Marzo 2017
La cooperación al desarrollo no ha cumplido con sus metas y se encuentra en la actualidad con múltiples retos, referentes a su calidad, su eficacia y la creciente reducción de fondos.
Definir a la cooperación al desarrollo es una tarea sumamente compleja. Se trata de un concepto que cambia según las corrientes de pensamiento que la analicen, sumado a los determinantes sucesos históricos que la han influido.
De acuerdo a la Carta de Naciones Unidas, uno de sus propósitos es “Desarrollar la cooperación internacional para subsanar los problemas económicos, sociales y culturales”, pero en líneas generales la entendemos como “el conjunto de actividades desplegadas por países desarrollados que implicando alguna transferencia de recursos concesionales a los países subdesarrollados, tiene como finalidad principal la de ayudar a superar la difícil situación en estos últimos países”.
Si hablamos de la CAD, no podemos obviar la Ayuda Oficial al Desarrollo, una de sus formas institucionalizas, de carácter más restringido y de un ámbito estatal. Esta se manifiesta en ayuda bilateral no reembolsable, ayuda reembolsable y ayuda multilateral. La AOD tenía el objetivo del famoso 0,7% el cual únicamente han cumplido los países nórdicos.
El realismo, corriente principal en relaciones internacionales, interpreta a la CAD como una estrategia de política exterior. Esto es, en gran medida, un “soborno” por el cual los países del Norte obtienen beneficios de los países del Sur para su interés nacional.
El desarrollo, por tanto, ha sido concebido una herramienta estatal y vinculada al crecimiento económico. Sin embargo, las concepciones de desarrollo han ido cambiando con el tiempo, lo que ha repercutido en la CAD.
Desde los años ochenta, lo países en vías en desarrollo comenzaron a tener graves problemas debido a la deuda contraída con los países desarrollados. El neoliberalismo, nueva corriente dominante en políticas económicas, consideraba al CAD como un factor contraproducente al desarrollo, lo que supuso una notable reducción de costes.
El sistema internacional de Cooperación y Ayuda al Desarrollo entró en una nueva etapa, en el que la globalización neoliberal provocó una liberalización económica, quitándole espacio a la AOD. Además de los cambios en políticas económicas, en los noventa se introdujeron nuevas temáticas como medio ambiente y participación política en la agenda del desarrollo.
Después de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, surgidos tras la ineficacia de la AOD y por la pobreza mundial, el PNUD incorporó el desarrollo humano en sus interpretaciones, así como la doctrina de los derechos humanos, además de la celebración de cumbres internacionales como la Declaración de París (2005), la Cumbre del G-20 (Seúl, 2010) y el Cuarto Foro de Alto Nivel sobre la Eficacia de la Ayuda (Busan, 2011), entre otras, para intentar cumplir y monitorear dichos objetivos.
Sin embargo, la realidad dista mucho de los retos propuestos, y existe un fuerte debate en cuanto a la calidad, la eficacia y la reducción de fondos. Los datos sobre la eficacia y el impacto de la ayuda demuestran que la ayuda no sirve, no se gestiona y no es suficiente.
La CAD ha sido obstaculizada por aspectos como la malversación de fondos, la imprevisibilidad y la debilidad del monitoreo, entre otros. Otros aspectos, como una mejor gobernanza y la inclusión de actores privados y locales en los procesos de cooperación al desarrollo puede ayudar dicho proceso.
La eficacia de la CAD será determinante de acuerdo a los objetivos fijados en Busan.
En la cumbre se fijaron algunos objetivos principales, mediante marcos de monitoreos para recopilar más datos, con el objetivo establecer unos indicadores en temáticas variadas, en torno a aspectos como la participación, la igualdad de género, el papel de la sociedad civil y etcétera. Otros elementos imprescindibles para la eficacia serán la transparencia y la rendición de cuentas.
Dentro del debate en torno a la eficacia y la gestión de fondos, otros aspectos relevantes son los problemas de volatilidad, los problemas de consistencia y los pocos incentivos existentes.
Es notorio subrayar las arduas discusiones entre Sachs y Easterly, mostrando visiones totalmente contrapuestas del desarrollo. Según Easterly, bajo las premisas de extensos informes y grandes planes lo único que han hecho es “reforzar la burocracia” de los países en vías de desarrollo. Sachs, por otro lado, director del proyecto de Objetivos del Milenio, considera que el papel de las instituciones internacionales tiene que ser “desarrollar herramientas que ayudan a mejorar el mundo” y que mediante soluciones técnicas y ayuda al desarrollo se logrará erradicar a la pobreza.
En definitiva, la cooperación al desarrollo presenta un futuro incierto.
Las nuevas modalidades de la CAD, como la cooperación Sur-Sur y la cooperación triangular, ponen en evidencia los fuertes cambios en la economía-mundo y el ascenso de nuevas potencias económicas, que determinan en gran medida otras formas de cooperación; se convierten en los llamados donantes emergentes. En otras palabras, “la Cooperación Sur- Sur (CSS) pone sobre la mesa una nueva lógica de ayuda diferente a la idea asistencialista de la Cooperación Norte-Sur (CNS)”.
Otros actores, de ámbito privado y local, proliferan y articulan con firmeza un nuevo desarrollo. Es evidente que la CAD requiere elementos más allá de la asistencia técnica y financiera, y que deberíamos – o necesitamos- entenderla, como “acciones de carácter internacional orientadas al intercambio de experiencias y recursos entre países del Norte y del Sur o entre países del Sur, que tiene como intención, conseguir metas comunes asentados en criterios de solidaridad, eficacia, interés mutuo y sostenibilidad”.
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