Dulce navidad en Atenas

Navidad amaneció con frío y lluvia, que se mantuvo hasta las cuatro de la tarde. Era un día gris. Aun así, existía una esperanza para celebrarla, independientemente de las religiones y de lo empapados que estábamos todos. Mientras que los voluntarios occidentales nos preocupábamos por no mojarnos, a los voluntariados refugiados no les importaba, actuaban sin importar las circunstancias y las consecuencias: su dureza en afrontar la vida era completamente diferente. Procedimos a ir casa por casa cantando canciones navideñas. Íbamos picando a cada lugar, felicitábamos la navidad y dábamos regalos. Los traductores, como siempre, jugaban un papel importante, ya que más allá de los jóvenes que participan en las actividades, los adultos no saben inglés. Así pues, nos dirigíamos en árabe, en persa (farsi, la versión iraní y darí, la versión afgana) y kurdo.

Dentro del grupo de voluntarios cada uno aportaba sus conocimientos. Por ejemplo, los refugiados ayudaban en cuestiones como la lengua y la autoridad moral. En cambio, los demás intentábamos ofrecer lo que sabíamos de nuestra experiencia, ayudando por ejemplo a organizar mejor, ser originales y poner cierto orden. La combinación entre ambos voluntarios era esencial y constituye una de las bases del proyecto

Los humildes regalos que dábamos a los niños eran motivo de gran ilusión. Pese al aspecto que presentaba el campo en ese día lluvioso, el grupo de gente que éramos, cantando para sacar sonrisas, era un rayo de luz. Y pese a las circunstancias, el día fue bastante exitoso. Aunque el tiempo lo cambie todo, a veces se puede luchar contrCa él. Cuando dejó de llover, los niños comenzaron a seguirte y ayudarte, mostrando una curiosidad única. Siempre pensé que esos niños tienen más visión de futuro que cualquier joven millennial occidental.

Al acabar de repartir de regalos estuve tomando un té con unos amigos guineanos, con los que estuvimos hablando de fútbol, laamb (la lucha senegalesa que está creciendo exponencialmente en África) y de música francesa, como Stromae y Maitre Gims. Me estuvieron enseñando música africana que ahora llevo en mi teléfono. La historia de los chicos africanos, que se encuentran ciertamente marginados en el campo, es también muy impactante. Tras intentos fallidos de cruzar los Balcanes para llegar al norte de Europa, fueron deportados hasta que llegaron a Grecia.

Al acabar el día nos dirigimos al metro, como hacíamos cada día. El camino se basaba en unas calles oscuras rodeadas de polígonos industriales. En esa noche había un grupo de gente haciendo fuego y poniendo música muy alta y cocinando; una escena bastante grotesca. Por la noche fuimos a una fiesta afgana, a la inauguración del tercer local de este país en Atenas. Estuvimos bailando sus músicas tradicionales, fumando shisha y tomando cerveza. En general, los afganos beben menos alcohol en España y les gustaba el Jack Daniels. Éramos una especie de invitados de lujo al lugar, unos extranjeros amigables recibiendo un trato increíble.

Un día mi amigo conoció a un iraní que vivió dos años en España y diez en Estados Unidos, y que había huido de Irán porque el gobierno era un “demonio”. Se dedicaba a la poesía. Mientras hacían una hoguera buscaba la inspiración que un lugar como Eleonas podía darle. Fuimos a visitarle. Llamamos a su puerta y salió un momento. Nos dijo que estaba haciendo la siesta y que nos pasásemos cualquier día a partir de las 7.30, momento en el que hacen una pequeña hoguera delante de su casa. Al cabo de dos días, nos acercamos a tomar el té con él y me dio más pinceladas de su historia, marcada por haber viajado por el mundo durante 25 años. Había vivido en España el año 1978, en plena transición, donde venía Vírgenes María de gran tamaño. Cuando emigró a España tenía 20 años.

