Mis casi dos años de entreno y mi cinturón azul recién ganado me hicieron aficionarme más aún.
Así pues, en un viaje que realicé a Cuba pregunté a un conocido (que era cinturón negro en Judo) de entrenar con ellos, y me llevaron a la Academia de Judo Hiroshima de Santiago, una de las más prestigiosas de la ciudad.
Allí me recibieron con los brazos abiertos y me prestaron un kimono blanco. Vinieron unos cinco o seis judokas y me estuvieron enseñando. Yo les enseñé un poco acerca del Jiu Jitsu Brasileño, y estuve entrenando algún joven cubano.
El primero era cinturón verde, un tipo bastante peleón y activo, y estuvimos haciendo Ne-Waza (lucha de suelo) por un rato.
El segundo era un cinturón negro en Judo y en Jiu Jitsu Japonés. Estuvimos haciendo Ne-Waza, pero él insistió en comenzar desde una posición desfavorable. Le acabe finalizando de triángulo.
Al volver de Cuba me atacó un tío borracho por la calle y gracias al Jiu Jitsu pude defenderme.
Más aun, al cabo de unos meses me volvió a atacar un hombre con un gran perro delante de mi casa, el día de navidad mientras paseaba con mi tío.
Por una extraña confusión (nos acusaba de tirarle mandarinas) nos increpó. Hubo un momento en el que hombre se puso más bravo y me empujó, a lo que le respondí con un placaje contra una puerta. El agresor soltó a su perro blanco y salimos corriendo, con el animal corriendo detrás nuestro, el cual me rajó la chaqueta con sus zarpas.
Esos dos infortunios me hicieron ver que las artes marciales tenían algún tipo de utilidad. Me habían servido tanto para actuar como para mantener la compostura.
Ese año seguí entrenando con prácticamente la misma intensidad, unas dos o tres veces por semana de media.
El azul se convertía en un reto cada día. Tenía momentos de estancamiento y sensación de que no aprendía.
El cinturón azul era un cinturón de experimento. Por un lado te daba un ego a conservar, y no podías dejarte vencer por un cinturón blanco. Por otro lado, los cinturones cinturones superiores jugaban más contigo.
En el rango de azul hay una variedad enorme. Hay gente que lleva cuatro o cinco años entrenando y gente que acaba de ser graduada, por lo que se hacían grandes diferencias.
Cuando veía botellas de Heineken o helados Nestlé en algunos establecimientos significaba que Cuba tiene relaciones comerciales con esas empresas multinacionales europeas.
Pero la política internacional es mucho más compleja. Pensar en términos individuales (“yo haría”) es imposible cuando hablamos de Estados; estos son los actores más poderosos del sistema internacional. Lord Palmerston, un importante político británico del siglo XIX, pronunció está frase: “Las naciones no tienen amigos ni enemigos permanentes, solo intereses permanentes”. ¿Hasta qué punto es cierto?
Pero vayamos al kit de la cuestión. Cuba ha sido, sobre todo en el periodo de Guerra Fría, un elemento distorsionador del sistema internacional. En comparación a sus países vecinos, que sufrieron golpes de Estado y expolio económico, Cuba plantó cara a los norteamericanos y sirvió de referente a toda latinoamérica en su lucha contra el imperialismo.
Después del triunfo de la Revolución y la nacionalización de los medios de producción, los americanos establecieron un bloqueo económico total sobre el país. La confrontación Cuba – Estados Unidos fue constante.
La perla del Caribe se convirtió, tras los sucesos de Playa Girón y Bahía Cochinos, en uno de los principales aliados de la Unión Soviética, siendo así su satélite geopolítico por excelencia en América Latina. Fidel Castro se declara definitivamente socialista. Famosa fue la crisis de los misiles de octubre de 1962, el “momento más tenso de la historia”, como dicen algunos. Las relaciones políticas, militares y económicas (venta de azúcar principalmente) fueron constantes en ese periodo.
Cuando hablaba con un cubano sobre el tema, explicaba el cariño que le tenían a los rusos por todas las ayudas que les habían proporcionado.
Después de la caída de la URSS, las relaciones entre los dos países desaparecieron. El vínculo socialista-revolucionario desapareció, Rusia tomó otro rumbo y entró en una grave recesión. La pérdida del gran aliado también sumó a Cuba en una grave crisis -periodo especial en tiempos de paz- y en un aislamiento internacional.
El bloqueo económico de Estados Unidos se hizo más fuerte a partir de ese periodo, empeorando aún las relaciones entre ambos países. Cuba comenzó entre finales de los ochenta y principios de los noventa a cambiar su modelo económico y adaptarse así a su supervivencia en un capitalismo cada vez más globalizado. Cuba comenzó a reinventarse a partir de 1997, incentivando el turismo y la inversión extranjera, así como estableciendo relaciones con la Venezuela de Chávez.
