Diciembre 2016
No soy un gran experto de temáticas relacionadas con la educación, pero el otro día anduve leyendo un artículo que publicaba la revista New Left Review titulado Seminario vs Mooc. Carlos Spoerhase, profesor de la Humboldt University de Berlín, analiza las raíces históricas de los seminarios para compararlos con una de la nuevas tendencias, el Mooc.
El investigador explica que el seminario supuso una forma novedosa de enseñanza en sus inicios. Según Spoerhase, “en el siglo XIX el término «seminario» designaba una institución compleja, un espacio que posibilitaba la unión de la enseñanza y de la investigación”.
Suponía un contacto intensivo y permanente entre docentes y alumnos, para así desarrollar habilidades y competencias dentro de una comunidad epistemológica, y no únicamente absorber y adquirir conocimiento.
Spoerhase también comenta que los seminarios tuvieron su papel fundamental para “crear diferencias dentro del cuerpo estudiantil”, siendo una medida elitista a la cual solamente podían acceder los alumnos con mejores resultados. “La actividad del seminario obligaba a sus miembros a formarse en tanto que individuos: tenían que desarrollar sus propios intereses, trabajar de manera independiente, inspirarse por sí mismos, es decir, comprometerse con la «investigación».
Recientemente ha nacido el Mooc (Massive Online Open Courses), de acuerdo a Wikipedia “son cursos en línea dirigidos a un amplio número de participantes a través de Internet según el principio de educación abierta y masiva”.
A diferencia del seminario, el Mooc es masivo (gran número de alumnos), abierto (no hay nivel de exigencia intelectual) y no se trata exclusivamente de un curso. También es preciso diferenciar entre un Mooc y un curso en línea.
Entre otras diferencias, mientras que el primero es gratuito, ilimitado en nº de alumnos y enfatiza su colaboración, el segundo requiere el pago de una matrícula, una limitación del nº de alumnos y una atención más personalizada de los docentes.
Carlos Spoerhase explica que “las administraciones universitarias están promocionando intensamente los Mooc debido a su potencial inmenso para recortar costes de personal; dependen en mucha menor medida de la presencia física de los profesores”.
Nos encontramos, pues, con una nueva forma de enseñanza cosmopolita, abierta a todo el mundo independientemente del nivel intelectual y la formación, gratuitos -aparentemente- y sin apenas interactuar con los docentes.
Hace aproximadamente un año hice un Mooc, llamado “Geopolítica y gobernanza global: riesgos y oportunidades” de ESADE. El curso consistía en ver vídeos y hacer pequeños cuestionarios de lo aprendido en ellos, además de hacer algunas lecturas y finalmente realizar un pequeño ensayo final respondiendo a unas preguntas que proponían los directores, mediante un sistema de corrección entre alumnos.
La duración del curso era de cinco semanas y te indicaban aproximadamente las horas que tenías que dedicarle. En general, me resultó un curso muy fácil apto para todos los públicos con cierto interés en relaciones internacionales, aunque la sensación fue de no haber aprendido mucho. Si querías el certificado oficial tenías que pagar 27 euros, el precio estándar de los Moocs.
Existen varias instituciones que ofrecen Moocs y muchísimas universidades están participando en ellas. La más conocida es Coursera, que ya tiene más de quince millones de usuarios. Ofrece Moocs de universidades de renombre como la John Hopkins y Harvard.
Los cursos que ofrecen son variados en cuanto a las temáticas (ingenierías, medio ambiente, programación, humanidades, etc) y en la estructuración de los mismos (duraciones diferentes, evaluaciones diferentes, precios diferentes, etc). A nivel español existe MiriadaX y luego algunas universidades que tienen sus propias aplicaciones para desarrollar los Moocs.
Algún conocido -no recuerdo quién- hace tiempo me dijo que la mejor de aprender es debatiendo. Durante el grado de políticas tuve la sensación de perder muchas horas por clases inútiles, sea por mi poco interés en ciertas materias o por la desmotivación que me provocaban algunos que otros docentes. Aun así, algunas veces preferí tomarme un café -o una cerveza- en la plaza cívica en vez de ir a clase y aprendí con mis colegas debatiendo.
Todos lo sabemos. A veces con una charla con unos colegas puedes aprender más que una clase magistral en la que el alumno queda reducido a cenizas. Este no es el discurso de la universidad de la calle -que lo defiendo-, sino más bien la crítica al sermón como institución.
Aunque con esto tampoco podemos pretender que todas las clases sean 100% participativas y que no se de lugar a la explicación de los docentes. Ahí entraría en juego el seminario, esas clases específicas de debate exclusivo entre alumnos en el que el docente modera.
Y otra cosa sería una clase participativa, en la que se permite al alumno interactuar con el docente, teniendo en cuenta las limitaciones. Imagínate una clase participativa con 500 alumnos, no acabaría nunca. A diferencia del grado, el Máster que estoy cursando en la actualidad es mucho más cercano y participativo. La gente está más por la labor, dispones de más tiempo y los docentes, en general, incitan a la participación.
Mi propia facultad fomenta la innovación en este aspecto, cosa que viví en carne viva. Tal y como explican:
“La idea central es romper con el modelo tradicional en que el profesor explica y los alumnos pasivamente toman apuntes o estudian de power points. Frente al modelo tradicional en que el profesor cubre más temas y más rápido sobre la base de impartir conocimiento, el modelo que se propone permite tratar menos temas pero tratarlos de maneras diferentes y con más profundidad. Si en un semestre hay 14 semanas y cada semana hay 2 sesiones de 2 horas con los estudiantes, la docencia se puede organizar de diferentes maneras. Según cómo se organice, el profesor puede hacer de profesor que imparte el conocimiento a la antigua usanza (que es lo que es más cómodo para profesores y estudiantes) o el profesor puede hacer de guía pero, a la vez, de instructor que anima unas clases en las que los estudiantes llevan a clase el resultado de su actividad fuera de clase.”
Entonces, ¿con qué nos quedamos? Tenemos múltiples herramientas educativas: Moocs, seminarios, cursos en línea, clases participativas, etc. Sabemos que a veces lo mejor es participar, dar tu opinión y debatir, como con la birra de después de clase. Y otras en las que escuchar es más fructífero, como cuando tu abuela te cuenta una historia de supervivencia en la posguerra. Todas las maneras de aprender tienen sus ventajas y sus inconvenientes.
La globalización y la digitalización permite los Moocs y los cursos en línea.
Las preguntas que me formulo son, ¿son útiles los Moocs? ¿es una forma de democratizar la educación? ¿la educación online gratuita nos forma? ¿qué le está pasando a la educación? ¿Son los Moocs públicos o privados? ¿Dónde queda lo público?
Pero fijémonos en una cosa. La universidad pública es cada vez más cara y más precaria. Un colega me pasó el otro día este artículo de El País, titulado “La mayoría de universidades del mundo van a desaparecer”. La “vanguardia” de Sillicon Valley intentando dominar el mundo. Y es que aparentemente cada vez tenemos más información, pero están cada vez más en manos de empresas privadas que solo miran por sus beneficios.