Llevaba en el campo de refugiados bastante tiempo, y nos explicaba que no podía volver a IránSe dedicaba a escribir poemas en farsi. Debido a que su hija vivía en Irán, había tenido que borrar su cuenta de Facebook –donde publicaba sus escritos- por temor al gobierno. Tras una larga conservación acompañada del té, nos dijo que escribía contra el Islam, aunque nombrada a dios constantemente. Unos días más tarde pasamos a saludarle, y con la extrema hospitalidad que caracteriza a los iraníes, nos sentimos obligados a quedarnos a cenar una estupenda barbacoa de alitas de pollos. Con la brasas de la hoguera se podía cocinar la carne, acompañada esta vez de un par de vasos de coca cola. Hablamos de política y me pareció una persona muy vivida y con grandes experiencias, a la que de nuevo, solo se podía escuchar detenidamente y extraer los frutos de su sabiduría. El té, como de costumbre, siempre estaba presente.

Sus experiencias vitales le habían abierto la mente, y la calidad de sus argumentos le daba la razón. Me sorprendió, por ejemplo, su ligero apoyo a Donald Trump, un hombre fuerte que según él estaba ayudando a Irán a librarse de los demonios que lo gobiernan. O incluso me comentó que el palestino que llevaba no le gustaba especialmente, que era un signo de identificación de árabes y kurdos. 

Pese al frío y desánimo invernal, en Eleonas siempre hay una razón para sonreír, sea por esos niños que se suben a tu espalda como monos o por la hospitalidad de la gente. Pero en general siempre había un buen ambiente; cualquier momento era importante para celebrar. así pues, Muchas de las actividades que se hacían tenían algo relacionado con la música. Recuerdo una actividad en la que participé, en la que los adolescentes tenían que mostrar a los demás como se bailaba en su país. En ese conjunto de chavales heterogéneo había afganos, sirios, kurdos, palestinos, iranís y un malí. 

Los afganos tenían un estilo más libre y con movimientos de brazos, manos y pechos. Los árabes, sirios y palestinos, bailaban cogidos de la mano y en ciertos momentos pegaban un golpe al suelo con la suela del zapato. El chaval de Mali puso reggae africano, que se bailaba principalmente calmado y con los pies. La disputa por la música era constante y siempre había unos temas que sobresaltaban por encima de otros. Como es de esperar, el reggaetón también estaba presente. Muchos de los días acaban con música en el lugar de reunión, incluso a veces se celebraban karaokes, en la que los niños disfrutaban al máximo. La canción que más sonaba era Ya Lili. 

La sensación era que la celebración nunca tiene justificación, y que los momentos de jolgorio ayudan a hacer ameno el día a día. No sé como lo hacía, pero siempre acabas bailando, sea donde fuera.

Historias de supervivencia de refugiados

Durante el voluntariado, a la vez que realizas las actividades, escuchas detenidamente las historias de los refugiados. Ninguna te deja indiferente; nunca dejaba de sorprenderme.  Con una paciencia táctica y un oído fino intentaba preguntar sobre sus vidas. En estos momentos te dabas cuenta de que tu vida tiene poca importancia. Acostumbrados al individualismo y egocentrismo occidental, estas experiencias suponían duros golpes. Ante todo, no eres nadie. 

Un chico me explicó que tuvo que huir de Irak. La ruta que emprendió fue cruzar Turquía desde el Kurdistán iraquí, pasando por las montañas. Seguidamente pagó un taxi para que lo llevase a Izmir, la gran ciudad Turca de la costa mediterránea. Esta se trata una de las principales rutas que realizaban los refugiados, independientemente de donde viniesen. O cruzaban Turquía (muchos de ellos gracias a las mafias) o se quedaban en campos de refugiados del país, en los cuales hay unos 3.5 millones de refugiados (el país con mayor número de refugiados). Una vez llegabas a Izmir ibas a pueblos de alrededor, y seguidamente era el momento de cruzar en barco hacia las islas griegas, concretamente a Lesbos, la más cercana.