Las relaciones con Estados Unidos se mantuvieron muy tensas hasta la visita de Obama en 2014, durante la cual ambos países se comprometieron a mejorar las relaciones económicas y diplomáticas. El bloqueo económico sigue en pie, aunque de manera menos pronunciada. Por ejemplo, desde este verano existen vuelos comerciales entre Cuba y Estados Unidos. Antes no se podía volar a la isla haciendo escala en aeropuertos estadounidenses.
Un día paseando por el Malecón en La Habana vimos la contundente embajada de Washington. Otro tema que sigue siendo muy polémico es el de la base naval de Guantánamo, situada en el sur de la isla, acusada de una violación sistemática de los derechos humanos.
La influencia de los norteamericanos es cada vez más palpable. Taxis, pañuelos, camisetas, pantalones y gorras con la bandera de las 50 estrellas se observan constantemente. Se escucha frecuentemente música hip hop americana y se ven videoclips rodados en Miami en yates y mansiones de lujo de reguetoneros cubanos. Cruceros que paran en el puerto de La Habana. Gente que adora Estados Unidos.
Aun así, la relación entre ambos países separados por un canal marino de apenas 100 kilómetros es de amor y odio. El discurso del bloqueo y el imperialismo es muy común entre los cubanos.
Internet esta cada vez más presente. Lento y en ciertas zonas, sobre todo en parques, llenos de turistas y cubanos que desean conectarse. Para poder entrar a Internet uno necesita una tarjeta ETECSA, la empresa de telecomunicaciones del estado, que cuesta 2 CUC en tienda y 3-4 si te lo venden por la calle y dura una hora. En ella tienes un código y una contraseña larguísima. Dependiendo del móvil, puede costar bastante conectarse, pero casi todo el mundo lo acaba consiguiendo. Desde el 1996 existe conexión, pero solamente desde hace muy pocos años la ciudadanía puede conectarse.
La política exterior cubana es conocida mundialmente por su altruismo y por su cooperación internacional al desarrollo. Me compré un libro llamado Cooperación vs Cooperación. Ayuda Oficial para el Desarrollo, de Roberto Smith, en el que se hace una investigación sobre las diferentes realidades de la AOD.
El autor explica que la cooperación internacional de los países occidentales “tiene un desempeño especial en su estrategia general para mantener y ampliar su influencia en los receptores”. Desde la Revolución, comenta Smith, “un país pequeño, subdesarrollado y bloqueado, ha sido trascendental en el apoyo al vencimiento de la expresiones más perseverantes del subdesarrollo en los países del tercer mundo a través de la cooperación”.
Es decir, la política exterior cubana está marcada por un énfasis en la solidaridad con países subdesarrollados, dándole mucha importancia a la cooperación sur-sur. Algunos dirán que el país lo hace para “quedar bien y no fijarse en sus asuntos internos” o para “propagar revoluciones en otros países”, pero lo cierto es que su cooperación al desarrollo ha sido constante y ejemplar en muchos aspectos, pese a la carencia de recursos que tienen.
Cuba, por ejemplo, fue el mayor impulsor de la lucha contra el ébola en la crisis ocurrida hace un par de años y ayudó a poner al fin al Apartheid sudafricana. La de misiones en las que ha participado el país, sobretodo en la época de la Guerra Fría- en materia de ayuda humanitaria, enviando médicos y centros hospitalarios, en catástrofes naturales y conflictos, es enorme.
Famoso cuadro sobre la Revolución
Para concluir, trataré el tema de la inmigración en Cuba. Comúnmente se dice que “todos los cubanos se quieren ir”, pero ¿hasta qué punto es cierta la afirmación y qué esconde detrás? Durante los 30 días que estuve en Cuba me encontré a mucha gente que no quería irse del país y que vivía feliz en él, aunque también hablé con gente que sí quería marcharse.
Conocí a una que estaba tramitando la nacionalidad española para así poder ir luego a México y cruzar la frontera para llegar a EEUU. Para que un cubano pueda salir de la isla necesita disponer de un pasaporte (muy caro para ellos), un permiso y el dinero necesario para viajar. Hasta hace poco tiempo, estas leyes eran bastante más restrictivas, enfocadas de acuerdo a la seguridad nacional del país. Sí que es cierto que existe una diáspora cubana, sobre todo en Estados Unidos (1,5 millones, la mayoría en Florida) y en España (130.000 aproximadamente).
Santa Clara
Pero vamos a ir más allá para comprender mejor el fenómeno. Según Antonio Aja en Al cruzar las fronteras, tenemos que saber que Cuba es un país de migrantes. La mixtura cultural de norteamericanos, españoles, franceses, jamaicanos, puertoriqueños, asiáticos y etcétera es importante.
