Después de haber estado en un pésimo hostel en Batumi y habiéndome despertado a las 2.00 de la mañana, me embarcaba dirección Minsk (capital de Bielorrusia) a las 4.40 de la mañana, para una escala de ocho horas en la ciudad.
El aeropuerto de Batumi era diminuto, el más pequeño que había visto jamás. En el vuelo había principalmente bielorrusos, que destacaban por su mayor tamaño y sus cabellos rubios (Bielorrusia significa rusia blanca) y seguramente volvían de vacaciones. El murmuro en ruso estaba presente.
Publicidad en el avión para invertir en Batumi. Las luces como motor de desarrollo
El vuelo con la compañía Belavia fue decente y sorprendentemente cómodo, acompañado de un desayuno. Belavia es la mayor compañía bielorrusa, copando la mayoría de vuelos desde Minsk. Casi cinco millones de pasajeros pasaron por el aeropuerto de Minsk en 2018, una cifra que aumenta año tras año.
Al llegar a Minsk había una hora menos, por lo que me desorienté ligeramente. Cuando bajé del avión me llamó la atención la brutalidad de la arquitectura del aeropuerto, que tenía un aire espacial.
Mi intención inicial era poder visitar la ciudad por dos o tres horas, pero al cruzar el control de pasaportes me mandaron directamente por una salida que servía exclusivamente para escalas internacionales, por lo que no podía salir del aeropuerto.
En Bielorrusia no hace falta pagar visado desde 2018, y te otorgan uno de turismo que te permite viajar por un mes por la zona.
El infortunio por no poder visitar Minsk me hizo quedarme en el aeropuerto ocho horas, que acabaron resultando nueve y media. Sin embargo, esa larga escala fue un momento de los más inspiradores del viaje.
El cruce de las aduanas fue de alguna manera como sumergirse en el pasado soviético. Bielorrusia es un país que mantiene al presidente Aleksandr Lukashenko desde 1994, una figura muy polémica a nivel europea acusada de déspota.
Recuerdo una entrevista que leí al analista Morozov, experto en tecnologías de la información, sobre su país natal, Bielorrusia. Explicaba que después de la caída de la URSS el país no había experimentado el mismo dramatismo que Rusia y que se había instaurado un sistema autoritario.
A diferencia de Rusia y su colapso, Bielorrusia prefirió otro tipo de transición, sin figuras como Yeltsin. De alguna manera, ese neoliberalismo de los años noventa que propugnaba por la liberalición de los mercados y el desmantelamiento del estado, no ejerció igual de fuerza en el estado bielorruso.
Así pues, esa supuesta modernización no llegó a Bielorrusia y se quedó a mandos de Lukashenko. El país se quedó anclado en los años noventa, aunque esa realidad ha ido cambiando con el tiempo.
El aeropuerto era un poco laberíntico y me dejaba guiar por la intuición, así que me puse a caminar y observar.
Tras echar un vistazo a los estantes con productos bielorrusos, donde destacaban el vodka, los chocolates y las muñecas, caminé hasta llegar a un lugar que ponía Business Lounge, con una entrada verdosa, grande y bonita.
En el Business lounge
Me adentré con curiosidad y tranquilidad, y observé buenos servicios y gente trajeada. Vi una cama de matrimonio y procedí a tumbarme, lo que permitió dormir una siesta de casi dos horas. A eso de las diez de la mañana me desperté y fui a pedir un café para empezar el día.
Al dirigirme a la barra y preguntar, la respuesta de la señora que me atendió fue sorprendente. Era gratuito. Por lo que fui a tomarme un café con leche a la máquina. Todo parecía un poco raro.
Seguidamente le pregunte si podía tomar agua, y ahí la picaresca desapareció. Me preguntó si tenía invitiación, a lo que tras vacilar respondí que no. Y le dije que pagaba el café, pero me respondió diciendo que tenía que pagar el servicio completo, 35 dólares.
Con el café en la mano decidí dejarlo en la mesa y decir que no iba a pagar esa burrada. Me despedí de ellas mientras las dependientas se reían inocentemente. Se trataba de un servicio para largas escalas de gente con dinero. Paseé un poco más por la zona y vi unas cabinas con camas incorporadas y demás servicios.