Una vez llegabas a Grecia ya estabas en la Unión Europea, supuestamente un lugar donde se garantizan los derechos humanos. Aunque es radicalmente mentira. En los campos de refugiados de la isla de Lesbos las condiciones son infrahumanas. Todo el mundo hablaba de Moria uno de los campos de Lesbos- como el auténtico infierno, donde los refugiados no tenían acceso ni a agua, ni a vivienda ni a comida. E incluso habitualmente había peleas e incendios constantes. Inicialmente, Lesbos tenía que ser un lugar temporal en el que los refugiados pasasen poco tiempo (1-2 semanas), pero debido al volumen y la falta de presupuesto se ha ido convirtiendo en una cárcel. El voluntario refugiado me seguía explicando, diciendo que había cruzado a Lesbos con una hija y que tuvo otra en Lesbos, hasta que fue trasladado a Atenas. Gracias a los voluntariados que se hacían en Lesbos logró aprender inglés.

Además de las historias de su camino, me daba valiosos detalles de la vida en su país. Y también sobre las relaciones entre sunitas y chiítas, sobre la distribución étnica y religiosa del país, sobre la época de Sadam Hussein y sobre cosas más sencillas como el precio de un falafel, de los que en Irak por 1 euro podías conseguir tres (y encima mucho más sabrosos).  Mientras me explicaba iba buscando y estudiando los mapas de la región, sediento de curiosidad.

Historias. Una vez un amigo me explicó que tuvo una pelea en Turquía y que le rajaron el brazo. A raíz de eso, fue a la comisaría a denunciar y le dijeron que daba igual, que lo que tenía que hacer era ir al hospital y pagar por el tratamiento. En Turquía, o disponías los derechos nacionales o no te atendían. Sin embargo, en Grecia estos derechos fundamentales están garantizados y todos tienen derecho a la salud. La entrada a Grecia era el garante de los Derechos Humanos, aunque los inhumanos campos de Lesbos demostraban esa farsa. En Turquía, según me comentaba, tener un trabajo era mucho más fácil. En Grecia, el paro era mayor y apenas había trabajo. Esa era una de las grandes paradojas entre Turquía y Grecia, rivales históricos, uno musulmán y otro ortodoxo. 

Otro de mis turnos repartiendo ropa acabó y posteriormente estuve haciendo una actividad de outreach, que consistía en hacer saber a los residentes acerca de las actividades que se realizarían, en este caso sobre un concurso de pasteles. En una de las casas nos invitaron a tomar té y nos explicaron la historia de un joven ingeniero afgano que había tenido que huir por amenazas. Nos comentaba que estaba frustrado por la lentitud del campo de refugiados y la falta de respuestas.

Conforme íbamos caminando por el campo se nos unían niños en la búsqueda, siempre dispuestos a ayudar y pasar un buen rato. Muchos de ellos, sobre todo los más mayores, hacían de traductores, ya que a partir de los 10-11 años los niños ya comenzaban a dominar el inglés. Hay algunos que ya llevan tiempo en el campo de Eleonas, y acceden a escuelas públicas griegas, donde también aprenden griego. Sin embargo, una gran mayoría de adultos no quiere saber nada del griego, ya que lo consideran una pérdida de tiempo.

Caos en Atenas

En el cristianismo el domingo es el día de descanso y en Elea era el único día en el que no se trabajaba. La religión ortodoxa es la dominante en Grecia, con 10 millones de creyentes, lo que constituye el 90% de la población.Hay una gran cantidad de iglesias ortodoxas en la ciudad. Mucha gente cuando pasa por delante se santigua.  El cristianismo ortodoxo siempre me ha producido una gran curiosidad a raíz de mis viajes a Europa del Este. Recuerdo una frase de Kaplan que hablaba que la principal función de las iglesias ortodoxas era reforzar la identidad de sus países para “diferenciarse” de Occidente y hacer más duro su carácter eslavo. Pero ni todos los eslavos son ortodoxos ni todos los ortodoxos son antioccidentales. Una religión es, por ende, una manera de articular un orden social; todo está influenciado: valores, política, economía.

El choque de civilizaciones intenta mostrar una confrontación entre el mundo eslavo, ortodoxo y más oriental y dependiente del clan y la familia, y el mundo occidental, que había abrazado los valores del humanismo y la ilustración, es decir, la democracia. Según muchos intelectuales americanos, la religión ortodoxa, con sus implicaciones en la vida privada y la política, hace prácticamente irreconciliables a ambos mundos. Esta ruptura de religiones radica hace mil años atrás, cuando se produce el Cisma de Oriente en el año 1054, separando a ambas iglesias. Para seguir con el ritual folkórico, me compré un komboskini de recuerdoun rosario griego. Era muy común en Atenas ver a gente pasear con uno de esos cordones para rezar por la calle.

