Agosto 2017
La identidad en el mundo postmoderno y globalizado se está convirtiendo en una cuestión cada vez más compleja. El sentimiento de pertenencia a algo es fugaz. Teóricamente, la globalización –entendida en abstracto como un mundo globalmente conectado- debería generar una especie de conciencia planetaria, un “ciudadanismo global” que va más allá de las fronteras de las naciones.
Si bien este fenómeno se produce en cierta manera, también existen reacciones, como el supuesto “nuevo” nacionalismo que está (re)surgiendo en el mundo, como Donald Trump o los nacionalismos europeos. Frente a los desmanes de la globalización, la soberanía -mermada- de los estados se repliega. La crítica a los nacionalismos se basa en abogar por un mundo en el que las identidades nacionales no tengan tanto peso. Y por lo tanto, nos induce a pensar de manera más global.
Lo cierto es que la ingenuidad respecto al “ciudadanismo global” puede ilustrarse mediante el ejemplo balcánico. Sabemos que la identidad en los Balcanes nos dará muchos dolores de cabeza.
Si creíamos en la unión de los pueblos yugoslavos, ¿Cómo se desencadenó el conflicto? ¿Qué le pasó a la Yugoslavia socialista y multicultural para acabar en cenizas? ¿Y qué ha pasado tras el conflicto? ¿Cómo se pueden reparar las heridas de la guerra y comenzar a construir paz con dicha diversidad?
¿Podríamos aplicar un ciudadanismo abstracto en Yugoslavia con todos esos problemas? Mientras que la globalización prometía ese “ciudadanismo global”, los fantasmas del pasado aparecían. La región balcánica desde ese momento se replegó y la mirada realista apareció con fuerza.
El supuesto “ciudadanismo global” ha creado una especie de sentimiento de identidad en las ciudades, lugares que en el mundo actual tratan de escapar de los poderes del estado nación. En la antigua Grecia la ciudad -la polis- era la forma de organización social por excelencia, y tras el surgimiento de las naciones y los nacionalismos, el estado emergió con más fuerza.
Desde los años ochenta, momento que coincide con la expansión de la globalización -neoliberal-, las ciudades son cada vez ricas y poseedoras de recursos. Hoy en día las ciudades globales son el motor de la economía mundial, que está sufriendo una urbanización cada vez más acelerada.
Sarajevo no es ni de lejos una ciudad de importancia en el tablero global, pero su caso es especialmente entrañable. Su identidad ante todo es Sarajevés, antes que bosnio, cristiano o musulmán. El Sitio de Sarajevo hizo que la gente desarrollase ese sentimiento, y en cierta manera me recuerda a la identidad en las ciudades globales modernas.
El “ser de Barcelona” es casi más importante que el ser de Cataluña e incluso el ser de España. Es una especie de “patriotismo posmoderno”; una visión internacional de tu lugar. Por todo ello, ser de Sarajevo escapaba de las denominaciones étnicas o religiosas y su identidad hacía referencia a una ciudad sucumbida al sufrimiento de la guerra.
Sarajevo me supuso un colocón político, en cierta manera obsesivo. Oír historias de la guerra como el que sale a comprar el pan o ver edificios ametrallados no es algo común en mi vida cotidiana. Pero justamente en esos momentos de borrachera vital siempre ocurren acontecimientos cósmicos que te trastocan los planes y que te hacen vivir de manera aún más pasional y aventurera. Cuando el espíritu mochilero aparece con fuerza.
En este sentido, todo iba con relativa normalidad. Tras tres días en Sarajevo, queríamos partir hacia Mostar, la segunda ciudad más importante de Bosnia. Reservamos mediante una aplicación de móviles.
Mostar se encontraba como punto a visitar en la ruta que íbamos elaborando paulatinamente mientras viajábamos. Es decir, teníamos un camino de alguna manera preestablecido, pero no marcado. Después de visitar Mostar queríamos ir a Kotor, en la costa montenegrina, y desde allí seguir bajando hasta Albania.
Pero algo pasó y sorprendentemente no fuimos.
Durante el viaje se reproducían constantemente cambios de roles y contradicciones entre mi amigo y yo, lo cual nos permitía un cierto equilibrio para seguir adelante. Una de estas contradicciones, enmarcada dentro de los múltiples debates mochileros, es la cuestión de improvisar y planificar. Por ello, lograr una estabilidad entre esas dos ideas es necesaria para disfrutar realmente. ¿Debíamos haber reservado para Mostar?
Fruto de la experiencia vimos que, por regla general, no es necesario reservar por los Balcanes, debido a que no hay mucho turismo excepto en Croacia o Eslovenia. Por otro lado, hubo veces que el no haber reservado nos repercutió en el precio final o en el alojamiento, aunque el cambio fue mínimo. De todas maneras, ¿Qué pasa con la experiencia que te llevas? En definitiva, perdimos aproximadamente unos 10 euros por cabeza, lo que valía el hostal de Mostar.
Pero no nos supo mal. Ahí radica la importancia del espíritu mochilero para ser capaz de adaptarse a muchos tipos de circunstancias, algunas de ellas muy rocambolescas. Al día siguiente, en vez de estar viendo a los niños bosnios saltando desde el famoso puente de Mostar, nos encontramos en un espectacular y paradisíaco parque natural montenegrino perdido en los confines del mundo ¿Qué nos pasó?