Fui al al baño y al llegar vi un cartel indicaba donde beber agua más fría, siguiendo unas indicaciones. Me sentó genial esos tragos de agua helada. Las indicaciones estaban en tres idiomas diferentes: ruso, inglés y chino.
También observé a muchos chinos por la zona.
Buscando un poco de información, descubrí el parque industrial China-Bielorrusia, situado justo al lado del aeropuerto. Es conocido por llamarse Great Stone y es uno de los mayores parques industriales de China fuera de sus fronteras. El parque da trabajo a casi 150.000 personas.
La gran piedra. Via Belt & Road news.
China está invirtiendo mediante su Ruta de la Seda en Bielorrusia, país que servirá para conectar Rusia con el resto de Europa.
El complejo industrial de 91,5 km2. Vía industrialpark.by
La venganza de la geografía (2012) ofrece realidades muy incómodas que gran parte de los académicos y periodistas no se atreven a mencionar. Una de las tesis de Kaplan es que la geografía fue olvidada durante los años noventa, cuando la URSS se descompuso y múltiples guerras estallaron. En ese momento, Estados Unidos y Naciones Unidas creían que podían modelar el mundo a sus anchas.
Occidente, marcado por los valores del racionalismo, el humanismo, la ilustración, la democracia y los derechos humanos, creía que la tecnología y el progreso traerían seguridad y desarrollo a los países pobres. No obstante, Kaplan se muestra dudoso al respecto y pone su foco en la geografía y la historia. Accidentes geográficos como una montaña, un mar o un desierto o las herencias históricas imperiales, tienen profundos efectos en la creación –y el destino- de los estados nación modernos. Es decir, estas características ayudan –o más bien moldean- a dividir o unir comunidades humanas.
En la primera parte del libro, llamada “Visionarios”, Kaplan explica las teorías de Mackinder y la Isla Mundial, y analiza otros autores como Spykman, McNeill, Mahan, Hodgson, Morgenthau, y Kissinger, todos ellos conservadores británicos o estadounidenses (muchos de ellos migrantes europeos a Estados Unidos), e incluso también se apoya en Heródoto y finalmente en el marxista francés Braudel.
Muchas de estas teorías fueron esenciales para las potencias occidentales a lo largo del Siglo XX, pero en la actualidad Kaplan afirma estas doctrinas están siendo aplicadas por potencias como China, con su obsesión por dominar Asia Central (el centro de la Isla Mundial de Mackinder), o India, con su voluntad por ampliar su poderío naval (aspecto esencial de las teorías de Mahan).
La isla Mundial de Mackinder vía https://juvcritica.wordpress.com/2018/01/12/cinturon-y-ruta-el-proyecto-chino-para-la-dominacion-geoeconomica-de-eurasia/
Los “geopolíticos” son aquellos autores que intentan analizar el mundo de acuerdo a la geografía (el medio ambiente) y la política (los estados).
Robert Kaplan, pese a su heterodoxia, defiende la doctrina geopolítica -profundamente realista-, aunque puede ser utilizada de manera perversa como la Alemania nazi. La geopolítica por tanto va más allá del entendimiento del ciudadano medio y su advertencia es clara.
Comúnmente olvidamos el factor geográfico y la consecuencia que tiene ésta en la relación entre actores a nivel mundial. Y pese a lo que ocurre con el cambio climático, la geografía sigue siendo prácticamente la misma desde el inicio de las primeras civilizaciones en Mesopotamia.
La segunda parte del libro analiza el mapa mundial de nuestro presente.
Las regiones más importantes del mundo son las que componen Eurasia, por lo que África y América Latina quedan en segundo plano (aunque veremos si es así en el futuro: tendremos que ver qué ocurre con la migración subsahariana hacia Europa, por ejemplo.).
El proceso globalizador actual, a diferencia del de Marco Polo, hace que el tiempo y el espacio se compriman al máximo, y que las cosas que ocurran en el otro lado del mundo nos afecten directamente (interdependencia). Así pues, Europa, Rusia, China, India, Irán y el legado del Imperio Otomano son los mundos a tener en cuenta.
