Febrero 2019
Desde mitades del 2017 los georgianos pueden viajar por la zona Schengen sin necesidad de visado.
Se trata de un cambio legal con notables repercusiones para Georgia, un país con el ojo puesto en Europa.
Detrás de todos estos cambios aparecen las consecuencias directas. Me encontraba en febrero tomando un vuelo de Georgian Airways que iba directo de Barcelona a Tbilisi (capital de Georgia). Éste fue inaugurado hace aproximadamente dos años -después del cambio sobre Schengen- y se convertía en el primer vuelo directo entre España y Georgia.
Más adelante, en 2018 se creaba el vuelo directo entre Barcelona y Kutaisi (la segunda ciudad más poblada del país), avión que tomé tres mes más tarde, en mayo.
Los vuelos son grandes indicadores de las relaciones entre países. Se tratan de un indicador geopolítico.
Una nueva línea aérea es un acuerdo empresarial para fomentar el comercio y el turismo, y en muchos casos, la migración. En los últimos años han llegado muchos georgianos a Barcelona y a España, por ejemplo.
Esos dos vuelos que tomé fueron probablemente mi primer contacto directo con la cultura georgiana. Hasta ese momento conocía los aspectos básicos: su capital es Tbilisi, están en el Cáucaso, tienen problemas con Rusia y es el país dónde nació Iosif Stalin.
Georgia es un gran desconocido para el mundo y mucha gente suele confundirlo con el estado norteamericano.
En ese primer y pequeño avión nocturno que tomé dirección Tbilisi aproveché para leer. En esas épocas ya había comenzado a informarme de asuntos caucásicos.
Mi intención era conocer su geografía (sus fronteras, sus montañas, sus salidas al mar, etc.) y su historia (su periodo otomano, su periodo independiente, su momento soviético, etc.) para poder observar la actualidad georgiana con más nitidez.
Kaplan me enseñaba en sus escritos que en los noventa la frontera la cruzabas pagando en negro. También me nutrí de otros autores y viajeros que hablaban de sus anécdotas por esos países, con lo que poco me ayudó a configurar la imagen del Cáucaso, que en primera instancia tiene un significado principal: montañas.
Habiendo estudiado los Balcanes durante dos años, me disponía a descubrir a una zona relativamente “parecida”. Ambas regiones compartían ese crisol cultural y lingüístico acompañado de una gran riqueza material e histórica.
Del mismo modo, también tenían en común ese pasado sangriento y esa dificultad para imaginar un futuro más pacífico.
En los Balcanes el conflicto se basó en la descomposición de Yugoslavia, con en el asunto Bosnio y la relación entre eslavos y albaneses como mayores complicaciones, mientras que en el Cáucaso se basa en la descomposición de la Unión Soviética, y sus problemas derivan de las disputas entre Georgia y Rusia así como entre los armenios y los pueblos túrquicos (Azerbaiyán y Turquía).
La situación actual, en comparación a los años noventa, o incluso en la década de los 2000 con el conflicto de Osetia del Sur, se encuentra relativamente estable.
Rusia sigue ocupando a Abjasia y a Osetia del Sur, ambas provincias de Georgia. Georgia parece estar progresando más pese a sus dificultades.
Por otro lado, la disputa de Nagorno Karabaj, poblado por armenios pero en territorio Azerbaiyano, que sigue siendo un enclave sumamente peligroso.