Seguidamente estuvimos paseando por Omonia y luego por Exharquia. El ambiente era agradable. Eran las 14.00 y ya comenzaba el fuego en la plaza, a la vez que te ofrecían droga a cada paso. Según recuerdo, la marihuana albanesa iba más cara que la griega. Había un pequeño mercadillo donde adquirir libros en griego, comida y alguna cosa más. Comimos arroz afgano por un precio económico en un restaurante donde la gente consumía shisha y fumaba (en Grecia está permitido fumar dentro de los locales). En Exharquia la legalidad es relativa. Es un barrio contestatario donde las leyes estatales no se cumplen. Dentro del orden social que se respira hay varios aspectos curiosos, como la gran cantidad de vendedores ambulantes de tabaco o la múltiples casas okupas. Es un barrio que combina muchas cosas: un carácter antisistema, un lugar de acogida de inmigrantes y una intelectualidad bohemia.

Creo que debe ser el barrio con más densidad de grafitis del mundo. Hay tiendas de música a tutiplén. Es un barrio donde no va la policía y cada semana hay disturbios entre los cuerpos de seguridad y los cócteles molotov. Mini guerrillas anarquistas griegas detienen los pasos de la policía. Un desagradable gas pimienta permanece en las calles tras las reyertas, que si no estás alerta puede provocarte un pequeño desmayo o escozor en los ojos. En Exharquia, como me dijo un amigo que se había desmayado dos veces debido al gas pimienta, protect yourself.

En Exharquia hay un bonito mirador llamado Lofos Strefi desde el que se puede contemplar a toda Atenas, y que tan solo se encuentra a diez minutos de la plaza principal del barrio. Un día eran las cuatro de la mañana y bajábamos un grupo del mirador, y de repente escuchamos música muy alta. Se estaba celebrando una macro flat party  en un supuesto piso okupay realmente había muy buen ambiente; entramos un rato. Otra cosa que me llamó la atención en Exharquia fueron los bares, ya que muchos de ellos se encuentran en el segundo piso.

Una noche en Exharquia una mujer griega, sentada en un banco contemplando el fuego rodeado de bereberes argelinos, se puso a hablar conmigo. “Europa estaba perdiendo su poder en el mundo y que apenas tenía futuro. Los árabes tienen el petróleo y por tanto dominan. Mira los rascacielos de Dubai, ejemplo del progreso del petróleo.  Grecia, sin embargo, está sumida a la miseria, no hay trabajo y el estado está corrupto y fallido económicamente”. La mujer me reiteró, al igual que los refugiados, que hacer un voluntariado en Grecia no es lo mismo que vivir en ella. Le estuve dando vuelta a esa rotunda y cierta afirmación.

Los frappés, un café espumoso con hielo, llevan años desterrando a los cafés tradicionales griegos, cuestión que pone de los nervios a Markaris. Había mucha gente tomándolo y probé uno. No estaba nada malo, aunque con el frío que hacía fue una mala decisión.

Recuerdo un día con un agradable sol invernal. íbamos a quedar con unas amigas kurdas. En esa tarde visité el monte Likavetus, cerca de una de las zonas ricas de la ciudad, desde el que se contempla la inmensidad de Atenas. Luego cenamos un sabroso shawarma en un restaurante sirio. Tomamos la coca cola con pajita, tradición bastante extendida por esos lares. Esa tarde junto a las chicas kurdas estuve reflexionando mucho acerca del concepto del tiempo. En los países más desarrollados todo se hace al momento y las esperas no existen, mientras que los menos desarrollados están más acostumbrados a la lentitud, sea administrativa o en negocios privados, pero en general, en la vida diaria. La vida de un refugiado es lenta y con pocas variaciones.

