Septiembre 2020
Breve elogio de la errancia (2014) es un libro de memorias de Akira Mizubayashi, profesor japonés de lengua francesa. Inicialmente creía que se trataba de algún tipo de ensayo viajero, pero es ante todo un testimonio y un elogio de la errancia, en su caso ilustrado como la idea de ser capaz de vivir entre dos mundos, el japonés y el francés.
Al principio, Mizubayashi va explicando episodios de su infancia en la que su autonomía individual fue decisiva, y utiliza la figura del “ronin”-el samurái venido a menos- como su ejemplo, a través de películas e historias japonesas. También expresa su desprecio a aquellos que abusan de su poder por mantener su posición, refiriéndose especialmente a algunos profesores universitarios.
Después de algunas anécdotas juveniles, el autor empieza a definir el concepto de “errar” como la idea de “ir solo, preferiblemente a pie, de un lado a otro, sin rumbo ni dirección precisa”, como una manera de vivir contra las jerarquías inútiles. Para Mizubayashi, su errancia consiste en el camino entre el mundo que le ha venido dado (el japonés) y el que ha escogido como hombre consciente (el francés).
Así pues, en “Breve elogio de la errancia” se hace una comparación entre estos dos países; en la represiva sociedad japonesa, la conciencia común es indiscutible, existe un ser-conjunto en el que “los individuos callan con gusto antes las normas del grupo al que pertenecen”; en cambio, en Francia prima el individualismo occidental, la “asociación libre de ciudadanos”, el contrato social de Rousseau. Para Mizubasashi, errar es buscar autonomía en el mundo francés sin renunciar a sus orígenes japoneses en los que el sake y la palabra okaerinasaï siempre estarán presentes.
Es un libro que mejora con el paso de las páginas, con momentos cumbres, y que acaba convirtiéndose en un bello elogio a las culturas exógenas. Me han gustado mucho las comparaciones que hace entre los valores occidentales y los confuncianos, como por ejemplo la mención que hace al “presentismo”, esa idea de la no-acción, que en Occidente se ve como conformismo y sumisión.
«Mientras que en el modelo europeo de la sociedad política se presenta como el resultado de una decisión comunitaria y colectiva del conjunto de individuos reunidos, la concepción japonesa está esencialmente basada en el mito de la nación en tanto que entidad inmutable más allá de las vicisitudes de la historia»
“Dicho de otro modo, las relaciones entre dos desconocidos, dos seres que se ignoran, que no se conocen, dos seres que por su implicación en vida común de lo que se llama la sociedad civil están obligados a reencontrarse en el espacio público, fuera de su inmediatez cotidiana, resumiendo, estas relaciones lejanas y de baja intensidad afectiva, necesariamente creadoras de una moral pública, no son tomadas en consideración por la perspectiva del confucianismo, que tan profundamente ha marcado a la sociedad japonesa”