Agosto 2016
En Santiago de Cuba, la segunda mayor ciudad del país (500.000 habitantes), estuvimos cuatro noches, pero me quedé con ganas de explorarla mucho más. Santiago me marcó. Es uno de los lugares que antes colonizaron los españoles, ya que entraron por la zona oriental de la isla, y de hecho fue la primera capital del país (1516-1556).
Es una urbe preciosa, con un casco histórico muy bien conservado, con numerosos bares musicales, vida en la calle y buen ambiente. A primera vista me pareció más cosmopolita que el resto de Cuba. También es más calurosa y menos húmeda, como toda la zona oriental -que se conoce como «Oriente», con acento cubano- y más negra y musical.
Tiene una gran historia, muchos museos y sitios emblemáticos. En esos cuatro días fuimos al Cuartel Moncada, el complejo militar atacado por Fidel y demás revolucionarios el 26 de juliode 1953. Allí comenzó todo. Después del ataque fallido, Batista envió a muchos de ellos a la Isla de Pinos (hoy llamada Isla de la Juventud) y a otros los torturó.
Estos hechos produjeron tal malestar que el movimiento fue a más y se ganó la legitimidad del pueblo. La Revolución como tal empezó en Oriente, en Santiago, y se organizó en Sierra Maestra, un conjunto de montañas al oeste de la ciudad. Después del triunfo de la Revolución, el cuartel se convirtió en cinco escuelas y se erigió un museo en honor a los hechos sucedidos.
También fuimos al museo Bacardí, el primer museo abierto en Cuba. Facundo Bacardí, nacido en Sitges, fue una persona muy querida en Santiago, ex alcalde y un gran impulsor de la cultura en la ciudad. Traía cuadros y esculturas de España. De hecho, vimos un cuadro enorme del Gótico de Barcelona.
Son muchas las actividades que uno puede realizar en la capital de la provincia de Oriente. Los lugares más emblemáticos sonParque Céspedes y los monumentos que la rodean, que van desde la Catedral hasta la casa de Diego Velázquez.
Céspedes fue uno de los revolucionarios del siglo XIX que luchó contra la opresión española y en toda Cuba hay menciones a este gran guerrillero. Cuentan las leyendas que sobrevivió a 27 disparos de bala. Parque Céspedes es divertido, por la de gente variopinta que hay y por lo intranquila qué es. No puedes estar más de un minuto sin que estés hablando con alguien. Sea un taxista que te persigue, un emo cubano que te enseña sus tatuajes y piercings o un rastafari que te habla de paz y amor. No estarás tranquilo pero te lo pasarás genial. Unas cervezas y a pasar la noche.
Al igual que en La Habana, hemos tenido suerte y la casa de alquiler en la que nos hospedamos es espectacular. Tiene tres terrazas preciosas con una parra gigantesca y está a cinco minutos del centro. Un gran acierto. Otra casa que no dudaré en recomendar. Rafael, John y Osvaldo nos trataron muy bien. Durante la estancia en Santiago, aprovechamos para ir a la iglesia del Cobre, lugar de peregrinación, y al Castillo del Morro, una antigua fortaleza militar creada por los españoles para defenderse de los piratas y los corsarios.
Pese a ser poco peludo, la barba me comenzó a molestar y decidí ir al barbero. Resultó una bonita experiencia, en la que por menos de un euro me quitaron todos los pelos y me dejaron con el cutis más suave que el culo de un bebé. Me tocaba la cara y alucinaba. No sé qué cremas tendrán o que tendría la navaja esa, pero, en serio, jamás había tenido así la cara. Cuando me afeité, volví a la adolescencia: parecía un niño.
Desde Santiago fuimos a pasar un día a unas playas al lado de Chivirico, a unos 30 kilómetros de la ciudad. Hicimos una excursión en la que fuimos a hacer snorkel para ver un barco hundido español de hace 500 años. La experiencia fue muy excitante, pero vaya corriente había. Un poco más y nos quedamos ahí. Seguidamente estuvimos en una cabaña al lado de la playa, habilitamos las hamacas que traíamos y nos pusimos a comer mamasitos.
Durante ese día me volví adicto a esta fruta. Era como masticar un chicle y tenía algún tipo de sustancia adictiva, me comí como 60 en un día. Tuve que decir basta. Después de comer fuimos a un río tropical, tras caminar 1 hora por unos caminos rurales. El paisaje era totalmente selvático y había una gran cantidad de vacas, cerdos, gallinas y caballos revoloteando. Nos tiramos al agua y nos aliviamos; hacía un calor extremo. Pero, al cabo del rato, los mosquitos nos comenzaron a acribillar y tuvimos que volver.