Las dos semanas que viví en Omonia me enseñaron mucho de lo que es vivir en un barrio deprimido. Es una especie de centro pobre de la ciudad. La plaza principal es gigantesca y conecta grandes avenidas de la ciudad. Está rodeada de grandes hoteles y hay una gran actividad económica alrededor de ella. Muchos de los refugiados hablaban del barrio como uno de los lugares donde ir a socializar e ir de compras; los alrededores de la plaza están repletos de tiendas y mercadosdonde comprar antigüedades, cueros y un largo etcétera. Es parecido a Monastiraki, pero más descontrolado y para gente humilde. No se veían turistas. Algunas de las puertas del metro de Omonia estaban abiertas. En Atenas el sistema de metro y buses es (o parece ser) gratuito. Poca gente paga.

Omonia es desde los años noventa es uno de los centro del narcotráfico y la prostitución, donde constantemente hay disputas entre mafias. Nuestra pequeña habitación se encontraba en esa especie de ojo del huracán, pero en la que no sentimos sensación de peligro en ningún lugar. Podías ver a policías armados y grandes furgones de andisturbios (que supongo que irían a guerrear a Exharquia), ya que en Omonia está una de las comisarias principales de la ciudad. A la vez, se veía a gente en muy mal estado por las calles y un profundo deterioro de la vida y las infraestructuras. Si desde Omonia ibas hacia el norte te dirigías igualmente a las zonas deprimidas de la ciudad, a barrios como Victoria, conocido entre otras cosas por ser el drug market. Había un par de calles en ese barrio que destacaban por una gran presencia de heroinómanos pinchándose. Jamás había visto algo tan deprimente. Un amigo refugiado me explicaba que odiaba Omonia, que era el criadero de yonkis y prostitutas y que había tenido malas experiencias con ellos.

Una tarde, después de acompañar a un amigo que tenía ir al hospital, fuimos al barrio de Kipseli, con mejor fama y conocido por ser el barrio de los africanos. Tenía una grande avenida con locales de ambiente y la presencia de yonkies era menor. Era bastante más agradable que Omonia y Victoria. Acabamos comiendo en un restaurante congoleño un enorme plato de pollo con verduras por un módico precio.

El campo de refugiados de Eleonas

El segundo día fuimos al campo de refugiados, que se encuentra a unos veinte minutos caminando del centro, en una zona industrial. También se puede ir en metro o en autobús. Es el primer campo construido en Atenas y en la Grecia continental y es conocido por ser uno de los mejores en cuanto a condiciones. Al entrar tienes que registrarte por primera vez como voluntario, mostrando tu pasaporte. Seguidamente tienes que firmar cada día en la entrada, aunque realmente el registro diario se basó en un “me suena tu cara y te dejo pasar”. Los funcionarios griegos aburridos nos dejaban pasar fácilmente, solamente diciendo Elea (el nombre de la ONG) ya era sufíciemnte. Se observaba un ambiente de dejadez generalizado en la función pública griega.  

De acuerdo al ACNUR, “los refugiados son personas que huyen de conflictos armados o persecución. Para finales del 2015, había 21,3 millones en el mundo. A menudo, su situación es tan peligrosa e intolerable, que cruzan fronteras nacionales para buscar seguridad en países cercanos, y así, ser reconocidos internacionalmente como “refugiados”, con asistencia de los estados, el ACNUR y otras organizaciones. Ellos son reconocidos precisamente porque es demasiado peligroso para ellos el regresar a casa, y necesitan asilo en otros lugares. Estas son personas, a quienes negarles el asilo, puede traerles consecuencias mortales.”

El campo tiene capacidad para unas 1500-2000 personas y en estas épocas está prácticamente al completo, de las cuales un tercio son niños. Hay  tres áreas diferenciadas. La entrada y la zona 1, que es espaciosa pero con menos viviendas. La zona 2, que es la más densamente poblada. Y la zona 3, la más descuidada y antiguamente separada. Dentro del campo hay varias carpas grandes para realizar actividades y un campo de fútbol. La gente vive en bungalows de dos habitaciones y un baño. Además, hay bungalows que sirven para guardar material u otras cosas y actividades. Por ejemplo, hay un bungalow que es una oficina para la asignación de ropa y otros que son propiedad de la ONG en la que participé, Project Elea. Otros pertenecen a Naciones Unidas y a  la Unión Europea.  

