Madrid alternativo en dos días

Marzo 2017

A lo largo de los años las personas vamos guardando a gente en nuestros corazones. Con el auge de las tecnologías de la información y la comunicación, mantener contacto hoy en día con tus allegados resulta mucho más fácil: un simple mensaje ya basta. Sin embargo, todos sabemos que a las redes sociales, por mucho que las maquillemos de emoticonos, notas de voz, selfies o frases bonitas, les faltará siempre una cosa: humanidad. 

La cuestión recae en que este viaje exprés a Madrid ha estado basado en eso. Reavivar amistades que por motivos varios, como la distancia o los estilos de vida, se habían frenado. Así pues, fue un ejercicio para rememorar el pasado con ex-compañeros de la carrera. 

De toda la gente que se llega a conocer en todas las etapas vitales, solamente algunas son las que te marcan. Unas te influyen más que otras. También se pueden perder en el tiempo. Otras te acompañan.

Por todo esto, tanto mi amigo y yo llegamos a Madrid con ganas de comernos a la ciudad. Este viaje representa mi tercera visita a Madrid Fui cuando era pequeño, en un viaje familiar, y hace tres años para las Marchas de la Dignidad.  Esta vez visitaríamos la ciudad de manea muy efímera, pero moviéndonos en un ambiente familiar, alternativo y activista. 

No hacía falta preparar gran cosa para apenas dos días. Es por ello que fui con la mochila medio vacía. Únicamente necesitábamos dos cosas: dormir y transporte. El qué visitar se ocupaba nuestro amigo residente en Madrid. 

Aquí comenzó uno de los dilemas, ya que dormir en Madrid es caro, o eso me pareció. Acostumbrado a dormir por una media de diez euros cuando viajo, tener que pagar veinte fastidia bastante. Al final acabé escogiendo un piso mediante Wimdu, una especie de Airbnb más cutre.  

Según los mapas, estaba bastante alejado del centro, en una zona más periférica. La descripción de Edouard, el dueño del piso, era la siguiente: “Me gusta jamón serrano , queso, curado , vino tinto y buena compañía !”

Y aquí también quería poner otro debate en la mesa. ¿Es necesario hospedarse en el centro de las ciudades cuando se viaja? ¿Estar en otra zona no te da oportunidad a conocer ligeramente otra realidad de las ciudades?

Fuimos a Madrid en coche, ya que económicamente era lo que salía mejor. Tren y avión eran muy caros, y el bus muy incómodo. Mi amigo conducía y pusimos un Bla Bla Car, utilizando  eso a lo que llaman economía colaborativa, compartiendo gastos entre mi amigo y las dos mujeres que vinieron con nosotros en el trayecto. Casualmente a una la conocía, había estudiado con ella en el bachillerato. El mundo es un pañuelo.

Así pues, partimos hacia Madrid sobre las 16:00 de la tarde. Nos esperaba un largo trayecto, en el que doritos, aquarius y kinder buenos nos acompañaron, resultando ser una combinación explosiva. Conforme uno se aleja de Barcelona va observando el descenso brutal de las temperaturas, más aun cuando uno va por las zonas más frías de España. Cuando pasamos por Soria estábamos a cero grados. Encima nos cayó una fuerte tormenta. 

Finalmente llegamos a las 22:30 a la estación de Atocha, donde nos esperaba nuestro amigo. Lo recogimos, después de un fuerte abrazo, y nos dirigimos hacia nuestro piso, con el GPS, ya que Madrid, a priori, es más caótica en cuanto a estructura urbana que Barcelona. La Eixample contrastaba con el modelo radial madrileño. 

El piso estaba en calle de los Perales (el nombre me causaba una sensación lejana y pueblerina), perdida en las afueras de Madrid, cercana al Hospital 12 de Octubre, en el barrio de Orcasur-San Fermín. No estaba tan lejos realmente, pero estaba en zona un poco abandonada, rodeada de carreteras. Estábamos en un gigantesco bloque de pisos a las afueras, viendo así otra realidad. Por la noche no era especialmente agradable

Aparcamos el coche, nos perdimos, pero al fin llegamos a casa de Edouard. Era un ruso gigante un tanto estrambótico, bastante mal hablado, con un acento divertido pero muy simpático. Nos enseñó el piso, dejamos la cosas y fuimos a tomar algo de tranquis por la noche madrileña.

