La cultura del hachís está ampliamente extendida en Marruecos desde hace siglos, que según un ruso que conocí, se basa en un pacto de hace 250 años entre la monarquía y los señores del hachís. Antiguamente se utilizaba como planta medicinal y se distribuía hacia Francia y otras parte de Europa.
El negocio del cáñamo es fruto de un pacto secreto entre la monarquía y los señores del hachís. Aunque esté ilegalizada en todo el país, se consume con naturalidad, sobre todo en el norte del país. Al contrario que el alcohol, prohibido por el Corán, el Cannabis no aparece en el texto sagrado.
Sol, té y hachís
Marruecos es el mayor productor de hachís del mundo y se encarga de la distribución al resto de Europa. Una gran parte de la droga va hacia España, a las costas andaluzas, donde desembarca. Las vías de llegada son muy variadas, desde lanchas hasta aviones, y se distribuye tanto por mafias locales como por fumadores individuales.
Históricamente, desde España se ha dicho que llega en el “culo del moro”, en el que el marroquí ingiere la droga en una bolsa y luego la defeca al llegar a destino.
En el valle del Rif, zona mayoritariamente bereber, se produce principalmente el hachís. La droga tiene un gran impacto en el tejido laboral del país, dando empleos a miles de personas. Chefchaouen es la ciudad del hachís por excelencia, donde miles de peregrinos fumetas europeos aparecen por esos lares a disfrutar de los mágicos efectos del THC.
Después de dos semanas de turismo cultural decidimos ir a la costa croata para relajarnos, gastando el último pasaje que nos quedaba de nuestro Interrail. Esta vez fue un trayecto corto, de unas cinco horas hasta llegar a Pula, ciudad principal de la península de Istria, situada al norte de Croacia.
Nuestros planes allí contemplaban playa y relax. Caminamos por Pula hasta llegar al coliseo y salimos a las afueras para irnos a Premantura, un pequeño pueblo más al oeste que nos habían recomendado. El autostop fue increíblemente fácil.
Anduvimos vagabundeando un par de días por las preciosas playas de la zona, disfrutando de esas aguas cristalinas y puestas de sol paradisíacas. Un día durmiendo al lado del bosque vimos un ciervo que nos miró inquietantemente y echó a correr.
Por las afueras de Premantura, buscando algo.
Más adelante fuimos al pintoresco Rovinj, un pueblo más al norte, ya en dirección a Venecia. También hicimos autostop para llegar. Dormimos en un camping al lado de la playa, y nuestro nivel de precariedad aumentó. Tenía una necesidad de comer comida más sana y alimentarme decentemente, pero el viaje no me lo permitía y debía calmar mis impulsos.
Finalmente, un día más tarde emprendimos de nuevo el viaje dirección Venecia. Luego de 40 minutos esperando, un amigable italiano traductor de persa nos recogió en Rovinj. Dio la casualidad que el chico pasaba por Venecia, lo que nos fué de perlas. En principio, nuestra opción era hacer parada en Trieste y allí coger un bus o un tren para ir a Venecia. Pero vista la oportunidad, el amigable conductor nos llevó directamente a la plaza principal de Venecia. Habíamos superado exitosamente el trayecto, superando dos fronteras (300 kilómetros) en un total de cinco horas.
Budapest nació hace 150 años con la unión de Buda, la parte oeste del Danubio, y Pest, la parte este. El imponente río parte la ciudad en dos.
Es claramente una de las centros emergentes en Europa central y del este y constituye un misterio para muchos de nosotros. Se trata de una ciudad intensa, bastante grande y resulta fácil ubicarse. En Budapest viven casi 2 millones de personas, lo que la hace el centro cultural, económico y político del país.
La zona de Pest, la más importante, aglutina a la mayoría de la población. Allí está la hostelería, la zona fiestera y los barrios obreros. La zona de Buda, por otro lado, es más pija, cara y monumental.