Los residentes del campo, dentro de sus limitaciones, pueden emprender y tener sus pequeños negocios. Hay lugares donde tomar cafés, comidas como arroces y falafel y otro tipo de productos a precios módicos, entre 1 y 2 euros. Cada uno se gana la vida como puede y tener un negocio significa renunciar a espacio, teniendo en cuenta el limitado tamaño de los bungalows. También hay calles que tienen una decoración especial, como la Green Street, con una delicada muestra de jardinería.

Dentro del campo hay muchas nacionalidadesno solamente sirios como todo el mundo se piensa. La mayoría son afganos y sirios, pero también hay iraníes, iraquíes, palestinos, pakistanís, sudaneses, malíes, guineanos, congoleños, marroquíes y  libaneses, entre otros. Se pueden observar muchas diferencias entre los refugiados, marcados por aspectos geográficos, sociales o religiosos. Pese a que hay un sentimiento de solidaridad colectiva entre todos los refugiados, existen también muchas diferencias entre ellos y algunos tienen más facilidades para salir adelante. Por ejemplo, los derechos de asilo dependen en gran medida de si tu hogar está formalmente en guerra. En este sentido, Alemania tiene una lista de países prioritarios a los cuales permite tramitar el asilo con mucha facilidad. 

La sensación, tras el primer día, es que todo depende de un papel llamado pasaporteLa nacionalidad es oro. Para muchos es una ventaja, para otros es una esclavitud. Teóricamente, la función del campo es proveer de vivienda temporal a gente que ha tenido que huir de sus casas, y por ende, estar en un estado de espera eterna hasta que llegue una respuesta que te diga que puedes hacer. La burocracia en Grecia es lenta y desesperanzadora, y el próximo papel que tengas, sea un permiso de trabajo o un pasaporte europeo, será la luz que ilumine.

El principal papel de Project Elea, la ONG que gestiona el voluntariado, es dinamizar, entretener y ofrecer aprendizaje en diferentes materias. Elea es la encargada de dar vida al campo, organizando las actividades del día a día, que se realizan de 14:00 a 21.30 aproximadamente, y que se basan en clases de inglés, karaoke, guardería, servicio de ropa y demás. Los voluntarios, por tanto, se apuntan diariamente a las actividades ofrecidas y participan en ellas. El papel de los voluntarios depende del esfuerzo y la voluntad que uno se ponga.

Hay diferentes tipos de voluntarios. En primer lugar, los que normalmente vienen de países occidentales; y en segundo lugar, aquellos que son refugiados del propio campo o de otros lugares. Estos últimos son imprescindibles. La autoridad moral que pueda tener un occidental es mínima en comparación a la de un voluntario afgano, que habla darí y conoce la cultura.  En general, son jóvenes que aprovechan el voluntariado para conocer gente, ampliar ideas y aprender idiomas. Todos los que participan en el voluntariado hablan o comienzan a hablar inglés. La mayoría de estos voluntarios eran persas o afganos, además de algún kurdo, iraquí o sirio. En general, no había problemas entra las dos principales comunidades, sirios y afganos, o resumiendo árabes y descendiente de los persas. 

En general me impresionó el papel del inglés -y siento repetirme- como lengua globalizadora. Todos quieren aprender inglés o alemán. También hay algo de interés en otras lenguas como español o francés, y poca pasión por el griego. Muchos de los refugiados no quieren quedarse en Grecia aunque consiguiesen los papeles. Grecia ofrece bondades como el clima, la dieta y el ambiente, pero a nivel de avanzar socialmente y laboralmente genera pocas esperanzas, y los refugiados buscan países donde empezar una nueva vida, que son en general los países del norte de Europa.   

En el campo hay mucha actividad. Siempre hay niños dando vueltas, carros pasando constantemente y gente paseando. Pero lo cierto es que la mayoría de gente no sale mucho de casa y no participa en las actividades que se ofrecen. Muchos están hartos o deprimidos y apenas salen de casa.   De vez en cuando se ven situaciones esperanzadoras, como cuando una familia se despidió del campo porque había conseguido los papeles para Alemania; hubo una emotiva despedida. Un futuro les espera en otro país. Sin embargo, había gente que a pesar de tener los papeles sigue en el campo debido a otros condicionantes. ¿Qué pueden hacer? me preguntaba. Aunque puedas conseguir los papeles, la vida no está necesariamente resuelta.

