Historias de pistolas y comadronas

Agosto 2017

Suena el despertador. Mochila equipada, nos espera un día incierto. Llevamos algo de provisiones para aguantar unas horas. Ese algo es una botella de litro y medio de agua, unas almendras y unas galletas. Nos metimos un buen desayuno en el hostal y partimos hacia Belgrado. Tomamos el precioso tranvía –con vistas al Danubio- que nos dejaba en una estación al oeste de Budapest, y desde allí teníamos que coger un bus que nos acercaba a un punto sugerido por el portal hitchwiki.org, la Wikipedia de los autostopistas.

El punto era el siguiente: Gyáli út, situado a las afueras de la ciudad. Llegamos alrededor de las 9:45, hora en la cual el sol comenzaba a molestar bastante.

Al llegar nos dimos cuenta que ya habían dos grupos de mujeres esperando para hacer autostop que, no por casualidad, habían llegado antes que nosotros. Los horarios de los latinos son más lentos y el sentido de la puntualidad no existe, más aun cuando vas con un viajero lento.

Hay cierta solidaridad y ayuda entre mochileros, pero cuando se trata de autostop, se ha de tener en cuenta que no puedes ni debes quitarle los coches a los mochileros que llevan esperando más tiempo que tú. Así que nos pusimos en un lugar intermedio, bajo un sol que te quemaba el cerebro. El brazo se ponía moreno mientras sostenía un cartel que ponía Beograd (Belgrado en serbio) y otro que ponía Serbia. . 

Recogieron a las chicas al rato, pero nosotros seguíamos allí, comiéndonos los mocos. En nuestro caso, dos hombres lo teníamos a priori más complicado. Íbamos de negro, con algo de barba y éramos más morenos que muchos viajeros europeos. La imagen y los estereotipos son claves a la hora de hacer autostop. Hay algunos consejos para mejorar, pero mi truco siempre era sonreír.

Tras esperar una hora y media bajo ese sol, en el que tuvimos que cambiar de cartel a Szeged (ciudad del sur de Hungría) para aligerar, nos recogió una mujer mayor que se dirigía allí. Por lo general, resulta más fácil hacer autostop a nivel nacional, ya que pasar por las fronteras suele costar: la gente quiere evitarse problemas llevándote en el coche y, en general, se hacen muchos menos trayectos de país a país que dentro del mismo.

Subimos al Opel Astra, en el que hacía un calor épico y nos adentramos en la autopista con las ventanas abiertas, para que el viento nos hiciese un efecto más agradable. Estuve hablando la hora y media -con un inglés simple y básico- con la mujer hasta que nos dejó en el centro de Szeged. Y me contó la historia de su vida que era realmente impresionante.

Se trataba de una médica húngara, izquierdosa y en contra de las políticas de Viktor Orban, el primer ministro de Hungría desde 2010. Según ella, Hungría había tenido un retroceso democrático con este hombre y que en la época socialista se vivía mejor. Lo impactante de su historia era que había pasado en sus últimos 20 años.

Estuvo siete en prisión, cinco de arresto domiciliar y actualmente no puede salir del país ni trabajar en ciertos sitios. De hecho, iba a Szeged a cuidar a su madre de 96 años. El delito que cometió fue trabajar clandestinamente de comadrona, en la que en uno de los partos, una criatura pereció y fue denunciada por la madre. Una historia dramática y una vida perdida. Y una mujer condenada por sus errores del pasado. Mientras escuchaba todo esto alucinaba.

Nos dejó en el centro de Szeged, la tercera ciudad más grande de Hungría, con 161.000 habitantes. El calor abrumador nos perseguía y nos refugiamos en supermercado para hidratarnos y comprarnos algo de comer, con el poco dinero que nos sobraba de Budapest. Pusimos el pareo en un parque donde había sombra y comimos un humilde bocata de jamón y queso acompañado de una Xixo Cola (nos hizo gracia el nombre y la pillamos, casualmente mi compañero de viaje llevaba la camiseta de Los Chichos).

Nos quedaban unos 5-6 euros aproximadamente, y aun teníamos que llegar a Serbia. Tomamos un café en un bar, descansamos con aire acondicionado y pillamos Wi-Fi para saber qué hacer. Además, estuvimos hablando con los dos camareros, que eran de origen serbio. Aprovechamos para explicarle nuestro viaje. Sucedió algo curioso, a la par que esperable, y era sobre Albania.

  • Pues verás, en nuestro viaje queremos ir a Serbia, Bosnia, Montenegro, Albania, etc?
  • ¿Albania? ¿Lleváis pistolas? (Dice riendo)

Más allá de los tópicos albaneses que oyes desde fuera, la crítica serbia suele ser bastante furibunda e incluso en muchos casos racista. A Albania se le concibe como un país mafioso, peligroso y no apto para serbios. Existen malas relaciones entre ambos países, sobre todo por el polémico tema de Kosovo, que durante el diario se irá explicando con detenimiento.

