Enero 2019
Hace unos dos meses fue inaugurada la nueva línea de ferrocarril que conecta Tánger con Casablanca, y que hace parada en otros lugares como Rabat, nuestro próximo destino. Macron asistió ese 18 de noviembre a la presentación de la nueva vía marroquí, la más rápida de África, pues alcanzan los 350 km/h. Los nuevos TGV han llegado a Marruecos para conectar a dos de sus principales metrópolis.
Inicialmente pensé que la inversión era cosa o bien del petróleo saudí o del poderío chino, e incluso me llegaron rumores de que se había hecho con material de calidad. Finalmente, los franceses habían sido los encargados de la construcción, de un coste de unos 2.000 millones de euros. De ahí que Macron apariciera posando.
El tren funcionó a la perfección. En menos de una hora y media nos plantamos en Rabat desde Tánger, por 130 dirhams (13 euros). Tuvimos un pequeño percance con la asignación de los asientos, lo que provocó un pequeño tumulto en nuestro vagón ya que nadie parecía estar sentado en el lugar que le correspondía. A veces se cambia la infraestructura, pero no las costumbres. El cambio en la mentalidad de la gente es una cuestión que toma su tiempo.
En la estación Agdal de Rabat se notaba un ambiente muy diferente. La arquitectura era muy moderna. Todo era más nuevo y señorial, la gente era aparentemente más educada. Las mujeres iban desplegando su largo y precioso pelo. Algunos hombres trajeados y con maletín. Tomamos un petitaxi –un pequeño taxi azul que abunda en Marruecos y que cuesta aproximadamente 10 dirhams por trayecto que nos dejó en la zona amurallada cercana a la Medina, el Kasbah.
Comimos en un pequeño café enfrente de la playa y tomamos un té. Se escuchaba algo de inglés de jovenzuelos que iban a surfear por esa zona, acompañados de modernos buenos rollistas marroquíes con una estética diferente. Un enorme cementerio rodeaba la península donde nos situábamos.
Tras el Kasbah visitamos la Medina de Rabat, más pobre y sucia que las de Larache y Tánger. Mientras que el resto de la ciudad mostraba modernidad, la Medina estaba mucho más degradada y no destacaba por su encanto. Por la noche, cuando íbamos hacia el barato hotel donde nos alejamos, el panorama fue más desolador; más suciedad y más gatos callejeros. Además, se trataba de una Medina más pequeña y menos laberíntica.
En otros de los centros de la ciudad se encuentra el Mausoleo de Mohammed V, el abuelo del ahora presidente Mohammed VI. Se trata de una enorme explanada con estatuas y edificios, en las que hay una torre, una mezquita y el mausoleo. Este último se encontraba en un lujoso edificio, con cuatro guardias a la salida y cuatro dentro. Me imaginaba la clásica seriedad de las guardias reales, que hacen más una actuación que cualquier otra cosa, pero estos tenían un toque más amigable e incluso se reían y se guiñaban el ojo si veían alguna chica que les gustase. Además, junto a la tumba había un imán que rezaba. Multitud de gente observaba. Algún turista, gente marroquí y una poderosa señora acompañada de un guardaespaldas.
En Rabat dicen que todo el mundo trabaja para el rey Mohammed VI, heredero de Hasán II. En 1999, cuando heredó el poder, inició ciertas reformas, que aumentaron con el estallido de las Primaveras Árabes, en las que las críticas al Makhzen–algo así como el poder oculto del estado marroquí- se hacían cada vez más notables y crecían las demandas de democracia. En 2011 hubo una reforma constitucional, que sustituyó a la anterior de 1996, y que introducía cambios como la creación de la figura del primer ministro.
Mohammed ha demostrado ser más liberal que sus antecesores en muchos aspectos, más allá de sus pomposos vestidos. Su exmujer y madre del heredero Moulay Hassan, Lalla Salma, es bien conocida en el mundo árabe por ser una mujer fuerte y con carácter –algo conocido en la sociedad marroquí- y por no llevar nunca velo.
El paseo por Rabat continuó hasta la estación central de la ciudad, donde habíamos quedado con una amiga. Signos de desarrollo y occidentalismo se palpaban. En primer lugar, tomamos un zumo de naranja en un café al estilo francés, a la vez que observábamos grafitis de gran tamaño como símbolo de modernidad underground. Grandes avenidas acompañadas de un tranvía y una agradable rambla mostraban otra realidad marroquí.
Tanto en la música que sonaba en los lugares como en los carteles los comercios, el francés se hacía mucho más presente. Los peinados emulaban al afro francés y los chándales y las nike eran sustituidos por pantalones tejanos y zapatos. Es decir, se notaba la presencia de una clase media juvenil marroquí emergente educada con otros valores. Estuvimos en una librería en Rabat donde predominaba la lengua francesa, el mecanismo de acceso a la globalización y a la modernidad.