Con ganas de hablar de nuestras cosas (política, proyectos, fiestas, gente, relaciones y un largo etcétera) fuimos al barrio hipster de Malasaña en el centro de Madrid, una especie de Born (Barcelona). Nuestro colega nos llevó a El Tigre, un sitio donde por una jarra de cerveza de medio litro y un plato grande de bravas o tostas de pan con jamón y demás te pagas únicamente 5 euros.  El sitio es uno de lugares emblemáticos de la comida madrileña. Incluso llegando tarde (a las 24:00) estaba bastante lleno. Me sorprendió una cosa: el suelo estaba completamente lleno de servilletas, una de las tradiciones de los bares de Madrid: no usar la papelera en los bares. No sé hasta qué punto es cuestión de educación, guarrería o cultura, pero por lo que se ve es lo común. Y yo como suelo decir: la higiene está sobrevalorada. En Madrid se come mejor, cosa que también nos advirtió prácticamente todo el mundo.

Seguidamente, fuimos a un bar discoteca enfrente a tomar unas cervezas, hasta que acabamos en la discoteca Lujuria, en el barrio de Chamberí, para acabar bailando los clásicos del reggaetón y la rumba hasta altas horas de la noche. Nuestro amigo, activo políticamente, nos hizo una radiografía del movimiento político y estudiantil de Madrid, para hacer los paralelismos con el catalán. De hecho, esta discoteca era una especie de feudo de Podemos.

Realmente el rollo político que se lleva en Madrid es bastante diferente, pero está marcado por una cosa fundamental, el eje nacional (España-Cataluña) no existe. Allí se lleva más el eje izquierda-derecha, mientras que en Cataluña, y concretamente en Barcelona, estos ejes se entrelazan y discuten constantemente. Por ello, aquí en Cataluña se tiene que lidiar con un doble problema, o también quizás, con una doble oportunidad.

A las 7 de la mañana…

Podemos en Madrid está mucho más arraigado como un grupo constituido, mientras que en Barcelona no existe, o aparece en forma de confluencias varias tipo En Comú Podem, Catalunya Sí Que Es Pot o Barcelona En Comú. Y aun así, se mueven relativamente independiente al Podemos centralizado de Madrid. Lo más parecido a la CUP serían el movimiento Yesca, aunque siendo más kinkis que el perfil de la CUP (clases medias universitarias).

Después de esta pequeña radiografía de la política izquierdosa madrileña, solamente me queda decir, respecto a esa noche, que acabamos en los famosos papizza (restaurantes de comida rápida de pizza que están por todo Madrid) y volvimos a los Perales. Había mucho negocio abierto las 24h y enormes pantallas por el centro.

Al día siguiente nos levantamos resacosos y apenas dormimos, pero la euforia del viajero puede con todo. Por ello, quedamos a las dos con nuestro colega -que durmió en su piso alquilado en La Latina- en la plaza del Sol (el equivalente a Plaza Cataluña), en la famosa estatua del Oso. Allí estaban un grupo de feministas luchando por la violencia de género que llevaban ya tiempo en huelga de hambre y que habían sido multadas recientemente. 

Nos tomamos el bocata de calamares madrileño, que jamás había probado, y que me resultó buenísimo. Incluso me pedí dos. Es una tradición que como buen visitante a Madrid uno tiene que probar. Sabemos que el madrileño no se lo tomará allí, sino en el bar de al lado de su casa. 

El abuelo de un amigo mío me dijo un día: “El mejor marisco de España se encuentra en Madrid. Se pesca de madrugada en las costas gallegas y es transportado en camiones hasta la capital”. 

Seguimos paseando por el bonito centro de Madrid y quedamos con otros dos amigos, que por casualidad, también andaban viendo a una amiga. Fue pura coincidencia. Quedamos con ellos y fuimos al bonito y clásico barrio de Lavapiés, el Raval madrileño, quizás el barrio más interesante y reivindicativo junto a Vallecas. Un lugar donde se combinaban los grafitis reivindicativos, los centros culturales y la inmigración. Y que por suerte, parecía no estar gentrificado por los barbudos con gafas de pasta. Estuvimos descansando y tomando unas cervecitas y nos alejamos del agobiante centro de Madrid.

Un aspecto que me llamó la atención de Madrid, en contraste a Barcelona, es el transporte y las comunicaciones. Es mucho más laberíntico y grande, mientras que la ciudad condal es realmente muy fácil situarse debido a la estructura de las calles cuadriculadas. En este sentido, Madrid es abierta, con calles anchas y grandes espacios y parques, cosa que Barcelona es todo lo contrario, estrecha y cerrada. 

