Un precioso lago se observaba desde el coche. Enorme y paradisíaco, inspirando una calma pocas veces vista. Por fin habíamos llegado a nuestro destino: Plužine, un pueblo situado en el norte de Montenegro.
La calma en Montenegro nos poseyó de golpe. Después de un turismo puramente urbano, la relajación que supone estar rodeado de montañas, lagos y ríos es indescriptible. Pese a que era época veraniega y tratarse de un lugar de apariencia turística apenas había foráneos, por lo que nuestra ataraxia se pronunciaba aun con más fervor.
Al llegar al pueblo no teníamos donde dormir. Habíamos consultado por Internet algún hostal barato por la zona que rondaba los 10 euros por noche. Pero al entrar al pueblo, vimos un cartel que ponía Apartamentos por 5 euros. Procedimos a ir allí y nos encontramos con esa grata sorpresa. Se trataba de un agradable camping situado a unos metros del lago, en el que había varios bungalows. Reservamos para dos noches. Antes de eso estuvimos comiendo un pescado de la zona en un restaurante cercano; una auténtica delicia para nuestras papilas gustativas.
Seguidamente, aprovechamos para darnos un baño en el lago. Nos acabamos metiendo y nos refrescarnos un buen rato. Hacía un clima perfecto, alejado del calor que habíamos pasado. Cuando caía el sol la temperatura comenzaba a descender, llegando a hacer incluso frío. Suerte que llevábamos ropa de abrigo. Con una sudadera y un pantalón largo nos bastó.
Esta calma montenegrina está totalmente relacionada con su historia y su geografía. Se trata de un país completamente rodeado de montañas. De acuerdo a Tamara Djermanovic es “una tierra impenetrable, inconquistable, indomable”. Su pequeño tamaño (600.000 habitantes y 13.800 kilómetros cuadrados, menos que la mitad de Cataluña) le ha permitido aislarse con más facilidad, inclusive en la Guerra de los Balcanes, en la que el país apenas salió perjudicado.
De ahí es conocido el carácter montenegrino. O como dice Jovan Cvijich (un reputado geógrafo serbio) el montenegrino es “de temperamento vivaz, impulsivo y combativo. No aguanta ninguna injustica ni ofensa, siempre dispuesto para la lucha y la venganza”. El montenegrino es principalmente de origen eslavo, de religión cristiana ortodoxa y muy próximo a Serbia. Cabe destacar, además, una característica de este pequeño y desconocido país: su enorme y consolidada afición por el Waterpolo y el Baloncesto, compartida con muchos estados balcánicos.
Sin embargo, Montenegro se independizó de Serbia en 2006, lo que supuso un cambio enorme en todos los sentidos. Desde ese momento, entre otras cosas, su costa se ha convertido en un lugar de vacaciones para los rusos pudientes. Se han construido muchos casinos. A algunos nos sonará de la película Casino Royale de James Bond.
Montenegro obtuvo la membresía en la OTAN en junio de 2017, siendo el 29º país en adherirse a la organización. Una decisión que no sentó bien a Rusia.
En este sentido, Montenegro se ha convertido en un lugar cada vez más turístico. Su costa, de unos 300 kilómetros, es muy parecida a la croata. Gracias a ello ha comenzado a desarrollar sus atractivos. El país resulta más económico y tranquilo que Croacia. A pesar de ello, la costa fue justamente la zona que no visitamos, por cosas de la vida.
Optamos por otro tipo de turismo de parque natural y disfrute montañero. Al estar hospedados en Plužine decidimos hacer alguna excursión por la zona, ya que teníamos un magnífico coche con el que movernos.
Nos dirigimos a la oficina turística tras dar vueltas por el pueblecito durante media hora, preguntando a la gente donde se encontraba. Las indicaciones de los montenegrinos tenían buenas intenciones, pero la comunicación era un grato problema. Pero al final la encontramos. Estuvimos hablando con la trabajadora y nos recomendó algunas hazañas. Definitivamente decidimos ir a visitar unos pequeños lagos a unos kilómetros más allá.
Las peripecias con el BMW fueron de naturaleza épica. Al únicamente funcionar con la tercera marcha, nuestro conductor tenía que hacer triquiñuelas para hacerlo funcionar. Sorprendentemente, la marcha atrás era la que tenía más potencia, por lo que fuimos desde el camping hasta el inicio del pueblo de esa manera, subiendo una empinada cuesta.
Recuerdo la escena con sorpresa y diversión, ya que los montenegrinos nos miraban atónitos, pero a la vez con una seguridad única. Qué bien conducía nuestro amigo francés mediante la marcha atrás.
Emprendimos dirección a los lagos, que se encontraban unos kilómetros al norte, siguiendo la carretera que rodeaba al pantano. Conforme íbamos avanzando, las cuestas iban aumentando y, consecuentemente, el coche sufriendo. Recuerdo especialmente como tomaba las curvas, con unos acelerones dignos de película de acción. Con una técnica muy acurada. Al final llegamos a la zona base para comenzar la ruta caminando, con el coche convaleciente. Aparcamos al borde de la carretera.
Caminamos unos minutos hasta que llegamos a la “zona de control” en la que había un pastor que te cobraba un euro por ir a visitar los lagos, con el objetivo de preservarlos. Pagamos como buenos ciudadanos, al igual que una familia montenegrina que iba delante de nosotros. Eran las 12-13 de la mañana y comenzamos a caminar por los bosques de la zona: preciosos, densos, tranquilos, solitarios y recónditos.
El transcurso de la excursión fue sumamente emocionante, pero también tuvo sus momentos de sufrimiento. Fue una larga caminata, de unas 4-5 horas contando ida y vuelta, en la que también aprovechamos para darnos un baño en ambos lagos y observar la naturaleza virgen. Pero el problema ocurrió por no tener comida en la mochila, lo que al cabo de las horas repercutió en una creciente debilidad física y mental. El alimento es el combustible. Sufrimos un poco de desnutrición.
Llegamos sobre las 18:00 al camping donde dormíamos. Lo primero que hicimos fue ir al puesto de comida que había al lado y pillar todo lo que pudiésemos. Disfrutamos comiendo unos interminables cevapcici.Después de eso, estuvimos jugando un rato a las cartas y seguidamente fuimos a tumbarnos para ver las estrellas. Vimos un par de estrellas fugaces. Me recordó a cuando estuve en Eslovenia.
La paz en Montenegro nos absorbió durante dos días tranquilos e intensos a la vez. Al día siguiente, nos esperaba otro día de viaje. Esta vez solo con nuestro colega francés, debido a que el brasileño se volvía al norte. Nos íbamos a dirigir a la recóndita y desconocida Albania, un mundo totalmente diferente que estábamos ansiosos por descubrir.