Diciembre 2016
En principio no teníamos en mente ir al desierto, ya que estábamos pocos días en Marruecos. Pero decidimos ir. Las excursiones turísticas al desierto se dividen en dos: Zagora y Merzouga. La que fuimos nosotros requiere 2 días y 1 noche, mientras que Merzouga supone 3 días y 2 noches. El desierto de Zagora es menos espectacular, mientras que Merzouga es el típico desierto de las películas. En ambas excursiones haces una ruta por varias zonas del sur de Marruecos, montas en camello y duermes en Haimas. En cuanto al precio, la excursión corta cuesta entre 40 y 70 euros, mientras que larga entre 60 y 100, depende lo avispado que seas. A todo eso, has de sumar las comidas del mediodía, que no vienen incluidas.
Partimos a las 07.00 de la mañana del hostal. Nos vino a recoger un hombre que nos llevó hasta una furgoneta. A partir de ahí todo fue un cachondeo, estuvimos prácticamente 1 hora cambiándonos de furgoneta, cada vez a una más incómoda. Hasta que por fin acabamos en una junto a más gente: un chino, dos portugueses, dos madrileños, dos británicos, un argentino y una toledana. Desde Marrakech fuimos unas siete horas en coche y realizando múltiples paradas, viendo la diversidad de paisajes de Marruecos. Estuvimos en zonas nevadas, en zonas áridas, en ciudades de barro y en poblados bereberes, indagando un poco en el ruralismo marroquí, muy diferente de la gran Marrakech.
En el largo trayecto tuvimos un momento de rayada colectiva. Nos daba la sensación que siempre nos querían timar y especialmente en una ocasión especial acabamos bastante quemados. Según lo pactado en el recorrido, hacíamos una parada en Ouarzazate, una bonita ciudad. El conductor nos dijo que teníamos 30 minutos para comer, lo que acabaron siendo casi 2 horas. Salimos de la furgoneta y nos conducen a todos en fila india hasta un turístico restaurante.
De repente comienzan a aparecer hombres que nos llevan, con presión, hacia una mesa, por lo que nos acabamos sentando todos. Ya nos olíamos que eso era un antro tima guiris. Y efectivamente lo era, ¡el menú costaba 12 euros!. Al ver la carta de precios nos fuimos. Mientras nos íbamos, pasó lo de siempre, te grita alguien por la espalda para que te quedes regateando y acabar pactando un nuevo precio.
A las cinco de la tarde llegamos a Zagora, tras un día de madrugón y de muchas horas en coche. Procedimos a subir al camello. Me sorprendió lo grandes y altos que eran. Partimos hacia el campamento donde dormiríamos. Aparentemente, parecen animales cómodos pero realmente te destrozan los cojones. A todos nos resultó muy incómodo. Fuimos en camello una hora, mientras anochecía, por lo que el paisaje era espectacular. En cuestión de minutos, el sol pasó de irradiarnos a esconderse detrás de la montaña.
Después de llegar a las Haimas, los campamentos árabes tradicionales del desierto, comimos un delicioso Tajine junto al resto del grupo. Esta es la comida típica marroquí que posiblemente más me gustó. Se trata de una especie de estofado con patata, verduras y carne, servido en un plato de barro con una tapa en forma cónica. En líneas generales, de la comida marroquí salí bastante maravillado. Tiene una gran cantidad de especias y sabores, y muchos alimentos mediterráneos. Les gustan también los pinchos morunos, algunos pescados atlánticos y el cus cus. Nos sufrí la diarrea del viaje pese a que comer de puestos callejeros.
Los amantes del dulce disfrutarían en Marruecos. Croissants, pastas variadas y todo tipo de pasteles a precios irrisorios y sabores exquisitos. Me causó curiosidad una cosa que me comentó mi padre, al respecto de los dulces. Según él, los países tienden a desdulcificarse cuando se van desarrollando. Por ejemplo, en la España de hace 40 años había mucha más repostería. La cuestión del azúcar es complicada. Es una droga excesivamente aceptada. En Marruecos tomé un guarapo (zumo de caña de azúcar), lo que me produjo un fuerte sentimiento de nostalgia respecto a Cuba.
Después de cenar el delicioso Tajine, junto a un caldo de verduras y el pan típico marroquí, hicimos una hoguera con los bereberes que nos acompañaban. Acomodaron mantas y nos pudimos tumbar frente al fuego. En esos instantes, estuve escuchando, de reojo, una conversación que tuvieron uno de los bereberes y un brasileño, acerca del islam. El sudamericano le preguntó qué opinaba acerca del Islam, a lo que contestó que para él era una serie de principios basados en la hospitalidad y el respeto mutuo, entre otras cosas. El Islam es uno realmente complicado desde una óptica occidental.
Estaba en el Riad tomando el agradable sol invernal cuando comenzaron a sonar cánticos árabes a las cinco de la tarde, que incitaban a rezar. En Marrakech no puede haber edificios más altos que la mezquita principal de la ciudad, de la que emanaban las plegarias. El Islam en Marruecos está más presente en la vida social de las personas y más arraigado al Estado, por lo menos más que el cristianismo en España. Acostumbrado a una cultura relativamente más laica -pese haber ido a un colegio religioso- los musulmanes llevan más a raya sus creencias; ser musulmán implica más dedicación. El corán, el libro fundamental y sagrado de la religión musulmana, es interpretado individualmente por cada uno de los integrantes del Islam. A partir de allí hay varias doctrinas, principalmente la sunita y la chiíta.
La religión está más arraigada a la cultura. Nuestras festividades y gran parte de nuestra vida social está influenciada por miles de años de cristianismo, y seguirá estándolo por mucho tiempo, pese a la secularización. Otro tema preocupante es el riesgo del terrorismo en los países musulmanes. Aunque aparentemente creamos que el terrorismo es contra Occidente, es una mentira parcial: la mayoría de atentados y muertes se producen en estos países. Marruecos, no obstante, es el país más seguro del mundo árabe. El riesgo de terrorismo es mínimo.
Fuimos a dormir a las Haimas. Dormíamos en la habitación nosotros tres junto a dos parejas más. La Haima era espaciosa y tenía el suelo repleto de alfombras. Cada cama tenía dos mantas. Hacía un frío tremebundo. Lo pasé realmente mal, amanecí con la cara congelada. Estuve en posición fetal toda la noche, intentando descansar, pero me resultó imposible. Fue la noche más fría de mi vida, sin dudarlo. Daba la sensación de que lloviese por los impactos de la arena en la tienda. Amaneció y nos levantamos para desayunar pan con mantequilla y mermelada. Volvimos a montar en camello, esta vez menos rato, para llegar de nuevo a la furgoneta, donde nos esperaba nuestro conductor.