Con la Revolución, los patrones migratorios cubanos se rompieron, “con lo cual cobraron un protagonismo central los elementos políticos y económicos motivados por la propia evolución del proceso revolucionario”. A partir de allí, muchos sectores abandonaron Cuba, sobre todo la burguesía cubana, cierta clase media y amigos del régimen de Batista. En los años sesenta se registraron casi 400.000 cubanos en Estados Unidos. En las tres siguientes décadas, se fueron una media de 150.000. En general, la inmigración de Cuba a Estados Unidos ha sido notoria, pero no constante, sino por épocas.
En los años noventa, por ejemplo, el “periodo especial” y la mala situación propiciaron el fenómeno. Cabe decir que el hecho de la existencia de una diáspora tan grande es una factor negativo para el país, famosas son las balsas cubanas. Es peligroso incluso para su estabilidad y su seguridad nacional. Es decir, un país no puede permitir que todos los ciudadanos se vayan a otros a vivir.
La facilidad que tiene un cubano para obtener residencia norteamericana -bajo el supuesto de refugio político– dista mucho de la realidad que viven los millones de inmigrantes mexicanos.
Aja comenta que “La esencia de Cuba como un país de migración, muestra que todos los cubanos son actores o se relacionan de diversas formas con la migración. Descendemos de inmigrantes y nos vinculamos con los que emigran desde la Isla a través de fuertes relaciones familiares y personales; las circunstancias históricas y de la vida política marcan la conformación de una cultura de la emigración, en un mundo donde la movilidad de la población a escala internacional constituye uno de los problemas globales de mayor complejidades”
Llegar de nuevo a El Vedado fue una sensación parecida a cuando uno vuelve de vacaciones. La vuelta a casa, al barrio. Esa sensación extraña de “esta zona me la conozco”. Ya no nos sentíamos perdidos. Le cogimos tanto cariño a esa zona y a esa familia que decidimos pasar 6 días más en La Habana, llegando a 13 en su totalidad.
Como llegamos por la tarde, decidimos descansar lo que nos quedaba de día y esa primera noche dormimos en casa de una vieja. No nos gustó el trato, se mostraron bastante bordes. A eso de las diez de la noche, uno de mis amigos estuvo charlando con una de las dueñas de la casa -en este caso, la hija de la vieja- y le dijo algo así como “si no os gusta el piso os podéis ir” y es que, encima, una de las habitaciones olía a mierda.
Al día siguiente fuimos a la casa de alquiler de una amiga de Marta, a unos cinco minutos de la anterior, ya que la suya estaba ocupada por un francés. Era un piso que nos salió bastante económico, pero que no tenía las comodidades del anterior. Podíamos “cocinar” más o menos.
Uno de los objetivos de la vuelta a La Habana era visitar lo que nos quedaba pendiente. Pero, como ya sabemos, la ciudad es gigantesca, hay mil cosas que hacer en ella y en Cuba las cosas van lentas. Aunque teníamos muchos planes para los siguientes seis días, no acabamos haciendo ni el 10%.
El primer día decidimos a dar una vuelta por El Vedado. A primera hora de la mañana fuimos a tomar algo a una cafetería en la que nos llevamos una desagradable sorpresa. Nos intentaron timar de mala manera. Al principio resultaron muy simpáticos, pero luego, al pedir la cuenta, todos los precios habían subido. Lo que en realidad costaba 20 dólares nos lo querían cobrar por casi 40. Después de una lucha emprendida por Antonio, el padre de unas amigas que había decidido visitar Cuba por su cuenta, logramos nuestro objetivo.
Y es que no puede ser más cierta la frase que dice “a veces con una sonrisa te la clavan por la espalda”. La lección que se extrae de estos casos es que mires siempre los precios antes de consumir y repases la cuenta. Al acabar este pequeño altercado, fuimos a La Rampa, un centro cultural/mercadillo muy recomendable, en el que uno podía comprar artesanía, ver espectáculos y etcétera por un módico precio.
Por la tarde tuvimos una de las experiencias más bonitas e impactantes del viaje. Gracias a Antonio pudimos ir al ático de Diana Balboa, una de las pintoras más reconocidas de Cuba, aunque después de equivocarnos de casa por una confusión muy divertida. La situación confusa fue la siguiente: Antonio estaba convencido de que Diana residía en un bloque azul de El Vedado, cercano a una gasolinera y enfrente del Malecón.
Fuimos a ese bloque. Llamamos al timbre y nadie respondía. Antonio creía que vivía en el 14º piso, pero resultó que ese piso no existía. Unos vecinos nos increparon. Se puso a chillar desde abajo “¡¡DIAANAAA, DIANAAA!!”, ya que cuando él fue unas semanas atrás, Diana le abrió mediante el grito de un cubano desde abajo. El boca a boca funciona en Cuba.
Después de insistir acabamos desistiendo y fuimos definitivamente a la casa de Diana. Es que encima el número de su casa no coincidía con la dirección de Diana. Una situación muy divertida. Nos reímos mucho.