Eran las 22:30 y tras un largo día, íbamos a ir a dormir para el madrugón del día siguiente, en el que teníamos previsto utilizar autostop. Cuando ya estábamos aposentados en el hostal, nuestro colega brasileño nos comentó que había conocido a un francés que tenía coche y planeaba ir hasta Montenegro unos días y, seguidamente, acabar en Tirana, la capital de Albania.
Cuando recibimos esa información no nos lo pensamos. El plan nos pareció tan apasionante que no dudamos en aceptar. Así que buscamos al francés y comenzamos a hablar con él acerca del futuro viaje. Él tenía previsto salir al día siguiente por la mañana, al igual que nosotros. Concretamos un módico precio por la gasolina del coche y la propuesta tiró hacia adelante, a la que se sumó nuestro amigo brasileño.
Nos fuimos a dormir con los planes totalmente trastocados. Nos sabía mal abandonar Bosnia tan rápidamente, pero el espíritu mochilero venció.
El dilema de la identidad puede abordarse desde el mochilerismo. Aun formar parte de una cultura, el hecho de ver gente y modos de vida diferente te hace ampliar tu punto de miras. No se trata de imponer tus valores y costumbres, sino de entender a la diversidad del mundo, viendo lo que puedes compartir y lo que no. Pero en mi caso renunciando a la noción del ciudadano global, que en realidad esconde una realidad muy desigual. Quién se mueve cual liebre sin preocupaciones forma parte una emergente “clase media global” sin apenas preocupaciones económicas.
Habíamos quedado a una hora decente por la mañana, pero nos lo tomamos con la calma. El francés quería desayunar en un sitio cercano a donde tenía el coche aparcado, por lo que le seguimos por las empinadas cuestas de Sarajevo mientras cargábamos con nuestras grandes mochilas. Comimos un burek (pan yufka con espinacas, queso o carne) acompañados de un café turco. Hicimos un auténtico desayuno balcánico; una de las costumbres heredadas del imperio otomano.
Tras el desayuno revitalizador procedimos a ir a su coche, a unos cinco minutos de la panadería. Llegamos. Se trataba de un BMW Serie 5 de 200 caballos de hace 15 años, con los asientos de cuero y un teléfono al estilo James Bond. Nos quedamos bastante anonadados ya que no nos esperábamos un coche de ese calibre. Además, tenía un gran inconveniente que preocupaba sumamente a su propietario: la primera marcha no funcionaba.
Eso significaba que el coche no podía arrancar en subidas, o peor aún, que en según qué cuestas podía no tener fuerza para seguir adelante. Ese gran fallo era el motivo del viaje hacia Albania, donde esperaba reparar el coche o en el mejor de los casos venderlo. Sonaba extraño pero resultaba curioso ¿Vender un coche de lujo en uno de los países más pobres de Europa? ¿A quién se le ocurre hacer un viaje de Francia a Albania en coche?
Abandonamos Sarajevo con la misma sensación que Belgrado: con nostalgia y ganas de conocer más. Después de haber visitado las dos ciudades más emblemáticas de la región nos esperaba otro tipo de aventura, adentrándonos en un territorio mucho más desconocido.
Al salir de la capital bosnia algo me llamó especialmente la atención: un cartel que ponía Bienvenido a la República Srpska (Serbia en castellano) en alfabeto cirílico. ¿Qué significa esto? ¿No estábamos en Bosnia y Herzegovina? ¿Será otra parte del país?
Tras los acuerdos de Dayton en 1995 (un acuerdo de paz entre Croacia, Yugoslavia y Bosnia Herzegovina que ponía fin a la guerra), Bosnia quedó dividida en dos mitades separadas por una frontera intraestatal. Dicha República se sitúa en el este y el norte del país, en la que vive prácticamente la mitad del país y está poblada principalmente por habitantes de origen serbio, los llamados serbobosnios. La otra parte del país es llamada Federación de Bosnia y Hercegovina.
Esta división territorial refleja, de nuevo, el carácter multiétnico de la población bosnia. Pero nos recuerda, a la vez, el gran problema actual en Bosnia. Una política ineficaz y corrupta motivada por los intereses – muchas veces contrapuestos- de las tres comunidades mayoritarias.
Bosnia hoy en día está enfrascada en un complejo sistema político consecuencia de los Acuerdos de Dayton, basado en una presidencia colegiada entre los tres grupos étnicos con una alternancia cada ocho meses, lo que repercute en la estabilidad del país y en la aplicación de políticas comunes. El estancamiento del país también es una lacra para su economía, con una de las tasas de paro más alta de Europa, con porcentajes alrededor del 30%.
En el viaje hacia los lagos montenegrinos apenas hubo problemas con el coche. Aun llevando a cuatro personas dio la talla. Luego de dos horas deambulando por la República Srpska en coche, entramos en una zona montañosa, por una carretera que iba paralela al río Drin; nuestra despedida a Bosnia se parecía sumamente a nuestra entrada. Las vistas eran de nuevo espectaculares.
Nos habían hablado de Montenegro como un lugar precioso, perfecto para descansar y reflexionar. Y más aún después de la borrachera política en Serbia y Bosnia. Estuvimos aproximadamente una hora esperando en la frontera, en la que solamente nos hizo falta sacar los pasaportes.
Cruzamos y nos adentramos en una nueva realidad: la paz montenegrina. Al entrar en el país hicimos una parada delante de un lago. Aprovechamos para miccionar y comer unas nueces. Hacía mucho viento y la boina que me acompañaba voló de manera trágica y filosófica. Fue una despedida romántica.