En cuanto a las comunicaciones, Barcelona resulta mucho más cómoda, tanto por el sistema de metros como el de buses. Pasan más frecuentemente y el metro funciona los sábados toda la noche, cosa que en Madrid no. La capital no es una ciudad habilitada para las bicicletas, ni para las motos, cosa que convierte al coche en el medio de transporte por antonomasia.

Después de pasear por Lavapiés, el barrio que me gustó más, seguimos por el centro de Madrid hasta llegar al famoso barrio de Chueca -el barrio gay de Madrid-, también gentrificado, para tomar algo. El camarero que nos atendió, de nuestra edad, resultó simpático pero también tenía un toque de chulería. Y es que eso, según dicen y pude constatar ligeramente, el madrileño es más chulo y más abierto que el barcelonés.

Eso que dicen de que los catalanes somos bordes no estoy del todo de acuerdo, pero tacaños sí. Por lo menos más que ellos. Y es que los tópicos configuran la esencia. Mi amigo me explicaba, por ejemplo, que para el botellón usaban un bote común para comprarlo todo, cosa que me sorprendió. Y ojo, beber alcohol en la calles de Madrid supone una multa de 300 euros, mientras que en Barcelona solamente 12,5. 

El próximo destino era ir a Vallecas (o Vallekas), el enorme barrio obrero e izquierdista de Madrid, conocido por todo el Estado español por su asociacionismo y combatividad, y por la afición del Rallo Vallecano, los famosos Bukaneros, pintados como violentos por los medios de comunicación pero con una gran influencia en el movimiento vecinal vallecano. De alguna manera, Vallecas tiene una similitud con Nou Barris, en lo que concierne a su lucha vecinal constante y a su condición geográfica (periférica). Un auténtico feudo en comparación a los barrios residenciales y ciudades del norte de Madrid.

Fuimos a Vallecas para un concierto en el Centro Social Okupado Juvenil Atalaya, un enorme colegio ocupado en el que se desarrollan todo tipo de actividades, como relacionadas con el deporte (boxeo, autodefensa femenina, etc), lúdicas (ajedrez, malabares, etc), conciertos y demás. Coincidiendo con mi estancia, asistimos al concierto antirepresivo que dió Sons of Aguirre, un grupo de rap parodia neoliberal, para recaudar fondos para el juicio de Néstor, al cual le piden tres años de cárcel debido a acciones de la última huelga general.

Luego de eso fuimos a la Sala Hebe de Vallecas, un sitio mítico del barrio, en el que se han dado más de 3000 conciertos, cuna del movimiento rockero español, por el que han pasado Marea, Ska-P y Boikot, entre otros. 

Luego volvimos a casa del ruso, que nos despertó a las 10 para echarnos, ya que el check out era a las 11. Así que deprisa y corriendo, abandonamos la corta estancia en el barrio de San Fermín, por lo que pillamos el coche y fuimos hacia el famoso mercado callejero El Rastro. Este mercadillo, con más de 400 años de antigüedad, es uno de los quehaceres turísticos y de los madrileños los domingos al mediodía en La Latina, otro bonito barrio. Es impresionante lo que se llega a llenar y puedes encontrar prácticamente de todo, a precios asequibles. 

En Lavapiés

Por casualidades de la vida, después de recorrernos el enorme rastro, llegamos a parar a un bar que se llamaba algo así como el “Mesón extremeño” y que ofrecía unas exquisitas tapas por tres euros. 

Después de dos días en Madrid nos tocó volver, y pese al poco tiempo que estuvimos, lo disfrutamos al máximo y nos lo pasamos genial, en el que probamos un poquito de todo. No vimos ni El Retiro, ni el museo del Prado ni mil cosas famosas, pero me quedo mil veces más con ver una ciudad de manera “alternativa”. 

El debate histórico entre Madrid y Barcelona lo viví y analicé en carne viva. 

Madrid es una ciudad más kinki, más señorial, más abierta, más barata, más grande, con la gente más simpática, menos turística, más humilde, más clásica. 

Barcelona es una ciudad más moderna, más europea, más pequeña, más turística, más cómoda y más bonita. Cada una de ellas tiene sus ventajas e inconvenientes, pero sin lugar a dudas, Madrid es impresionante y me enamoró.