Llegamos al ático y Diana nos recibió con una grata hospitalidad. Nos enseñó su espectacular piso, con vistas increíbles y con una decoración increíble, llena de cuadros y esculturas propias. Nos ofreció galletitas, café y un sabroso vodka ruso. Nos dio una clase magistral de filosofía y de experiencias vitales.
Era la atípica persona que te deja boquiabierto por todo lo que te puede llegar a explicar. Su mujer, fallecida hace pocos años, era la cantante cubana Sara González. Con ella estuvimos hablando de todo. De muchos aspectos de la sociedad y la historia cubana, de sus viajes como artista, de su concepción de la vida…
Recuerdo especialmente una frase que me marcó: “Prefiero la palabra reciprocidad a la de agradecimiento. Agradecimiento es un concepto cristiano, reciprocidad implica una correspondencia mutua”. La experiencia con Diana nos marcó.
Al día siguiente estuvimos paseando por La Habana Vieja, en la que, por cierto, los lunes no abren los museos. Nos tomamos un chocolate muy sabroso y fuimos a un mercadillo para comprar souvenirs, el mejor y el más barato que vimos en Cuba. Seguidamente comimos en un paladar en Moneda Nacional, en la Habana Vieja. Pese a ser el barrio más emblemático de la ciudad y el más turístico, uno puede encontrar sitios baratos -eso sí, siempre preguntando-.
Por la noche fuimos a tomar algo a un bar musical cercano a nuestra casa llamado El Cimarrón. Dio la casualidad de que unos jóvenes estaban tocando son cubano y nos pusimos a comer delante de ellos. Entablamos una relación amistosa y comenzaron a dedicarnos canciones, hasta que literalmente nos obligaron a salir a bailar. Me dieron las maracas y me animé a bailar en el escenario -con unas cervezas de más- y al final acabaron saliendo todos y pasamos una gran noche, mientras caía un tormenta tropical.
Nos quedaba poco tiempo en Cuba y aprovechamos para relajarnos y acabar de ver lo pendiente, así como despedirnos de Marta y Alberto.
Por ello, hicimos una fiesta con ellos en el que nos hicieron un lechón con tamales exquisitos (carne con maíz hervido) y bebimos y disfrutamos de una alegre y emotiva velada. También fui en barco a Casa Blanca, al centro cultural Bertolt Brecht a ver hip hop cubano, a la Universidad de La Habana –preciosa, – y al callejón de Hammel.
Llegó el último día (el vuelo salía a medianoche) y compré unos 14 libros. Nos despedimos de la familia, luego de que nos invitaran a comer en su hospitalaria casa. Nos vino a recoger un taxista muy amable que conducía un Lada, y nos explicó que había trabajado de ingeniero nuclear durante muchos años y que había estado en más de ochenta países. Después de eso llegamos al aeropuerto y comenzó la espera, de nuevo. Malditos aeropuertos y malditos vuelos.
El clima cubano se conoce técnicamente como subtropical moderado y se caracteriza por la humedad y unas temperaturas elevadas durante todo el año, pero con dos estaciones marcadas: el llamado verano, la temporada que se extiende de mayo a octubre, más lluviosa y con los termómetros rondando constantemente los 30º, y el inverno, más seco y un poco más fresco, aunque las temperaturas rara vez bajan de los 20º.
La temporada alta de turismo tiene dos picos que condicionan los precios: uno en invierno, época en la que los canadienses comienzan a llegar, y otro en verano, cono turismo más europeo. El calor te anula.
El tiempo en La Habana era muy pegajoso -dabas un paso y te ponías a sudar-, mientras que en Santiago, en el sur, era mucho más seco. Las lluvias tropicales impresionan, me imaginaba a Dios tocando los tambores del apocalipsis. La época de huracanes y ciclones (de junio a noviembre) pone en alerta al país pero no colapsa su día a día, ya que disponen de protocolos y están acostumbrados. Una mujer me comentó que los ciclones son lo mejor para el cubano puesto que le permite estar tres días sin trabajar.
El paisaje es selvático en su totalidad y, más allá de La Habana y Santiago, es todo prácticamente rural. En época precolombina toda la isla estaba cubierta por bosques densos, pero con la llegada de los españoles se comenzó a deforestar y urbanizar paulatinamente. Las plantas crecen a una velocidad increíble, por lo que te encuentras árboles enormes y una vegetación descontrolada
Es una isla muy bonita, “la tierra más hermosa que ojos humanos hubieran visto”, tal y como dijo Colón al desembarcar en la isla el 28 de octubre de 1492. Además de la selva, uno puede disfrutar de playas preciosas, con aguas cristalinas y arena fina. En la isla apenas hay montañas elevadas, limitadas al sur con Sierra Maestra, y los ríos son cursos pequeños y de pocos kilómetros. La única zona desértica está en una parte de Oriente. Todo es verde.
