países donde empezar una nueva vida, que son en general los países del norte de Europa.   

En el campo hay mucha actividad. Siempre hay niños dando vueltas, carros pasando constantemente y gente paseando. Pero lo cierto es que la mayoría de gente no sale mucho de casa y no participa en las actividades que se ofrecen. Muchos están hartos o deprimidos y apenas salen de casa.   De vez en cuando se ven situaciones esperanzadoras, como cuando una familia se despidió del campo porque había conseguido los papeles para Alemania; hubo una emotiva despedida. Un futuro les espera en otro país. Sin embargo, había gente que a pesar de tener los papeles sigue en el campo debido a otros condicionantes. ¿Qué pueden hacer? me preguntaba. Aunque puedas conseguir los papeles, la vida no está necesariamente resuelta.

Durante mi primer día estuve haciendo el servicio de ropa, que consistía en que la gente pasaba a recoger la ropa que necesita mediante una cita dada un mes antes. Una vez llegan, pueden escoger una prenda para cada parte del cuerpo, una vez al mes, para cada miembro de su bungalow. Era difícil de gestionar debido a que no se puede ejercer un control tácito y hay una barrera lingüística y cultural, pero aun así, funcionaba bastante bien. Unas señoras griegas me advertían, con un pronunciado mal humor, que debía estar al tanto porque las mujeres cogían más ropa de la que debían. Pero ¿qué debía hacer?