Después del café y los “consejos” para Albania, caminamos hasta tomar un bus que nos llevaría al pueblo más cercano a la frontera. Tras 30 minutos en el bus, repleto de gente con maletas, llegamos a Röszke. A partir de allí, teníamos que cruzar la frontera caminando con las mochilas.

Fue un momento bastante épico. Nunca había cruzado una frontera caminando. Eso en Europa era cosa de refugiados, no de clasemedianos occidentales. El policía de las aduanas, tras mirarme la cara de mi pasaporte (parezco salido del Cártel de Sinaloa, ya que fue tomada un día de resaca y espero que no me traiga problemas en un futuro), me comentó lo siguiente:

  • ¿A dónde vas, Martín?
  • Belgrado
  • Okey, ningún problema. Disfrutad(Me puso el sello en el pasaporte y avanzamos)

La frontera entre Hungría y Serbia se militarizó en 2014 cuando Viktor Orban construyó un muro entre los países para evitar la llegada masiva de refugiados. Un muro de alambre de púas de 4 metros que recorre los más de 500 kilómetros de la frontera húngara con Serbia y Croacia. La europa soñada, democrática y libre, dista mucho del viraje húngaro, que con su amigo polaco están poniendo en jaque muchos de los principios europeos.

Budapest nocturno

Agosto 2017

Llegar a una ciudad por la noche es complicado. Cuando algo no te resulta familiar es más difícil adaptarse y orientarse. Y cuando la gran Budapest te come por la noche yendo en solitario, solamente puedes ser apañado y utilizar la gran herramienta del mochilero: la pregunta. Preguntando se consiguen las cosas, muchas más de las que el GPS puede darte.

A veces, las simples preguntas se convierten en actos de gran generosidad por los locales de la zona, que valen más que cualquier algoritmo que te pueda ofrecer google. Mi desorientación, a la vez que emoción, era tal que no sabía ni donde pillar el autobús, así que tuve que preguntar a un funcionario que, mediante señas pudo ayudarme. Casi una hora más tarde llegué al hostal, y en el camino ya me ofrecieron drogas en cada calle. .

Tenía muy buenos recuerdos de Budapest, que en esas épocas destacaba por el extremo calor. Estaba en pleno barrio judío, que coincide con la zona fiestera de la ciudad. El hostal estaba literalmente metido en un bar, como uno que estuve en Cracovia hace años, un party hostel que no me gustó nada.

Enfrente del Danubio. El parlamento detrás.

Llegué, hice el check-in, dormí a duras penas por el ruido, y fui a desayunar, a la vez que conocí a una uruguaya que llevaba un año viajando. Cuando crees que has oído la historia más impresionante, otro nuevo mochilero te cuenta otra que te deja boquiabierto.

En Budapest aproveché para ir al Museo del Terror, en el que se narra el pasado comunista y nazi de Hungría. Por un precio asequible (unos 3 o 4 euros con carnet de estudiante) uno puede visitar el enorme y bien detallado museo, que poseía una gran cantidad de información. No voy a decir que el museo me gustó especialmente, ya que me parece una falta de respeto comparar al nazismo con el comunismo.

Tras el comunismo en en Hungría se impuso la democracia liberal, hoy en día gobernada por el ultraderechista Orban, famoso por sus políticas antirefugiados. A la derecha de Orban está Jobbik, un partido abiertamente nazi. En toda Europa del Este ha habido un auge muy grande del populismo de derechas, y en Europa Occidental está cada vez más presente.

Los otros días estuvieron marcados por una extrema socialización en el hostal en el que nos hospedamos, después de la llegada de mi amigo. Estábamos enfrente del río Danubio. El hostal no estaba muy bien gestionado ya que no tenía ningún tipo de control de entradas y salidas, solamente algunos administrativos que estaban en la parra. Por la noche ponían a un tío con muy mala leche durmiendo en una hamaca fuera del hostal.

Cuando uno está de hostales se harta a conocer gente. En la primera noche el hostal estaba repleto de alemanes, australianos y holandeses, que formaron un guetto anglosajón, formado por blancos de piel, nivel de inglés perfecto y poder socioeconómico elevado.

De hecho, la nacionalidad es clave para la socialización, ya que de ahí sacamos el primer prejuicio. Después, la persona nos podrá sorprender, pero en general, mal que pese, los tópicos de toda la vida se cumplen. Españoles ruidosos, argentinos psicólogos, italianos modernos, australianos egocéntricos, etc.