Me sorprendió la cantidad de perros que hay sueltos por la calle. La mayoría de ellos fueron abandonados y ahora vagabundean por pueblos y ciudades, buscando algo que echarse a la boca. Suelen ser pequeños, sucios y pulgosos, con cara triste y esperando recibir la hospitalidad de algún humano, que difícilmente llega. Vi algunos muy delgados pero otros gordos.
Por Cuba también uno puede ver carros a caballo, sobre todo en ambientes más rurales, y vacas, gallinas, cerdos, etc. La cantidad de buitres que hay rondando por las ciudades también impacta. Y en general hay muchos bichos molestos.
El viaje hacia Santa Clara transcurrió con tranquilidad, aunque sabe mal perder un día entero viajando. El agotamiento que produce tantas horas de bus se acaba haciendo insoportable.
Recuerdo una anécdota curiosa. Me estaba meando y fui al baño, en plena autopista. Cuando estaba en proceso, me digné a mirar hacia abajo y veía literalmente el suelo. Estaba orinando directamente al suelo. ¿Ecología o guarrería?
Después de tantas horas llegamos a Santa Clara y desde allí fuimos hasta la Ciénaga de Zapata, el parque natural por excelencia de Cuba y la zona más deshabitada de la isla.
Es una zona pantanosa de Cuba, con miles de especies animales y con unos paisajes preciosos, llenos de bosques, playas y manglares. Los tres días que estuvimos en la Ciénaga nos sirvieron para descansar.
El primer día fuimos a ver cocodrilos y estuvimos relajándonos en la playa, ya que teníamos la casa de alquiler a tan solo unos metros del mar. Pero en la Ciénaga, y concretamente donde dormimos, en Playa Larga, los mosquitos abundan. Mira que yo no soy propenso a las picaduras, pero eso no tenía nombre. Cuando comenzaba a anochecer, salían de caza y te acribillaban. Ni con el espray podías evitarlos. Recuerdo levantarme a medianoche para ir al lavabo y en menos de minuto me picaron como 15 mosquitos en las piernas. Literalmente acabamos huyendo de los molestos insectos al cabo de tres días.
La Ciénaga, más allá de lo bonito y lo natural que es, tiene una historia muy interesante, clave en la Revolución. En ella se desarrolló la invasión de Bahía cochinos, uno de los episodios más emocionantes y heroicos. Dos años después de la Revolución, en 1961, grupos de exiliados cubanos, con el apoyo y la organización de los estadounidenses, hicieron un ejercicio militar contra Cuba.
Durante cuatro días, las tropas revolucionarias y los mercenarios tuvieron una encarnizada batalla. Tuvimos el testimonio de un anciano que vivía a nuestro lado y que nos estuvo explicando con detalle los acontecimientos. Él participó con 13 años. La contraofensiva del ejército de Fidel, que tuvo que movilizar tropas de toda la isla en poco tiempo, logró vencer a la invasión americana.
El siguiente día estuvimos en la Caleta buena. Pagabas 15 CUC y tenías barra libre de comida y bebida en una cala preciosa con aguas cristalinas. Estaba muy bien y no era únicamente para extranjeros. Al irnos de allí nos cayó una tormenta terrible y tuvimos que volver a casa con el taxista, un cubano llamado Chuchi que se mostró muy majo con nosotros.
Por la noche nos “colamos” en una fiesta cubana, en un sitio que se llamaba El bosque. Era un recinto abierto con mesas y un escenario, donde primero vimos un monólogo y luego vino un cantante cubano.
La experiencia del monólogo fue divertida. Nos costaba pillar las bromas, sea por el desconocimiento de su cultura o por el léxico que usaban. El monólogo trataba los temas típicos, como relaciones y fiestas, incluso estuvieron imitando a un árabe. Pero otra cosa que me llamó la atención fue la sátira política, ya que ironizaban sobre el hecho de que no podían viajar por el precio, que tampoco podían comprar carne de ternera y que cobraban poco.
Al día siguiente, después de dos borracheras, fuimos a la cueva de los peces, una lago de 70 metros de profundidad que conectaba con el mar. Había tantos mosquitos que tuvimos que irnos pronto. Estuvimos alargando el día en una playita al lado hasta que definitivamente decidimos volver a La Habana, a el Vedado, al barrio.
La falta de Internet y de un sistema de hostales, así como la existencia de dos monedas, dificultan el hecho de viajar por libre.
En Cuba las cosas funcionan diferente y uno tiene que ser consciente de eso. Si eres un turista blanco occidental, el viaje no te saldrá tan barato y intentarán sacarte el máximo de dinero posible. En líneas generales, habrá aspectos de la cubanía que te saldrán económicos (comer, beber y visitar cosas sencillas), pero otros que no tanto, como el alojamiento y el transporte, aunque también depende de lo avispado que seas y de las ganas que tengas de pasarte horas regateando.
