Agosto 2017
Cuando hablo de Albania a alguno de mis allegados suelen comenzar las preguntas y las impresiones. Normalmente, o se trata de un país el cual no saben situar en el mapa, o bien uno del que han oído historias macabras.
- Hace 30 años, cuando viajé por Yugoslavia, recuerdo que Albania era uno de esos países de los que no podía visitar, ya que no daban visados.
Pero no solamente queda ahí la cuestión. Mucha gente directamente se pregunta porque vas allí.
- ¿Para qué vas a Albania? ¿Hay algo que ver?
El repertorio continúa cuando llegas al mismo país. Los mismos albaneses nos lo preguntaron constantemente.
- ¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué Albania?
La respuesta más filosófica sería decir que el espíritu viajero va más allá de lo que uno pueda saber o espere de un país. Va sobre lo inesperado. Es decir, sobre esa mística del quenospodrápasar tan apasionante.
La experiencia viajando me ha enseñado que los museos y los monumentos solamente te muestran una pequeña parte de la cultura del lugar, mientras que de la propia gente de los barrios es de donde sacas la quintaesencia, mediante el arte de hablar, escuchar y observar.
Eso es Albania en comparación a Europa Occidental, ya que el quehacer clásico del viajero se ve trastocado. Acostumbrado a ir a grandes ciudades, con espectaculares castillos, monumentos epopéyicos, barrios modernos, zonas financieras… en Albania, de alguna manera, la cosa cambia.
Esas infraestructuras turísticas que el viajero suele tener, desde un buen sistema de hostales u hoteles hasta buenas comunicaciones, existen en menor medida.
Aunque el turismo cada vez crece más en el país, aún sigue siendo escaso a pesar de la zona costera cercana a Grecia, con Sarande como ciudad referente. Cualquiera que viaje se puede dar cuenta del poco turismo que se percibe.
De hecho, en nuestro segundo día en Tirana (la capital), nos ocurrió una anécdota curiosa. Fuimos a preguntar a la oficina turística para que nos orientasen sobre qué hacer. Al realizar la pregunta, la trabajadora se quedó pasmada y vergonzosa, con cara de “hay poco que hacer aquí”. Nos dio un pequeño mapa y ahí quedó la conversación.
En los diarios que había leído ponía algo parecido. La mayoría de bloggers hablaban de las cosas a hacer en la ciudad, pero destacando siempre que no valía mucho la pena para estar mucho tiempo.
Afirmaciones que en cierta manera secundo, pero a la vez critico, ya que Albania me produjo unas vibraciones especiales, pese a lo extravagante que resultaba. En total dormimos cuatro noches en Tirana, pero nos faltaron cosas a hacer. Realmente pasamos muy buenos días allí.
Sin embargo, pese a Tirana, no significa que en un país como Albania no haya atracciones turísticas. Tiene una costa extensa con playas, una zona montañosa que hace frontera con Montenegro, varios parques naturales, ciudades preciosas como Berat y un largo etcétera.
Todo ello en un país poblado por 3 millones de habitantes. Resulta curioso porque hay más albaneses fuera de Albania que dentro. Una auténtica diáspora distribuida por países de sus alrededores, desde Kosovo, con 1.8 millones de albaneses, hasta Italia, Grecia o Turquía, ambos con más de 500.000.
Mis experiencias con los albaneses, que duraron nada más y nada menos que 10 días, me produjeron un gran impacto, un choque cultural inédito que me hizo obsesionarme ligeramente con el país, sobre todo en lo que concierne a la política y a las relaciones internacionales. Pero como comentaba anteriormente, todo estaba en el aire. No sabía casi nada del país, pero tenía ganas de saber.
Así que cruzamos la frontera y dijimos adiós a Yugoslavia. La cola era impresionante, y una vez entrabas en Albania la carretera no estaba asfaltada. En general la situación era bastante caótica. Conforme el coche avanzaba estábamos cada vez más expectantes sobre qué podría pasar y qué podríamos ver. Seguíamos bordeando el río.
Las primeras impresiones fueron observar una zona poca poblada, con construcciones a medias. Pocos coches, y los que había de gama alta, especialmente de la marca Mercedes, algunos muy nuevos y otros de hace cincuenta años. También vimos a un niño y a una abuela haciendo autostop.
Hicimos una pequeña parada en Shkoder, la primera ciudad tras la frontera, en la que pudimos palpar ligeramente atisbos de la sociedad albanesa. Curioseando por google maps encontré esta imagen, lugar por el cual pasamos.
La fotografía a primera instancia es una calle normal, pero denota algo muy característico albanés: la conducción. Se observa cierta anarquía, distintos medios de transporte e incluso una moto en la que van dos personas sin casco. Y no olvidemos, una bandera ondeando a lo lejos. La primera imagen del país fue extraña, ya que notamos un ritmo social diferente.
Aprovechando la parada, estuvimos en una cafetería a unos minutos tomamos algo de comer y una cocacola por módicos precios. Entendernos para pagar fue complicado, y nuestro ticket fue el siguiente.
Tras la pausa en Shkoder proseguimos con el viaje hacia Tirana. Tomamos la autopista. Los destacados mencionados se seguían reproduciendo. Mercedes y coches de lujo. Muchos concesionarios.
La conducción era ciertamente temeraria y había adelantamientos por el arcén, incluso bicicletas en las autopistas. También había muchos coches de boda por la carretera, bastante horteras a mi parecer. Además había gran cantidad de banderas albanesas. Pero sorprendentemente también había multitud de banderas de Kosovo y de Estados Unidos. Y de la Unión Europea. Se notaba un cierto fanatismo.
Entramos en Tirana hasta llegar al hostal, al cual fuimos con nuestro amigo francés. Nos hospedamos una noche en el Zig Zag hostel. Era pequeño y coqueto, con una bonita y agradable zona común. No estaba repleto de gente, por lo que lo hacía más apacible. Disponía de una limitada cocina y estaba administrado por voluntarios.
Había un costarricense recién llegado que iba bastante perdido. El hecho de que los voluntarios tengan poca idea del qué hacer suele ser algo típico en los hostales, haciendo el funcionamiento más natural, pero a la vez más caótico y divertido. Olvidemos las formalidades de Occidente.
Seguidamente nos duchamos y nos relajamos. Dejamos nuestras mochilas en la habitación. Sin candado ni nada, ya que nos dio mucha confianza el hostal. Dormíamos en la habitación más económica, la cual compartíamos con la dueña del hostal y el costarricense.
Luego de aposentarnos fuimos a dar una vuelta al centro de la ciudad, pasando por una enorme iglesia ortodoxa, además de ir a la famosa pirámide la cual se puede escalar. Seguíamos alucinando con los coches y la concepción de seguridad en la calle era total.
Recogimos a nuestra colega francés y le invitamos a cenar a un restaurante cercano a nuestro hostal, en el que pedimos el típico cevapici balcánico, pero con nombre albanés. Se podía llamar al camarero mediante un botón que había en la pared. Cenamos barato y de calidad. Tras eso, tomamos unos postres en una pastelería cercana y definitivamente acabamos en un bar viendo la vuelta de la supercopa de España entre el Barça y el Madrid. La gran mayoría estaba con el Barcelona.
Las primeras impresiones de Albania fueron estas. Una realidad chocante pero emocionante, con cientos de misterios por descubrir. La curiosidad nos invadía y queríamos seguir conociendo. ¿Por qué conducen de manera tan agresiva? ¿Por qué hay esos coches de lujos? ¿Por qué, a priori, resulta un país tan caótico?