Al día siguiente el hostal fue dominado por lo latino, con la lengua española como hegemónica. Nos juntamos de bascas, catalanes, argentinos, un canadiense y un ruso. Hubo un desequilibro norte-sur en ese hostal, una pequeña lucha de clases a nivel internacional. La tarde se fue animando y salimos de fiesta por el barrio judío, primeramente a un bar enorme con grafitis y luego a una discoteca.

Pasamos en dicho hostal en Budapest un total de tres noches, hasta que partimos hacia Serbia haciendo autostop. Digamos que aquí comenzó la auténtica aventura, la Odisea Balcánica. Cuando partimos del hostal hacia las afueras de Budapest no teníamos nada en mente, solamente un host que había encontrado por BeWelcome (una aplicación similar a CouchSurfing) que nos dejaba alojamiento gratuito dos días.

Mediante la página web hitchwiki.org, una Wikipedia para autostopitas, localizamos una de las mejores paradas par hacer autostop. Así que fuimos y nos encontramos a otros dos grupos de autostopistas, todo chicas. Dicen por ahí que es más fácil siendo mujer, pero a la vez más peligroso.

En general la gente no suele raptarte y llevarte a casa para descuartizarte. Al revés, seguramente será una experiencia increíble a nivel sociológico, y las historias y la amabilidad que desprenderán te sorprenderán.

Tras 1.30h esperando, una mujer húngara nos recogió. Teníamos un cartelito que ponía Serbia y Szeged. Partimos hacia Belgrado por la mañana y llegamos por la noche al día siguiente. ¿No decían que el autostop era fácil?

Mientras tanto, mi padre me envió un mensaje avisándome de la ola de calor que acaecía en los Balcanes, llegando a cuarenta grados en Belgrado. Pero sí, tras dos días largos y duros, pero increíbles a nivel de anécdotas y aprendizaje vital, llegamos.

Eslovenia, un país de bosques

Agosto 2015

Eslovenia es un país con forma de gallina. Solamente tiene dos millones de habitantes, lo que le convierte en uno de los más pequeños de Europa. Su capital, Liubliana, concentra en su área metropolitana a un cuarto de los eslovenos. 

El centro histórico de la capital, acompañado del río Liubliana, tiene unas preciosas vistas al castillo que se encuentra en la colina, en uno de los puntos más altos de la ciudad. Pequeñita, agradable y coqueta son adjetivos que definen a Liubliana. 

Nosotros nos hospedamos en las afueras de la ciudad, en la casa de un couchsurfer esloveno muy simpático y hospitalario. Sí, los eslovenos nos llamaron la atención por ese aspecto. Te saludaban por la calle y te intentaban ayudar si tenías algún problema. 

El plan es Eslovenia fue perfecto. Nuestro couchsurfer nos llevó a casa de una amiga suya a las afueras de la ciudad, con el objetivo de disfrutar de una barbacoa, ver estrellas fugaces por la noche y dormir al raso. Fue una experiencia muy bonita y increíble que no pasa cada día. Era una de las primeras veces que veía estrellas fugaces -o que prestaba atención a ellas- y tuve la oportunidad de ver una quincena. El cielo rural esloveno desprendía pureza.

Eslovenia es el ejemplo de país tranquilo, pacífico y con bajas tasas de criminalidad, pese a la pequeña guerra que tuvieron debido a la descomposición de Yugoslavia, en la que murieron aproximadamente un centenar de personas.

Algo que destaca en Eslovenia es la gran cantidad de bosques que tiene, los cuales constituyen más del 50% del país, además de gran cantidad de lagos y riachuelos. Bajo recomendación eslovena, decidimos no ir al famoso lago de Bled por el exceso de turismo, y decidimos ir a visitar el lago de Bojinh -situado debajo de los Alpes- que se encontraba a unos poco kilómetros de Liubliana. 

Acampada libre en la Eslovenia rural

Se trata del lago más grande del país, mucho menos turístico y más natural que Bled. Mis ojos no habían contemplado hasta ese momento una zona tan preciosa y recóndita. Alquilamos unas bicicletas y rodeamos gran parte del lago. 

La bicicleta es el medio de transporte por antonomasia del ciudadano de Liubliana, y con un único candado ya te aseguras que no te la roben, no como en Barcelona. 

Eslovenia era un gran cambio en comparación a lo anteriormente visto. Se percibía mejor nivel de vida, menos pobreza y menos multiculturalidad, y los precios eran más elevados. Me parecía una especie de oasis en la que los jóvenes a los que pregunté desconocían el reggaeton. Al igual que en los países anteriores, se bebía alcohol en grandes cantidades, pero esta vez tenías que pagar en euros. 

En Liubliana, el último día, visitamos el museo del autostop por mera casualidad, el cual sirvió de inspiración para las próximas aventuras que venían, como las experiencias que nos explicaron los amigos eslovenos.