También es importante plantearse qué tipo de viaje quiere hacer uno y con cuánta gente va. En mi caso viajé en grupo, cosa que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Viajar un grupo permite ahorrar dinero en según qué sitios, por ejemplo en taxis o alojamiento, pero al mismo tiempo es más difícil encontrar suficientes habitaciones o plazas para todos a la hora de dormir o moverse.
Más allá de eso, viajar en grupo supone un enriquecimiento cultural increíble ya que diferentes puntos de vista aportan un mayor conocimiento y un mayor aprendizaje. La mejor manera de aprender es debatir. Y durante el viaje debatimos sobre millones de temas, sumándole el añadido que éramos gente muy politizada y con cierto activismo político.
Por otro lado, el hecho de ir tanta gente dinamita muchas veces la toma decisiones y lo hace todo más lento y, lógicamente y sanamente, puede haber fricciones. En nuestro caso, más allá de algún momento de tensión, apenas hubo problemas. Se ha de tener en cuenta que pasar 30 días con la misma gente genera conflictos que en algunos casos hacen prosperar y en otros no, pero que son inherentes en nuestra conducta humana.
Para mí hay, principalmente, dos tipos de viajes en Cuba. Uno es el turista clásico que viene la isla a relajarse y no piensa en relacionarse con la gente. Es el turista al que no le interesa la realidad del país y solo piensa en ir a cayos, tomar el sol o estar en Varadero con un mojito en cada mano. O, peor aún, el que va únicamente a hacer turismo sexual.
En Santiago conocí a un italiano que venía a Cuba cada año dos semanas únicamente a follar. Cada día con una diferente. No visitaba nada, solamente iba de la casa a la fiesta y de la fiesta a la casa. Decían por allí que a los italianos les gustan más las negras y a los españoles más las mulatas. Incluso me explicaron que había gente que contrataba a mujeres por dos semanas. Muchos dueños de las casas de alquiler se mostraban inquietos por la situación, ya que, legalmente, cada vez que una persona duerme en uno de sus alojamientos, tiene que notificarlo en una libreta que entregan mensualmente al Estado, siendo éste el mecanismo de control de los viajeros en Cuba.
Además, les sirve para “controlar” la situación de la prostitución, ya que si ven en sus datos que una chica cubana ha estado en muchas casas de alquiler de manera continuada, puede ser que se esté prostituyendo. Lo cierto es que en Cuba hay mucha prostitución y es sumamente fácil y barato. Este tema ha sido una de las mayores decepciones del viaje, aunque ya me habían advertido masivamente al respecto.
El otro tipo de viaje es el que busca conocer la isla en su esencia y busca el contacto con los cubanos. Para ello la mejor manera es hospedarse en casas de alquiler, que te ofrecen habitación para tres por 15-25 dólares. En ellas descubrirás mejor la cubanía, el modus vivendi de los cubanos. Te ofrecerán excursiones, que comas con ellos, que pasees con ellos y podrás charlar con ellos.
Aprenderás más que nunca. Que convivas con cubanos no significa tampoco que vayas a vivir baratísimo, ya que según qué actividades son caras en general. Existe una vida para el turista y otra para el cubano, pero con excepciones. Para dormir en Cuba uno tiene varias opciones, que van desde las casas de alquiler hasta los hoteles y hostales.
El transporte en Cuba es lo más caro. Más allá de las ciudades, donde uno puede usar la guagua baratísima, el viajero tiene tres opciones: taxi, Viazul o colectivos. El taxi es más barato que en España, pero es lo más caro, aunque el transporte es de puerta a puerta. Viazul es la línea estatal de buses de alta calidad, principalmente utilizada por turistas.
Es extremadamente lenta, ya que para en cada ciudad cinco minutos y es bastante cara. Además, el aire acondicionado está altísimo, así que cuidado con los catarros. También es muy cómoda y para un viaje largo vale la pena. La última opción son los colectivos, buses que utilizan los cubanos para moverse por la isla que resultan muy económicos. Para coger estos buses colectivos uno tiene que preguntar, salen normalmente desde las terminales de buses y cuidado que no os cobren de más.
Viajar por Cuba también puede ser ligeramente peligroso porlo que llaman “la enfermedad del viajero”, pero tampoco es un motivo de excesiva preocupación. Esta enfermedad es debida a los parásitos que lleva el agua en Cuba, a los cuales los cubanos están acostumbrados pero no los foráneos.
Lo normal es que los primeros días estés con cagarrinas, así que mejor no tomar cosas de la calle que lleven agua del grifo. Aun así, nuestro estómago se acaba acostumbrando y finalmente deja de afectarte. Yo estuve la primera semana yéndome “pata pa’ bajo”, pero acabé tolerando la bacteria. Ésta se llama giardiasis, y produce descomposición, náuseas, hinchazón, vómitos e incluso fiebre. Del grupo que íbamos, tres cayeron.