El conflicto -o la cooperación- se encuentra en el corazón de Eurasia, pero ¿cuál es exactamente este corazón de la Isla de Mackinder? Posiblemente Asia Central, una región dominada por lenguas túrquicas, influido por el poder político ruso y cada vez más interconectado a China por sus poderosas inversiones.
El autor, con su visión de estratega geopolítico, habla constantemente del “Gran Oriente Medio” o “quadrilátero mundial”, un término acuñado durante el legado de George W. Bush y que hace referencia a una región triangular con sus ángulos en Marruecos, Somalia y Asia Central, y que está caracterizada por su inestabilidad.
Gran Oriente Próximo via Wikipedia https://es.wikipedia.org/wiki/Gran_Oriente_Medio
En este triángulo convergen persas, turcos, árabes y kurdos principalmente, y que todos ellos excepto los persas formaron parte del Imperio Otomano, pero ahora nos preguntamos quién domina el mundo musulmán ¿Los turcos, más avanzados y cercanos a Occidente? ¿Los iraníes mesetarios, que son un país milenario? ¿Los árabes del desierto, que nunca han tenido una gran potencia? La descomposición del Imperio fue hace más de 100 años, pero los efectos siguen estando muy presentes. El mundo actual se parece mucho al de la Primera Guerra Mundial.
En el centro de este triángulo Estados Unidos priorizó su política exterior, invadiendo Irak y Afganistán en la década de los 2000. Sin embargo, los estadistas estadounidenses consideran que ahora es momento de centrarse en contrarrestar el poderío chino, sacándole provecho tanto al continente euroasiático como al Mar de la China Meridional. Estados Unidos se está retirando de Siria y Afganistán. En esencia, el giro hacia Asia fue una estrategia iniciada en la era de Obama, que ahora sigue Trump con la guerra comercial con China y la lucha contra la Ruta de la Seda.
En el norte de Eurasia se encuentra otra gran potencia histórica: Rusia. Para el gigante del norte, la geografía es un enemigo y un aliado al mismo tiempo. Sus aguas congeladas por el norte y sus enormes estepas por el sur, así como su riqueza en recursos naturales, hacen de Rusia una potencia única. Sus fronteras, volátiles e incontrolables, hacen al país muy difícil de controlar, pero veremos qué rol tiene en el juego euroasiático, es decir, en su relación con Europa del Este, Cáucaso, Asia Central y China, y cómo proyecta su política exterior más allá de sus fronteras.
Si el “cuadrilátero mundial” está marcado por los conflictos permanentes derivados de la geografía y la historia, India y China, divididas por las montañas, son las potencias que determinarán el futuro de Eurasia. Ambas crecen económicamente a un ritmo abrumador y suman 2.700 millones de personas, aproximadamente un 35% de la población mundial.
China ya ha iniciado su gran proyecto de la nueva ruta de la seda y está afrontando grandes problemas en la actualidad, aunque su dominio mundial es cada vez mayor. Mientras que la China próspera se asienta en las tierras fértiles del Pacífico, en el Xinjiang, separado por el desierto del Gobi, habitan los Uigures, que comparten grandes similitudes con muchos pueblos de Asia Central; son de ascendencia turca y su fe es el Islam.
China seguirá afrontando sus retos en el disputado Mar de la China Meridional, y con Taiwán, Tíbet, Estados Unidos, la frontera rusa y Corea del Norte, y por no hablar de los efectos que puedan tener sus inversiones en lugares más lejanos como en África.
La Antigua Ruta de la Seda. Vía: https://www.imagenesmi.com/im%C3%A1genes/muslim-history-timeline-ac.html
Por otra parte, India aún está en un nivel de desarrollo mucho menor, y va camino de convertirse en gran potencia. La geografía le acompañará en el futuro, ya que se encuentra en un “subcontinente” con tierras fértiles y habitables. Ayudada por las calientes aguas del Índico, es cuestión de tiempo que comience a expandirse por los mares con más rapidez. Su delicada situación con Pakistán (el sexto país más poblado del mundo, con 200 millones de habitantes), y su enemigo acérrimo, no da muestras de arreglarse, al igual que la convivencia entre musulmanes e hinduistas. La frontera de Kachemira, con montañas de más de 7000 metros de altura, es una de las regiones más peligrosas del mundo, y en ella convergen Afganistán, Pakistán, India y China.