Durante mi primer día estuve haciendo el servicio de ropa, que consistía en que la gente pasaba a recoger la ropa que necesita mediante una cita dada un mes antes. Una vez llegan, pueden escoger una prenda para cada parte del cuerpo, una vez al mes, para cada miembro de su bungalow. Era difícil de gestionar debido a que no se puede ejercer un control tácito y hay una barrera lingüística y cultural, pero aun así, funcionaba bastante bien. Unas señoras griegas me advertían, con un pronunciado mal humor, que debía estar al tanto porque las mujeres cogían más ropa de la que debían. Pero ¿qué debía hacer?

Respirando el aire griego

Respiré el aire griego por primera vez a las 16.30. Unos 12 grados de temperatura en pleno diciembre. Resultaba agradable. Había una sensación de ligero descontrol, que se hacía evidente en el abarrotado autobús dirección al centro de la ciudad, el cual conseguí por tres euros gracias a mi carnet de universidad caducado; aunque de haberlo sabido no hubiese pagado. A las afueras de Atenas abundaban los negocios cerrados, como los concesionarios y las tiendas de ropa.

Un tono gris y descuidado inundaba los edificios, acompañado de variados y coloridos grafitis, que decoraban la metrópoli junto a sus históricas construcciones de la época antigua. El tráfico resultaba anárquico, diferente al de cualquier ciudad supuestamente ordenada y occidental, aunque resultó fácil acostumbrarse. Cuando comencé a caminar por sus calles pensaba inevitablemente en las novelas del greco-turco Petros Markaris. Este distinguido escritor de la Grecia decadente detalla a la perfección el día a día de un país sumido a la depresión, al caos y a la miseria económica; las nociones de Markaris nos fueron acompañando (a mi colega y a mí) a lo largo de la experiencia.

Una vez en Plaza Síntagma, centro neurálgico de la ciudad, un hombre moreno me pide el móvil -con mucha educación- para hacer una llamada. Después de vacilar cinco segundos, voy a dejárselo sin miramientos. Pero justamente en ese momento aparece un amigo suyo que viene a recogerlo, ya que el hombre venía del aeropuerto y no podía hacer llamadas. Esa fue la primera toma de contacto con la realidad ateniense, donde la sensación de seguridad no es muy alta: ¿dudé por el color de piel?

Mientras nos acercábamos a Omonia (lugar donde nos hospedábamos), uno de los barrios céntricos de la ciudad, la atmósfera iba cambiando repentinamente. El cierto esplendor de la Atenas moderna de la Plaza Síntagma desaparecía. En nuestro camino un hombre mayor nos preguntaba a dónde nos dirigíamos. Amablemente y tras soltar las típicas frases en español, nos indicó la dirección. Antes de irnos, sin embargo, se volvió a acercar, pero esta vez advirtiendo de los peligros de Omonia. Con un particular movimiento de dedos –que jamás olvidaré- haciendo referencia a los alrededores de la plaza de Omonia, nos dijo que tuviésemos cuidado que había mucho ladrón, remarcando a los albaneses y a los turcos como principales artífices.

Unas horas atrás en el avión leía un libro que hablaba precisamente de eso, de cómo los griegos se llevan mal con los turcos y los albaneses (y con otros más como los macedonios). Las raíces históricas están presentes muchos años atrás, pero especialmente datan en la Primera Guerra Mundial y en el fin del Imperio Otomano. Especialmente, turcos y griegos tienen una relación históricamente conflictiva. Ambos países tuvieron disputas bélicas por la isla de Creta en 1897 y con el fin del legado otomano entre 1919 y 1922. Hoy en día, la isla de Chipre, dividida en dos mitades, sigue siendo también un asunto candente. En líneas generales, la historia que concierne a la historia turca y griega me resulta de lo más interesante. Los griegos herederos del Imperio Bizantino y los turcos provenientes del Asia Central crearon una realidad única entre el Mar Mediterráneo y el Mar Negro, el gran puente de civilizaciones. Bizancio pasó a llamarse Constantinopla, y Constantinopla pasó a llamarse Estambul. 