En Santiago de Cuba, la segunda mayor ciudad del país (500.000 habitantes), estuvimos cuatro noches, pero me quedé con ganas de explorarla mucho más. Santiago me marcó. Es uno de los lugares que antes colonizaron los españoles, ya que entraron por la zona oriental de la isla, y de hecho fue la primera capital del país (1516-1556).
Es una urbe preciosa, con un casco histórico muy bien conservado, con numerosos bares musicales, vida en la calle y buen ambiente. A primera vista me pareció más cosmopolita que el resto de Cuba. También es más calurosa y menos húmeda, como toda la zona oriental -que se conoce como «Oriente», con acento cubano- y más negra y musical.
Tiene una gran historia, muchos museos y sitios emblemáticos. En esos cuatro días fuimos al Cuartel Moncada, el complejo militar atacado por Fidel y demás revolucionarios el 26 de juliode 1953. Allí comenzó todo. Después del ataque fallido, Batista envió a muchos de ellos a la Isla de Pinos (hoy llamada Isla de la Juventud) y a otros los torturó.
Estos hechos produjeron tal malestar que el movimiento fue a más y se ganó la legitimidad del pueblo. La Revolución como tal empezó en Oriente, en Santiago, y se organizó en Sierra Maestra, un conjunto de montañas al oeste de la ciudad. Después del triunfo de la Revolución, el cuartel se convirtió en cinco escuelas y se erigió un museo en honor a los hechos sucedidos.
También fuimos al museo Bacardí, el primer museo abierto en Cuba. Facundo Bacardí, nacido en Sitges, fue una persona muy querida en Santiago, ex alcalde y un gran impulsor de la cultura en la ciudad. Traía cuadros y esculturas de España. De hecho, vimos un cuadro enorme del Gótico de Barcelona.
Son muchas las actividades que uno puede realizar en la capital de la provincia de Oriente. Los lugares más emblemáticos sonParque Céspedes y los monumentos que la rodean, que van desde la Catedral hasta la casa de Diego Velázquez.
Céspedes fue uno de los revolucionarios del siglo XIX que luchó contra la opresión española y en toda Cuba hay menciones a este gran guerrillero. Cuentan las leyendas que sobrevivió a 27 disparos de bala. Parque Céspedes es divertido, por la de gente variopinta que hay y por lo intranquila qué es. No puedes estar más de un minuto sin que estés hablando con alguien. Sea un taxista que te persigue, un emo cubano que te enseña sus tatuajes y piercings o un rastafari que te habla de paz y amor. No estarás tranquilo pero te lo pasarás genial. Unas cervezas y a pasar la noche.
Al igual que en La Habana, hemos tenido suerte y la casa de alquiler en la que nos hospedamos es espectacular. Tiene tres terrazas preciosas con una parra gigantesca y está a cinco minutos del centro. Un gran acierto. Otra casa que no dudaré en recomendar. Rafael, John y Osvaldo nos trataron muy bien. Durante la estancia en Santiago, aprovechamos para ir a la iglesia del Cobre, lugar de peregrinación, y al Castillo del Morro, una antigua fortaleza militar creada por los españoles para defenderse de los piratas y los corsarios.
Pese a ser poco peludo, la barba me comenzó a molestar y decidí ir al barbero. Resultó una bonita experiencia, en la que por menos de un euro me quitaron todos los pelos y me dejaron con el cutis más suave que el culo de un bebé. Me tocaba la cara y alucinaba. No sé qué cremas tendrán o que tendría la navaja esa, pero, en serio, jamás había tenido así la cara. Cuando me afeité, volví a la adolescencia: parecía un niño.
Desde Santiago fuimos a pasar un día a unas playas al lado de Chivirico, a unos 30 kilómetros de la ciudad. Hicimos una excursión en la que fuimos a hacer snorkel para ver un barco hundido español de hace 500 años. La experiencia fue muy excitante, pero vaya corriente había. Un poco más y nos quedamos ahí. Seguidamente estuvimos en una cabaña al lado de la playa, habilitamos las hamacas que traíamos y nos pusimos a comer mamasitos.
Durante ese día me volví adicto a esta fruta. Era como masticar un chicle y tenía algún tipo de sustancia adictiva, me comí como 60 en un día. Tuve que decir basta. Después de comer fuimos a un río tropical, tras caminar 1 hora por unos caminos rurales. El paisaje era totalmente selvático y había una gran cantidad de vacas, cerdos, gallinas y caballos revoloteando. Nos tiramos al agua y nos aliviamos; hacía un calor extremo. Pero, al cabo del rato, los mosquitos nos comenzaron a acribillar y tuvimos que volver.
El último día en Santiago tuvo una especial importancia para mí. Hablando con Osvaldo, uno de los custodiadores de la casa, me comentó que era cinturón negro en judo. Le comenté que yo practicaba jiu jitsu brasileño y me ofreció ir a entrenar a la Academia de Judo Hiroshima, una de las más prestigiosas de la isla. Primeramente fui a su casa a buscar su bicicleta para ir hasta allí y me estuvo enseñando su casa, en una zona más humilde de Santiago.