Tras sus análisis de Eurasia, cabe decir que, pese a su calidad argumental, su visión del mundo está articulada en La anarquía que viene, un famoso artículo que publicó en The Atlantic en el 1993.
Kaplan cree que el mundo pobre o subdesarrollado está condenado al caos y a la violencia, y muchas de sus previsiones de los años noventa se han cumplido. Este mundo que describe es difícil de determinar, pero podría ir de Sarajevo a Pekín, de Rabat a Bangkok, y de El Cairo a Johannesburgo. Más allá de este mundo anárquico, Kaplan advierte que Estados Unidos no puede olvidar su frontera Mexicana: el muro que propuso Trump que tan criticado fue se acabará convirtiendo en una dramática realidad.
Eurasia
Su obsesión es desgranar los conflictos étnicos y religiosos de los lugares que va visitando en su carrera de periodista y viajero, hasta acabar convirtiéndose en un analista geopolítico de primer nivel. Polémico por naturaleza pero cada vez más vinculado al poder estadounidense y a sus intereses. Es obvio que su cosmovisión es fruto tanto de su identidad de judío estadounidense como la de una persona que ha entrevistado a personalidades políticas de todo el globo. Con sus ojos ha visto lo mejor y lo peor de este mundo. Su excesivo determinismo geográfico es la gran crítica que se le puede hacer.
Robert Kaplan es un firme defensor de la idea estadounidense del mundo, en el que la democracia y el libre mercado son empresas que debe exportar. Entre otras, justifica la invasión de Irak y el bombardeo de la OTAN en Belgrado, siempre determinado por los intereses estadounidenses y occidentales, que según él, están casi condenados a ser universales. Kaplan es también un orientalista, y claramente un autor que identifica el mundo occidental con un Nosotros y un mundo oriental con un Otros (¿Subdesarrollados? ¿Antidemocráticos? ¿Menos seculares? ¿Peores condiciones geográficas?).
En mi humilde opinión, Kaplan ilustra con claridad la política exterior estadounidense, una de las disciplinas más estudiadas en el mundo. Por muchos textos que hubiese leído en la universidad estudiando relaciones internacionales, al final el periodista Kaplan es un ejemplo de un neorrealista convencido: el mundo es anárquico (no hay autoridad central) y el Sistema Internacional está determinada por su estructura. Y en ese caos que impera y que viene, Estados Unidos juega sus cartas desde su protegida isla americana.
Desde que soy pequeño, o bien desde que tengo uso de razón, siempre he seguido a José Mota. Recuerdo esos viernes noche dedicados a ver con mi madre y mi hermana Cruz y Raya, disfrutando de Blasa y el Morito Juan, así como tantos otros personajes creados y parodiados por el dúo de José Mota y Juan Muñoz.
A esa edad temprana, la mayoría de cosas seguramente no las entendía, pero la inocencia y la risa del niño que había en mí me hacían disfrutar.
Cruz y Raya, tras veinte años de emisión, se separó. Por lo que los humoristas decidieron emprender sus caminos en solitario.
Unos años más tarde, José Mota volvió con La hora de José Mota, con nuevas ideas y divertidos personajes, como el Cansino Histórico y el Tío La Vara. Y cual fan, seguí viéndolo, esta vez con un mayor entendimiento. De vez en cuando me pongo algún sketch antiguo, para reírme y evocar gratos recuerdos.
Juan Muñoz y José Mota. El dúo histórico de Cruz y Raya.
Además de esto, José Mota también dirige el especial de nochevieja, en la que en el reciente fin de año se emitió Bienvenido Mister Wan-Da, una divertida película basada en que la trama política formada por los cuatros grandes (Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera) y el Rey Felipe VI intentan convencer a Wan-Da (un empresario chino) para que invierta dos billones de euros en España.
El plan que tienen es contratar a José Mota para que realice un documental para convencer definitivamente a los chinos de la inversión.
