Agosto 2015
Oficialmente el viaje en trenes empezaba aquí. Junto a mi hermana nos proponíamos a hacer el famoso Interrail, con un boleto que pillamos que incluía cinco viajes en unos días, por lo que te obligaba a moverte a toda velocidad. El Interrail muestra las buenas conexiones que existen en Europa Occidental y Central, y te permite ver zonas de Europa mediante este pasaje, útil para prácticamente todos los trenes. Así pues, Europa se presenta como un museo, y la lógica del viaje se convierte en un hostal-fiesta-tren constante, acompañado de mil anécdotas.
El interrail lo empezamos en un tren nocturno que iba desde Cracovia a Praga, separadas por unos quinientos kilómetros. Para ser la primera experiencia en un tren nocturno, cabe decir que el viaje no fue especialmente agradable, aunque con el paso del tiempo uno se iba acostumbrando a dormir regular y a descansar en parques.
El transcurso del viaje fue bastante caótico. La gente que reserva con anterioridad puede conseguir una cama por un módico precio. Los demás, ya en la propia ciudad desde donde tomarás el tren, reservas un asiento mediante tu pasaje. Y por últimos, también está el caso de aquellos que viajan sin asiento, que eran muy numerosos en este viaje y que se amontonaban en los estrechos pasillos junto a su equipaje.
Obviamente nos quedamos sin cama, pero conseguimos una butaca, en una cabina en la que cabían 6 personas. Las butacas no eran especialmente cómodas, pero servían para descansar, aunque tras 10 horas de viaje con constantes interrupciones se hacía bastante pesado. En el vagón íbamos acompañados de dos jóvenes y de dos polacos que bebían vodka. Estos últimos, sentados en las butacas que daban a la ventana, se pasaron bebiendo y hablando, cada vez con un tono más grave, durante todo el trayecto. Entendí, pese a estar relativamente molesto, la función del alcohol para pasar el rato, y la facilidad con la que se puede beber vodka.