Budapest tiene una serie de monumentos emblemáticos como el Parlamento (enorme y precioso de noche), los miradores de Buda y la gran Sinagoga. Y el lugar que posiblemente me gusto más era un lago artificial en el centro de la ciudad, en el que la gente iba con sus cervezas y mojaba los pies.
En el lago, mientras tomaba una cerveza.
A diferencia de Praga, dónde hasta en las zonas humildes se veían casas de colorines como si estuvieses en un cuento de hadas, en Budapest se observa al salir del centro una considerable degradación.
En nuestro barrio hay edificios en muy mal estado, con calles sucias, pobreza y mucha adicción a las drogas. De manera acentuada, observé un notable consumo de alcohol y de otras drogas como la heroína, viendo muchísimos botellines de vodka y varias jeringuillas a lo largo de mi estancia.
Los húngaros, antiguos magiares que provenían de las estepas euroasiáticas y montaban a caballo, son un pueblo bastante único. Tienen fama de inventores, crearon el cubo de rubik, el bolígrafo convencional y descubrieron la vitamina C.
El idioma que utilizan es extremadamente complicado. El húngaro no proviene de las lenguas indoeuropeas y apenas tienen similitudes con otros idiomas. El origen está expuesto a debate y aún no se conocen sus orígenes con precisión, como el euskera. Se dice que viene de los Urales. En líneas generales resulta un idioma extremadamente difícil de dominar hasta para los propios autóctonos: tiene 14 vocales y todas se pronuncian diferente.
El hostal de Budapest era el peor hasta el momento. No tenía ni rótulo en la entrada. Las habitaciones estaban relativamente bien, pero todo lo demás estaba en muy mal estado. Tenía una especie de sótano que parecía un club de stripteases: muy oscuro, viejo, con zonas destrozadas y sofás destripados. Las duchas son de la edad piedra y me cargué una al llegar.
A diferencia de su hermana mayor Varsovia, Cracovia posee más encanto, tiene un centro histórico más conservado y agradable, y tiene muchos más turistas. La ciudad no alcanza el millón de personas. Resultaba una ciudad muy bonita, agradable y coqueta, con el río Vístula más pequeñito, que se mostraba perfecto para dar un paseo; se respiraba otro ambiente, más burgués, universitario, fiestero y católico.
Cracovia fue la capital del país en la época medieval. El centro histórico está rodeado por unas preciosas murallas. El castillo de Wawel, antecesor de la ciudad, es posiblemente el monumento más famoso, pero no pagué su elevado precio.
Vistas desde el castillo de Cracovia
En esos momentos ya comenzaba a estar harto de tanta religión, tanto por la intensidad polaca como por mi ateísmo, pero la historia está impregnada de religión y es necesario entender su desarrollo para conocer la cultura polaca. De hecho, Polonia es el país más católico de Europa, de lo cual están muy orgullosos. No conseguía aclararme entre cristianos ortodoxos, protestantes y católicos, sumándole el judaísmo.
Al igual que en la capital, en Cracovia también hacía una comunidad judía importante, y por ende también albergó un gueto judío en los años 40. A tan sólo una hora se podía visitar el desolador complejo Auschwitz-Birkenau, el mayor campo de muerte que jamás ha existido. Por unos 30 euros se puede hacer una visita guiada de más de cuatro horas, con bus y guía incluida por Auschwitz y por Birkenau. Se calcula que asesinaron a 1 millón de personas. La famosa historia del empresario alemán que salvó a 1100 personas, llevada al cine de la mano de Spielberg en la película “La lista de Schindler”, también ocurrió en Cracovia.
Anduve de huésped en un hostal extremadamente céntrico con ambiente juvenil, en una habitación enana en la que convivimos 8 personas, con unas camas que pinchaban. Nunca había estado en un hostal tan caótico y fiestero, y más sumando el hecho de que habíamos llegamos a las 12 de la noche. Había unos chinos durmiendo en la sala principal. Esa primera noche me fue imposible dormir por la combinación de la discoteca de abajo, los borrachos y las alarmas. En un hostal-discoteca costaba llegar a la fase rem.