El humorista es viral en China debido a un vídeo relacionado con una farola, con la que se choca repetidamente.
Wan-Da, nuevo rey de España.
El argumento es sumamente interesante.
Está centrado en China, el principal socio comercial del mundo y el rival geopolítico de Estados Unidos en el sudeste asiático.
Los chinos, desde la mitología popular española, son vistos como seres extremadamente trabajadores y con una capacidad de generar dinero impresionante, penetrando en todas las esferas de la sociedad y en todas las regiones del mundo.
Están en los mercados, son silenciosos. Hacen sus estudios, desembolsan el maletín y se ponen a invertir. Los chinos están produciendo infraestructuras a lo largo del mundo. Desde las macro ciudades industriales en China, pasando por África (en la que son los mayores inversores), hasta la construcción de uno de los proyectos más ambiciosos de su política exterior: la Nueva Ruta de la Seda.
José Mota pone en evidencia el desconocimiento acerca de la sociedad y el quehacer chino que hay en España y, en general, en todo Occidente. Es por ello que el Rey propone a los líderes políticos estudiar en profundidad sus costumbres, para lograr unas mejores relaciones con el país.
En Occidente lo chino está creciendo, desde la gente interesada en su lengua hasta los institutos de estudios que analizan su política exterior. Esto refleja un interés, cada vez mayor, de lo chino, una anticipación de lo que viene. O más bien una adaptación de lo que hay, ya que lo chino hoy en día son oportunidades económicas para cualquiera.
Reuniones secretas entre José Mota y el Felipe VI
A mi parecer hay un gran problema de perspectiva sobre aquello que llamamos Oriente, debido al eurocentrismo –u occidocentrismo- que impera en nuestras mentes. Tanto Oriente Medio como el Lejano Oriente (China y sudeste asiático) están completamente estereotipados e imaginados de manera arcaica.
Y más allá de lo que conozcamos, estos miles de millones personas son muchos más que los Occidentales y cada vez solicitan con ansia sus ganas del trozo de pastel en el mundo.
Sin ir más lejos, en Asia viven 4.600 millones de personas, mientras que en Occidente viven aproximadamente 1.000. Quizás deberíamos seguir relativizando culturalmente y entender que existen otras culturas en el mundo que actúan y ven el mundo diferente a nosotros, y que sobre todo, que cada vez tienen más importancia, y nosotros, por tanto, cada vez menos. Es un hecho: el protagonismo de Europa en el mundo que se está conformando es cada vez más irrisorio.
Por ello, el Rey y sus secuaces intentan buscar como sea la inversión china. El dinero es lo que necesitan, el cual va acompañado de una serie de condiciones, materializadas en presiones y deudas eternas e impagables.
Básicamente como lo que hace Alemania con las economías del sur de Europa: O hacéis lo que os digo o os dejo de prestar dinero. Y prestar significa que a largo plazo me tendréis que pagar, cueste lo que cueste.
Dichas presiones se ven constantemente a lo largo del especial, poniendo el máximo ejemplo de la farola antes mencionada, que hace al hijo de Wan-Da -un infantiloide ricachón y caprichoso- reírse a carcajadas. Las farolas aparecen en todos los sketches de la película que está rodando José Mota, para convencer a los chinos de la inversión.
José Mota chocándose con la farola
Más allá de la temática china también hay múltiples escenas en las que se habla de los típicos problemas españoles, siempre remarcando el toque político y el espíritu progresista del humorista español. Sea el procés, sea el machismo imperante en los medios de comunicación, sean los rifirrafes entre Juan Carlos Monedero y Eduardo Inda o las dificultades de acuerdos entre los cuatro líderes de los principales partidos.
Los cuatro grandes de la política española
La película acaba con la coronación pública de Wan-Da, aunque en realidad se trata del Rey Felipe VI con una máscara.
Es decir, los chinos invierten en España y, además, la coronación resulta ser falsa, en la que el complot de las altas esferas españolas vence a los chinos, gracias a una jugada maestra. Con todo esto se muestra la dualidad de la política internacional entre amigos y enemigos, en la que al final priman los intereses nacionales.