Llegamos al barrio y esperamos a Panagliotis, el hombre que nos alquilaba la habitación, que no llegó puntual, como la gran mayoría de cosas en Atenas. En la puerta del edificio estaban esperando una pareja de argelinos con dos niños y un yemení que les ayudaba, acompañados de una chica vasca que hacía de intermediaria. Tenía hambre y fue a pillar algo para merendar. Seguidamente apareció la policía. Omonia es un barrio donde hay muchas drogas, robos y prostitución, y por lo tanto la policía hace registros constantes. Nos pidieron documentación y nos preguntaron de donde veníamos. Al decir España no pasó nada, y seguidamente escribieron nuestro nombre y pasaportes en una libreta, de una manera un poco rudimentaria.

Los policías, de gran tamaño y tono vacilante, parece ser que acudieron a la llamada del conserje del edificio, que había alertado acerca de la presencia de extraños en el portal. Según Petros Markaris, la extrema derecha en Grecia, representada en el partido neonazi Amanecer Dorado, está muy presente en varios sectores de la sociedad, como en la policía y los cuerpos de seguridad. El yemení, que también venía de Lesbos pero que llevaba en el barrio un tiempo, dijo que por la zona había mucho alibaba (ladrones en árabe). Alcanzamos la habitación, que formaba parte de un cutre apartahotel, sin cocina y con unas comodidades muy básicas. La familia de argelinos pagó en mano por vivir en la habitación durante un mes, intentando regatear para dejarlo en menos dinero. ¿Qué supone pasar de un lugar tan inhumano como Moria a una habitación?

Tras asentarnos fuimos a Exharquia, donde tomamos unas cervezas. Me llamó la atención el sistema de recogida de las botellas de vidrio; era curioso, consistía en dejarlas en el suelo para que un mendigo las recogiese y saque un céntimo por cada una de ellas. En la plaza de Exharquia, centro del barrio, comenzaron unas pequeñas hogueras. Sí, en medio de la ciudad. Nos acercamos a ver hipnotizados por el fuego y entablamos conversación con dos jóvenes kurdos sirios. A uno le habían dado el pasaporte recientemente y a otro se lo iban a dar en unos meses. Estaban bastante contentos y colaboraban con organizaciones de refugiados. Los dos hablaban español y hablaban muy bien de España; les encantaba Barcelona y Madrid y decían que los españoles son muy solidarios. Uno de ellos sabía siete idiomas: farsi, árabe, griego, inglés, castellano, kurdo y alemán. Poco a poco uno se iba dando cuenta de la importancia de saber idiomas para relacionarse y avanzar socialmente.

Luego de eso estuvimos paseando por Atenas. Primero por Omonia y su gigantesca plaza, luego por Monastiraki y por Kerameikos, una zona de discotecas con una plaza que queda cerca del campo de refugiados. Allí nos reunimos –antes de empezar el voluntariado en sí- con un grupo de refugiados, principalmente afganos e iraníes y un sudanés, que me estuvo explicando la situación de su país. Sudán del Sur se había independizado de Sudán, constituyéndose como el Estado más joven del mundo y me explicó que era muy reduccionista basar el conflicto en una cuestión meramente religiosa. También había un grupo de voluntarias estadounidenses. Tomamos unas cervezas en la plaza y luego fuimos a una discoteca de gente guapa. Éramos un grupo de unas 15 personas pasando el rato en un moderno lugar, sin causar problemas. Hasta que de repente, a unos afganos que querían entrar con posterioridad, les denegaron la entrada argumentando que la sala estaba llena.

Atardecer en Exharquia

Y evidentemente no lo estaba. A raíz de estos hechos salimos todos de la discoteca, en la que los afganos, muy dolidos por ese ataque a su identidad, se enfrentaron verbalmente a los porteros griegos. Los afganos hablaban mucho mejor inglés que los griegos. A los dos minutos aparecieron dos tipos gigantes, con aspecto neonazi, para intentar “calmar” la situación, y al minuto llegó otro cabeza rapada. Sorprendió ver la organización de cierta sociedad griega para repeler a unos refugiados que estaban simplemente pasándoselo bien. Los refugiados no pueden entrar a muchos lugares.