En Cracovia había más fiesta y una gran densidad de bares. La plaza central era gigantesca y preciosa. El Monte Kosciuszko, un extraño montículo, fue posiblemente de lo que más me impresionó.
Ando de turismo en un apartamento céntrico de París, en una especie de Raval barcelonés, en pleno verano. Se trata de un barrio con mucha inmigración, acompañado del famoso proceso de gentrificación que afecta a tantas ciudades en el mundo, aunque en realidad le tendríamos que llamar capitalismo urbano.
Uno puede ver en la misma calle una peluquería nigeriana y un barbero paquistaní junto a un bar de cócteles lleno de hipsters o start ups. Esas contradicciones me ayudaron a probar por primera vez el Gyros griego, el enrollado clásico de Grecia. Estas contradicciones también son inherentes de la modernidad, y por ende, la atraen, generando una especie de fetichismo de la pobreza.
Pintor en París
Mi bloque de pisos está metido en una callejuela muy agradable, en la cual necesitas un código para entrar. Está repleta de plantas, bicicletas y mesitas agradables para tomar café. Contrasta con lo visto en la calle.
Se puede pasear con relativa tranquilidad y la cantidad de turistas es increíble, ya que es una de las ciudades más turísticas del mundo. Pero sin duda alguna hay menos densidad de gente que en Barcelona, una ciudad dominada por los guiris (manera en la que se llama a los extranjeros blancos con dinero en España) entre los meses de mayo y septiembre, momento en el se convierte en algo agobiante y calurosa en la que hasta cuesta vivir.
El parisino, conocido por su arrogante carácter, puede tomarse una cerveza en el agradable río Sena, repleto de gentes tomando vino y bailando. El barcelonés se la toma en el bar chino de enfrente de casa.
Llama la atención la presencia de militares con fusiles campando por la ciudad. Uno los puede observar en lugares públicos muy concurridos como la Torre Eiffel o delante de una sinagoga en el barrio judío. El atentado más conmovedor de los últimos tiempos, el del ataque a la revista satírica Charlie Hebdo que se saldó con trece muertos, había ocurrido tan solo hace unos meses. La militarización es contradictoria de por sí, ya que genera una sensación de seguridad e inseguridad a la vez. Cuando ves a un militar piensas que te te puede defender, pero a la vez significa que hay un peligro. Es un pez que se muerde la cola.
Pese a esto, París es una ciudad con un encanto increíble. La visité con apenas ocho años y ya tenía buenos recuerdos, aunque borrosos. Únicamente paseando por la ciudad se puede disfrutar de la preciosa arquitectura y de las grandiosas calles. La grandiosidad de los edificios te deja boquiabierto, reflejando ese poderoso pasado francés, desde la majestuosidad del museo de Louvre hasta la catedral de Notre Dame. La famosa belleza de las mujeres francesas, los cientos de parques y jardines, los pintores y artistas urbanos, y la gran cantidad de vida que emergía en aquellos momentos, hacía de de París una de las ciudades más emblemáticas del mundo.
París es una ciudad repleta de historia, capital revolucionaria a nivel mundial por excelencia, marcada por grandes acontecimientos como la Revolución Francesa, la Comuna de París y el Mayo del 68.
La miniaventura familiar parisina acabó con una visita a Disneyland, un parque de atracciones que es un jodido timo sacadinero. Por el mero hecho de cumplir sueños infantiles, este parque cobra nada más y nada menos que 80 euros. Recuerdo largas colas de más de 30 minutos para hacerse una fotografía con Winnie de Pooh. En resumidad cuentas, Micky Mouse es un explotador y Portaventura siempre estará presente.