La película de José Mota nos muestra también el futuro devenir y la disputa –o cooperación, según se mire- con la todopoderosa China, cada vez más presente. Y el humor, al fin y al cabo, nos puede servir para entender nuestra realidad y las relaciones internacionales.
Me encontraba paseando por Wall Street y no paraba de pensar en películas. Pequeñas ideas se iluminaban de repente, consecuencia de veinticuatro años consumiendo la industria cultural estadounidense. Me preguntaba a mí mismo si esto es cómo en las películas; y sí, lo es. Todos los tópicos y todas las imágenes que puedas imaginar, de las que prácticamente todos los ciudadanos de occidente -y de gran parte del mundo- han bebido en los últimos 70 años, son de verdad. Es una realidad dolorosa; el pensar que un país ha dictaminado tanto y ha creado un estilo de vida que aún sigue siendo el hegemónico.
La cultura es una base de su poderosa política exterior. En efecto, Estados Unidos sigue siendo una superpotencia en todos los aspectos. Aunque China está creciendo espectacularmente, aún le quedan muchos años para llegar al nivel de los norteamericanos. Y ellos lo saben muy bien. El terrorismo y otras temáticas siguen existiendo en su agenda, pero su futuro rival –y cooperante a la vez-, China, será su principal desafío. Ya estamos en la Nueva Guerra Fría.
Imagínate que eres una persona poderosa y aparece otra que cada vez tiene más poder. El comportamiento natural quizás sería intentar mantenerte en el poder y evitar que esa segunda te destrone. Este ascenso chino lleva a los estadounidenses a delirar. Leyendo la ForeignAffaris o TheAtlantic uno se dará cuenta. Tienen miedo de los chinos, pero tienen medios para jugar sus cartas en el tablero.
Días emocionantes me acompañaban. Afronté el día del vuelo cómo suelo hacerlo: con nervios e insomnio. Realmente no tengo otra manera de hacerlo; el cuerpo y la mente inconscientemente actúan así. Sumándole, además, una ligera resaca que producía un dolor soportable en la sien.
Mi segundo vuelo transatlántico tendría que haberlo afrontado de otra manera, teniendo en cuenta como lo pase en los anteriores. Ocho horas sentado, pero con tu familia alrededor. Mis cascos y móvil no funcionaban bien, así que tuve que apañármelas con agradables conversaciones y con “Identidades asesinas” de Amin Maalaouf. Era sin duda un buen momento para pensar acerca de la identidad, uno de los temas de la actualidad.
El escritor líbano-francés escribió este corto ensayo de apenas 200 páginas en 1999, después de las catástrofes acaecidas desde la caída de la URSS, en la que estallaron conflictos sangrientos motivados, entre otras cosas, por la etnicidad, un componente ubicable en aquello que llamamos “identidad”. En esos momentos, el mundo creía que podía pensar de manera única. Es decir, existía un consenso para abordar los asuntos internacionales.
Pero ese consenso, marcado por ese idealismo propuesto por Estados Unidos, estalló en 2001 con el ataque terrorista a las Torres Gemelas en Nueva York. La ciudad alberga un imponente memorial en el lugar de los atentados. Unas enormes fuentes cuadradas, con los nombres de los muertos esculpidos en sus bordes. Justo al lado está el museo del 11 de Septiembre, en el que por 20 dólares puedes acceder a ver una visita histórica de lo sucedido. Seguramente, la identidad del mundo cambió en ese momento, cuando oficialmente se comenzó la guerra contra el terrorismo internacional.
La identidad es también especialmente importante en un país como Estados Unidos, fundado por inmigrantes alemanes, ingleses, irlandeses y de diferentes países. La historia de este país es posiblemente una de las más increíbles. Recientes pero muy intensas. De aquellos momentos con Madison y Jefferson, de la Revolución americana, del esclavismo, de la guerra del norte contra el sur, de las voces que alertaban en Europa de una tierra nueva llena de oportunidades, de la guerra con México y los indígenas
La identidad americana hoy en día es consecuencia de todo eso. De mantener el american way of life, es decir, su sistema: la sociedad de consumo. Bajo los pilares de la libertad económica y la protección de su país han creado el mundo a su parecer. Imperialismos y conquistas que aún siguen vigentes, bases militares y productos alrededor del globo.