El último día en Santiago tuvo una especial importancia para mí. Hablando con Osvaldo, uno de los custodiadores de la casa, me comentó que era cinturón negro en judo. Le comenté que yo practicaba jiu jitsu brasileño y me ofreció ir a entrenar a la Academia de Judo Hiroshima, una de las más prestigiosas de la isla. Primeramente fui a su casa a buscar su bicicleta para ir hasta allí y me estuvo enseñando su casa, en una zona más humilde de Santiago.
Se estaba montando una casa muy guapa y me regaló un libro La isla de Cuba, que comenté en un capítulo anterior. Eran las 18:00 de la tarde y fuimos hacia allí, pero tardamos más, ya que Santiago es una ciudad llena de lomas (cuestas). Vamos, que el pedaleo era el calentamiento de lo que fue un bonito entreno, en el que me enseñaron algunas técnicas de judo y estuvimos rodando(lucha en el suelo, concepto del jiu jitsu brasileño), o según ellos, haciendo Ne Waza.
Osvaldo nos había estado haciendo fotos y vídeos y me ofreció pasármelo todo. Cómo no disponía de USB ni ordenadores, me llevó a casa de un amigo suyo para grabarlo en un CD. Después de un rato esperando, su amigo nos llevó a un estudio de música. Resulta que era un violinista del grupo Santiago Buenavista Trubadors y me estuvo enseñando vídeos y canciones, que también me las puso en el disco.
En esos momentos me entraron ganas de aprender a bailar salsa o a tocar la guitarra. Joder, qué música tan bonita y qué ritmo tienen los cubanos. Para acabar este emotivo día me dejé la riñonera con el pasaporte, el visado y el dinero en su estudio. Me enteré al llegar a casa. Tuve un pequeño momento de tensión pero algo me decía que no la había perdido. No sé si será por cuestión del chip del viajero o de la influencia de la santería cubana, pero efectivamente la encontré en su estudio. Y el alivio se apoderó de mí.
Abandonamos Santiago y fuimos a hacer una excursión a la Sierra Maestra, concretamente a ver la Comandancia de la Plata. Nos levantamos a las 4:00 de la mañana ya que habíamos quedado con un taxista para ir hacia allí. El taxista era lo más pesado del mundo. Antes de contratar el taxi con él, nos perseguía hasta casa literalmente. Fuimos en un jeep nuevo, bastante justos, y él no iba solo. Siempre van acompañados en los taxis, pero esta vez eran tres, lo que lo hacía todo más incómodo. La visita la teníamos concertada a las 9:00 de la mañana y, una hora antes, una rueda del coche petó y nos quedamos tirados en medio de la carretera.
No habíamos comido. Estuvimos esperando una hora hasta que nos vino a recoger un primo del taxista que casualmente era un guía de la Comandancia y nos llevó hasta allí. Íbamos siete en un coche de cuatro plazas. Esta situación es muy común en Cuba. Son capaces de mentirte de una manera muy minuciosa y convincente, pero siempre acaban encontrando una solución a casi todo. Hacen una llamadita y ya está. Y, por cierto, el cinturón de seguridad no existe en Cuba.
La visita a la Comandancia de la Plata consistía en un camino de tres kilómetros por las montañas de la Sierra Maestra, en las que nos mostraban los refugios y las casas de madera donde se organizó la Revolución cubana.
Desde allí Fidel emitía las señales de radio a toda Cuba y el Che Guevara curaba a los heridos. El buen conocimiento del terreno les hizo ganar a las tropas de Batista y permitió el triunfo de los revolucionarios, que fueron desplazándose paulatinamente hacia Santiago. Al acabar la visita estuvimos comiendo por Santo Domingo, un pueblo pequeño cercano a la Comandancia.
Luego nos dirigimos a Bayamo a pasar la noche. Recuerdo una escena dantesca volviendo en taxi. El taxista iba con nosotros en el coche y lo tenía al lado. Conducía su amigo. Estaba gordo y cansado y se dormía apoyándose en su barriga. Mientras ocurría eso, se le caía la baba de mala manera y era muy desagradable. De nuestro grupo quedábamos dos despiertos -debido al cansancio acumulado del día- y estuvimos riéndonos a carcajadas sin que se enterase. Fue tremebundo.
Llegamos a Bayamo a eso de las 18:00 y fuimos a dar un paseo. En las casas de alquiler nos recibieron bien pero el pueblo en general se mostró bastante borde con nosotros. Pedíamos una pizza y pasaban de nosotros. Preguntábamos algo y pasaban de nosotros. En general fue una situación repetida en según qué lugares. Sobre todo en Oriente nos trataban con desprecio. Al día siguiente teníamos que madrugar para ir a Santa Clara en Viazul. Nada más y nada menos que 12 horas de bus. La alarma la tenía puesta a las 7:00 de la mañana pero la mujer de la casa nos despertó a las 6:30 a grito de “¡¡¡Matin!!!, ¡¡¡Matin!!!, ¡¡¡Matin!!!, os habéis dejado la ropa en la terraza y os la pueden robar.” Por dios, qué bien me desperté…