Enero 2019
Desde Tánger dicen que en Larache desayunan sardinas. Existe una curiosa disputa entre ambas ciudades, en las que la primera emerge como urbanita, rica y cosmopolita, y la segunda como rural, quinqui, pobre y pescadera. Pregunté a un sevillano que vive en Larache desde hace diez años acerca del rumor de las sardinas: “A veces. En verano, para empezar el día tomamos una sardinitas”, explicaba. Dicen, también, que en Larache se puede encontrar el mejor pescado y el mejor marisco de Marruecos.
Obviamente aproveché esas ventajas. En esa ciudad del norte marroquí la costa atlántica les provee de una gran cantidad de comida. Conforme te vas acercando al centro de la ciudad vas percibiendo un olor a pescado a la brasa. Al llegar al mercado principal, uno de los centros neurálgicos de la ciudad, se pueden observar las parrillas donde cocinan el pescado y el marisco, así como el mercado donde adquirir otros alimentos. Un ambiente agradable acompañaba el paseo por Larache, muy diferente de Tánger, además de menos masificado y menos orientado al turismo. Más pueblerino: todo el mundo sabe de todo el mundo. Un turista convencional no escogería esa ciudad.
Después del paseo compramos pescado y marisco variado en el mercado (1 kilo de gambas nos costó un euro y medio) y fuimos al restaurante donde lo cocinan, con opciones a la brasa o frito. Se trataba de un lugar muy familiar. Junto a un refresco, un cocido de garbanzos y unos grandes trozos de pan disfrutamos de una comida gourmet con un precio módico.
Tras las abundantes comidas marroquíes se suele hacer algún tipo de siesta o se descansa acompañado de un té. Me intentaba imaginar el ramadán en un país musulmán. Tras horas de ayuno, por la noche se empieza el ritual con dátiles y la sopa harira, uno de los platos nacionales. Durante esa época del año la actividad cambia del día a la noche. En las horas de luz, el mal humor predomina; a las tres de la mañana, la gente celebra y reza.
Un paseo por la azulada Medina de Larache hizo bajar la comida, teniendo la oportunidad de contemplar el mercadilleo que ofrece la ciudad, en los que en una de las plazas centrales destaca una gran presencia de antenas parabólicas. Si algún día paseas por el Empordà y ves antenas en los edificios, da por sentado que es un lugar donde hay marroquís.
Las peculiaridades marroquíes son muchas. En general, la música siempre suena alta allá donde vayas. No hablo del canto al rezo al atardecer, sino de esos altavoces con música de Algerino, Muslim, Soolking e incluso Ozuna o los Gipsy Kings que suenan en cualquier lugar, acompañados de jóvenes vistiendo chándales del Paris Saint-Germain y llevando peinados espectaculares. La cultura del hip hop francés parece ser el principal encargado de dictaminar las modas de los jóvenes magrebíes.
Las llamadas a teléfonos móviles son muy frecuentes. En sus ratos libres, los marroquíes se llaman constantemente para preguntarse cómo están. Cabe decir también que no es una cosa exclusivamente marroquí, sino que lo he visto en otras culturas. De alguna manera, esta herramienta, nueva en su cotidianidad, emerge como baluarte de la tecnología y otorga un estatus social. En Occidente, la sensación es diferente y la gente es cada vez más reacia a coger el teléfono para atender las llamadas. Un simple mensaje a nuestro dispositivo se convierte en el sustituto.
En Larache tuve la suerte de conocer a mujeres marroquíes liberales educadas en los colegios españoles que hay en Marruecos. Un total de doce colegios componen el panorama de la españolidad, lo que lo convierten en el país con más colegios españoles del mundo fuera de España. Estos son, simplemente, escuelas –públicas para españoles y de coste para marroquíes- donde se educa en español.
Los colegios extranjeros son una oportunidad para las familias de conocer otra cultura (un idioma y una manera de pensar) y representan un motor de avance social para los que asisten, a la vez que un motivo de segregación para los que no pueden permitírselo. Esto no quiere decir que las familias que asisten a este tipo de escuelas sean siempre pudientes, pero en general son conocedoras de los valores liberales de las clases medias.
Conocer a gente que va más allá de los estereotipos que nos imaginamos es siempre bien recibido. Muchas mujeres marroquíes tienen muchas cosas que decir al mundo y esa identidad partida ayuda a entender otra realidad. Críticas con el papel de la religión, de la mujer y de la sociedad marroquí en general, la cual, según sus voces, se puede convertir en una esclavitud: casarse y dedicarse toda la vida a cuidar a los hijos y trabajar para el hogar. También me explicaban que en Marruecos estaba habiendo un retroceso de los valores y la sociedad se estaba haciendo más conservadora, además de la creciente influencia de las teleseries turcas.