Se estaba montando una casa muy guapa y me regaló un libroLa isla de Cuba, que comenté en un capítulo anterior. Eran las 18:00 de la tarde y fuimos hacia allí, pero tardamos más, ya que Santiago es una ciudad llena de lomas (cuestas). Vamos, que el pedaleo era el calentamiento de lo que fue un bonito entreno, en el que me enseñaron algunas técnicas de judo y estuvimos rodando(lucha en el suelo, concepto del jiu jitsu brasileño), o según ellos, haciendo Ne Waza.
Osvaldo nos había estado haciendo fotos y vídeos y me ofreció pasármelo todo. Cómo no disponía de USB ni ordenadores, me llevó a casa de un amigo suyo para grabarlo en un CD. Después de un rato esperando, su amigo nos llevó a un estudio de música. Resulta que era un violinista del grupo Santiago Buenavista Trubadors y me estuvo enseñando vídeos y canciones, que también me las puso en el disco.
En esos momentos me entraron ganas de aprender a bailar salsa o a tocar la guitarra. Joder, qué música tan bonita y qué ritmo tienen los cubanos. Para acabar este emotivo día me dejé la riñonera con el pasaporte, el visado y el dinero en su estudio. Me enteré al llegar a casa. Tuve un pequeño momento de tensión pero algo me decía que no la había perdido. No sé si será por cuestión del chip del viajero o de la influencia de la santería cubana, pero efectivamente la encontré en su estudio. Y el alivio se apoderó de mí.
En el estudio musical
Abandonamos Santiago y fuimos a hacer una excursión a la Sierra Maestra, concretamente a ver la Comandancia de la Plata. Nos levantamos a las 4:00 de la mañana ya que habíamos quedado con un taxista para ir hacia allí. El taxista era lo más pesado del mundo. Antes de contratar el taxi con él, nos perseguía hasta casa literalmente. Fuimos en un jeep nuevo, bastante justos, y él no iba solo. Siempre van acompañados en los taxis, pero esta vez eran tres, lo que lo hacía todo más incómodo. La visita la teníamos concertada a las 9:00 de la mañana y, una hora antes, una rueda del coche petó y nos quedamos tirados en medio de la carretera.
No habíamos comido. Estuvimos esperando una hora hasta que nos vino a recoger un primo del taxista que casualmente era un guía de la Comandancia y nos llevó hasta allí. Íbamos siete en un coche de cuatro plazas. Esta situación es muy común en Cuba. Son capaces de mentirte de una manera muy minuciosa y convincente, pero siempre acaban encontrando una solución a casi todo. Hacen una llamadita y ya está. Y, por cierto, el cinturón de seguridad no existe en Cuba.
La visita a la Comandancia de la Plata consistía en un camino de tres kilómetros por las montañas de la Sierra Maestra, en las que nos mostraban los refugios y las casas de madera donde se organizó la Revolución cubana.
Desde allí Fidel emitía las señales de radio a toda Cuba y el Che Guevara curaba a los heridos. El buen conocimiento del terreno les hizo ganar a las tropas de Batista y permitió el triunfo de los revolucionarios, que fueron desplazándose paulatinamente hacia Santiago. Al acabar la visita estuvimos comiendo por Santo Domingo, un pueblo pequeño cercano a la Comandancia.
Luego nos dirigimos a Bayamo a pasar la noche. Recuerdo una escena dantesca volviendo en taxi. El taxista iba con nosotros en el coche y lo tenía al lado. Conducía su amigo. Estaba gordo y cansado y se dormía apoyándose en su barriga. Mientras ocurría eso, se le caía la baba de mala manera y era muy desagradable. De nuestro grupo quedábamos dos despiertos -debido al cansancio acumulado del día- y estuvimos riéndonos a carcajadas sin que se enterase. Fue tremebundo.
Llegamos a Bayamo a eso de las 18:00 y fuimos a dar un paseo. En las casas de alquiler nos recibieron bien pero el pueblo en general se mostró bastante borde con nosotros. Pedíamos una pizza y pasaban de nosotros. Preguntábamos algo y pasaban de nosotros. En general fue una situación repetida en según qué lugares. Sobre todo en Oriente nos trataban con desprecio. Al día siguiente teníamos que madrugar para ir a Santa Clara en Viazul. Nada más y nada menos que 12 horas de bus. La alarma la tenía puesta a las 7:00 de la mañana pero la mujer de la casa nos despertó a las 6:30 a grito de “¡¡¡Matin!!!, ¡¡¡Matin!!!, ¡¡¡Matin!!!, os habéis dejado la ropa en la terraza y os la pueden robar.” Por dios, qué bien me desperté…