Lo internacional caracteriza a lo estadounidense. Esa multiculturalidad –relativa- y diversidad –relativa también- que habita en Estados Unidos; ese gran nacionalismo que considera a su país y su legado lo mejor, lo más legítimo y lícito. Los encargados de provocar la guerra y a la vez mantener la paz.
Estando en Washington me compré por primera vez la revista Foreign Affairs, la publicación más influyente del mundo en política exterior y visión norteamericana del mundo. En dicho número me llamó la atención especialmente un artículo de Amy Chua llamado “Tribal World”, en el que hablaba de la importancia de los grupos/tribus en las identidades modernas, y que además se estaban acentuando con la globalización.
Ponía el ejemplo de un experimento científico basado en que a varios niños les asignaban aleatoriamente camisetas de color azul y rojo. Seguidamente, los investigadores mostraban imágenes de otros niños –con camisetas azules o rojas- y les pedían que escogiesen las que más le gustaba, en la que todos los niños apostaban por la de su propio color. Una respuesta lógica en primera instancia. Este pequeño experimento quería mostrar la importancia del grupo como identificación social, ya desde una edad temprana y no solamente en la edad adolescente.
El nuevo debate que recorre los círculos estadounidenses, del que se culpa al populismo, va en relación justamente a esto, en cómo interactúan hoy en día los clivajes clásicos (izquierda-derecha, campo-ciudad, etc.). Es decir, el debate cada vez más se centra en una cuestión identitaria, en el que la ideología, entendida principalmente desde el eje izquierda y derecha, queda en segundo plano.
En “Against Identity Politics”, resumen del nuevo libro que está preparando Fukuyama, se muestran todos estos argumentos, en el que se demanda por una mayor unificación política, a la vez que una lucha racional contra los populismos. Recientemente, Fukuyama afirmó que Marx podía volver.
En Estados Unidos, añadido a la sociedad del espectáculo, la polarización es evidente, con varios ejes –muchos de ellos ligados a la identidad- en disputa: demócratas versus republicanos, blancos versus multiculturales, hombres contra mujeres, campo versus ciudad…. La “Identity Politics” ya nos está afectando a todos. Pero que el color de tu camiseta no te determine tanto, por favor.
La frontera de Estados Unidos no la pasa cualquiera. Recientemente, Trump prohibió la entrada a gente proveniente de siete países: Corea del Norte, Siria, Libia, Irán, Yemen, Somalia y Venezuela.
Para una familia proveniente de España con pretensiones turísticas la entrada al país no fue complicada, a pesar de los mitos. Te hacen las típicas preguntas, pero no la clásica de “¿Vas a matar al presidente de Estados Unidos?” que le hicieron a mi padre hace 25 años. Los contactos con el acento americano también se notaron. Acostumbrado a lo escocés y a su educación, esa manera de expresar las cosas a lo americano me chocó.
Al pasar la frontera se notaba ya esa publicidad incipiente que te come, con carteles enormes y luminosos, expresados en cientos de idiomas. Un sistema muy penetrante que dejaba atónito. Al llegar al vestíbulo, fuimos a pedir un taxi para que nos dejase en el barrio de Harlem, donde habíamos alquilado un piso. El taxista pronuncia “Manharan” en vez de “Manhattan”.
Millones de personas concentradas en una gigante megalópolis. Bienvenidos a Nueva York, la ciudad que nunca duerme. Las referencias cinematográficas eran constantes y el trayecto a casa fue lo más puro Blade Runner. Siempre me han gustado, o por lo menos sorprendido, esas ciudades que desprenden una esencia apocalíptica y que te dicen abiertamente “todo vale”. Mientras tengas dinero, todo está dicho.
El taxista nos dejó en Harlem, donde se notaba un ambiente muy latino. Llovía a raudales y los propietarios del piso no llegaban, hasta que finalmente nos atendió otro hombre con acento ruso y nos subió al apartamento. Lo de que Nueva York nunca duerme es literal. Calor, mosquitos y música a toda pastilla de bolivianos, que a las seis de la mañana de JetLag se hacía bastante insoportable.