Rumbo a Albania

Agosto 2017

Albania fue una especie de leyenda a lo largo del viaje. Las historias que habíamos oído hablar del país giraban en torno a la mafia y a los coches de lujo.

En nuestro imaginario colectivo el término “albano-kosovar” está totalmente corrompido, el cual hace referencia a gente delincuente que roba chalets en la Costa Brava. Sin embaro, la experiencia de diez días con la sociedad albanesa fue la mejor ayudante para conocer que ocurre y evitar caer en tópicos racistas y clasistas.

La visita al país supuso un punto de inflexión. Estábamos diciendo adiós –de manera temporal, ya que a posteriori íbamos a ir a Kosovo y a Macedonia- a la antigua Yugoslavia. Nos adentrábamos en un sistema y una sociedad totalmente distintos.

Pese a las diferencias existentes entre eslovenos, croatas, bosnios, serbios, montenegrinos y macedonios, todos ellos comparten un origen étnico común: el eslavo o sur eslavo. Por contraste, Albania y Kosovo son étnicamente albaneses, constituyendo un pueblo muy alejado de Yugoslavia.

El idioma también cambia de manera radical. Mientras que el serbo-croata tiene un origen eslavo y se habla –con variantes- por Eslovenia, Croacia, Bosnia, Serbia, Montenegro y Macedonia, el idioma albanés es completamente diferente. Forma parte de uno de esos idiomas con orígenes desconocidos como el vasco, el húngaro y el finlandés, entre otros.

Por último, la religión también ejerce un papel fundamental. En Albania, al igual que en Bosnia, conviven las tres religiones principales de la zona: la cristiana católica, la cristiana ortodoxa y el islam. La mayoritaria, con más del 50% de población, es el islam, concentrada sobre todo en el centro y este del país. El sur, cercano a la frontera griega, es más cristiano ortodoxo. El norte oriental se muestra más católico. Pese a todo esto, Albania es un país poco religioso en comparación a los demás balcánicos, debido a la influencia comunista de Enver Hoxha.

Nos encontramos, pues, tres grandes diferencias respecto a Yugoslavia: etnia, religión y lengua. Estamos hablando de pueblos completamente distintos, separados por tan solo unos kilómetros.

El caso de Kosovo, sin embargo, se trata de un caso especial. Aunque formase parte de la antigua Yugoslavia era un territorio menos desarrollado y olvidado, habitado principalmente por albaneses y una minoría serbia en el norte del país.

En general las experiencias en el país fueron muy positivas, en la que la hospitalidad y curiosidad del albanés te inundaba y te convertía en un apasionado de la observación y la búsqueda de lo atípico.

Abandonamos Montenegro con mucha tranquilidad. Nuestro colega francés estaba alarmado por si su coche no era capaz de llegar a Albania debido a sus problemas con las marchas. Pero soportó nuestro peso. Nos fuimos alejando paulatinamente de la zona montañosa montenegrina, pasando con el coche por Podgorica, la capital de Montenegro. Se trata de una ciudad muy poco popular en el turismo balcánico. Prácticamente todos los viajeros me habían dicho que no valía la pena, que era una especie de Albacete (con todo el respeto a los albaceteños): una ciudad con poca cosa que hacer y sin placeres estéticos.

Siguiendo por la carretera principal llegamos al lago Shkodër (Skadarsko Jezero en serbo-croata) que hace frontera con Albania. En el norte de Montenegro, debido a la montaña, hay escasez de carreteras, por lo que para ir Albania es recomendable ir desde el sur. Para los apasionados de los mapas, echar un vistazo a las conexiones es sumamente importante a la hora de viajar por la región ya que las zonas montañosas ejercen de barreras naturales y dificultan las conexiones entre países.

Estuvimos bordeando ligeramente el lago hasta que llegamos a la zona fronteriza, con un tráfico abrumador que nos supuso prácticamente dos horas de espera. Los primeros atisbos de Albania comenzaron a aparecer. El ambiente era diferente. En primer lugar, había una gran cantidad de italianos, los cuales bajaban desde su país para disfrutar de las vacaciones en el sur de Albania con económicos precios. En segundo lugar destacaban los coches, en los que había Mercedes, Land Rover, BMW’s, Audis y un largo etcétera de coches de lujo.

La cola avanzaba lentamente, mientras el calor atacaba. Íbamos moviendo el coche por la fuerza bruta porque le costaba mucho arrancar. Era una situación bastante divertida. En el transcurso de la espera se produjo alguna pelea y varios gritos, por gente que intentaba colarse o hacer triquiñuelas. 

Justo antes de entrar al control fronterizo, vimos a lo lejos un Land Rover de lujo con niños siendo registrado, del cual salió el típico hombre de negocios. El coche fue registrado al completo. El puesto fronterizo no daba una gran sensación de seguridad. Había cierta dejadez. Cruzar fronteras se convertía en algo cada vez más divertido y anecdótico.