Julio 2018
Me encontraba paseando por Wall Street y no paraba de pensar en películas. Pequeñas ideas se iluminaban de repente, consecuencia de veinticuatro años consumiendo la industria cultural estadounidense. Me preguntaba a mí mismo si esto es cómo en las películas; y sí, lo es. Todos los tópicos y todas las imágenes que puedas imaginar, de las que prácticamente todos los ciudadanos de occidente -y de gran parte del mundo- han bebido en los últimos 70 años, son de verdad. Es una realidad dolorosa; el pensar que un país ha dictaminado tanto y ha creado un estilo de vida que aún sigue siendo el hegemónico.
La cultura es una base de su poderosa política exterior. En efecto, Estados Unidos sigue siendo una superpotencia en todos los aspectos. Aunque China está creciendo espectacularmente, aún le quedan muchos años para llegar al nivel de los norteamericanos. Y ellos lo saben muy bien. El terrorismo y otras temáticas siguen existiendo en su agenda, pero su futuro rival –y cooperante a la vez-, China, será su principal desafío. Ya estamos en la Nueva Guerra Fría.
Imagínate que eres una persona poderosa y aparece otra que cada vez tiene más poder. El comportamiento natural quizás sería intentar mantenerte en el poder y evitar que esa segunda te destrone. Este ascenso chino lleva a los estadounidenses a delirar. Leyendo la ForeignAffaris o TheAtlantic uno se dará cuenta. Tienen miedo de los chinos, pero tienen medios para jugar sus cartas en el tablero.
Días emocionantes me acompañaban. Afronté el día del vuelo cómo suelo hacerlo: con nervios e insomnio. Realmente no tengo otra manera de hacerlo; el cuerpo y la mente inconscientemente actúan así. Sumándole, además, una ligera resaca que producía un dolor soportable en la sien.
Mi segundo vuelo transatlántico tendría que haberlo afrontado de otra manera, teniendo en cuenta como lo pase en los anteriores. Ocho horas sentado, pero con tu familia alrededor. Mis cascos y móvil no funcionaban bien, así que tuve que apañármelas con agradables conversaciones y con “Identidades asesinas” de Amin Maalaouf. Era sin duda un buen momento para pensar acerca de la identidad, uno de los temas de la actualidad.
El escritor líbano-francés escribió este corto ensayo de apenas 200 páginas en 1999, después de las catástrofes acaecidas desde la caída de la URSS, en la que estallaron conflictos sangrientos motivados, entre otras cosas, por la etnicidad, un componente ubicable en aquello que llamamos “identidad”. En esos momentos, el mundo creía que podía pensar de manera única. Es decir, existía un consenso para abordar los asuntos internacionales.
Pero ese consenso, marcado por ese idealismo propuesto por Estados Unidos, estalló en 2001 con el ataque terrorista a las Torres Gemelas en Nueva York. La ciudad alberga un imponente memorial en el lugar de los atentados. Unas enormes fuentes cuadradas, con los nombres de los muertos esculpidos en sus bordes. Justo al lado está el museo del 11 de Septiembre, en el que por 20 dólares puedes acceder a ver una visita histórica de lo sucedido. Seguramente, la identidad del mundo cambió en ese momento, cuando oficialmente se comenzó la guerra contra el terrorismo internacional.
La identidad es también especialmente importante en un país como Estados Unidos, fundado por inmigrantes alemanes, ingleses, irlandeses y de diferentes países. La historia de este país es posiblemente una de las más increíbles. Recientes pero muy intensas. De aquellos momentos con Madison y Jefferson, de la Revolución americana, del esclavismo, de la guerra del norte contra el sur, de las voces que alertaban en Europa de una tierra nueva llena de oportunidades, de la guerra con México y los indígenas
La identidad americana hoy en día es consecuencia de todo eso. De mantener el american way of life, es decir, su sistema: la sociedad de consumo. Bajo los pilares de la libertad económica y la protección de su país han creado el mundo a su parecer. Imperialismos y conquistas que aún siguen vigentes, bases militares y productos alrededor del globo.
Lo internacional caracteriza a lo estadounidense. Esa multiculturalidad –relativa- y diversidad –relativa también- que habita en Estados Unidos; ese gran nacionalismo que considera a su país y su legado lo mejor, lo más legítimo y lícito. Los encargados de provocar la guerra y a la vez mantener la paz.
Estando en Washington me compré por primera vez la revista Foreign Affairs, la publicación más influyente del mundo en política exterior y visión norteamericana del mundo. En dicho número me llamó la atención especialmente un artículo de Amy Chua llamado “Tribal World”, en el que hablaba de la importancia de los grupos/tribus en las identidades modernas, y que además se estaban acentuando con la globalización.
Ponía el ejemplo de un experimento científico basado en que a varios niños les asignaban aleatoriamente camisetas de color azul y rojo. Seguidamente, los investigadores mostraban imágenes de otros niños –con camisetas azules o rojas- y les pedían que escogiesen las que más le gustaba, en la que todos los niños apostaban por la de su propio color. Una respuesta lógica en primera instancia. Este pequeño experimento quería mostrar la importancia del grupo como identificación social, ya desde una edad temprana y no solamente en la edad adolescente.
El nuevo debate que recorre los círculos estadounidenses, del que se culpa al populismo, va en relación justamente a esto, en cómo interactúan hoy en día los clivajes clásicos (izquierda-derecha, campo-ciudad, etc.). Es decir, el debate cada vez más se centra en una cuestión identitaria, en el que la ideología, entendida principalmente desde el eje izquierda y derecha, queda en segundo plano.
En “Against Identity Politics”, resumen del nuevo libro que está preparando Fukuyama, se muestran todos estos argumentos, en el que se demanda por una mayor unificación política, a la vez que una lucha racional contra los populismos. Recientemente, Fukuyama afirmó que Marx podía volver.
En Estados Unidos, añadido a la sociedad del espectáculo, la polarización es evidente, con varios ejes –muchos de ellos ligados a la identidad- en disputa: demócratas versus republicanos, blancos versus multiculturales, hombres contra mujeres, campo versus ciudad…. La “Identity Politics” ya nos está afectando a todos. Pero que el color de tu camiseta no te determine tanto, por favor.
La frontera de Estados Unidos no la pasa cualquiera. Recientemente, Trump prohibió la entrada a gente proveniente de siete países: Corea del Norte, Siria, Libia, Irán, Yemen, Somalia y Venezuela.
Para una familia proveniente de España con pretensiones turísticas la entrada al país no fue complicada, a pesar de los mitos. Te hacen las típicas preguntas, pero no la clásica de “¿Vas a matar al presidente de Estados Unidos?” que le hicieron a mi padre hace 25 años. Los contactos con el acento americano también se notaron. Acostumbrado a lo escocés y a su educación, esa manera de expresar las cosas a lo americano me chocó.
Al pasar la frontera se notaba ya esa publicidad incipiente que te come, con carteles enormes y luminosos, expresados en cientos de idiomas. Un sistema muy penetrante que dejaba atónito. Al llegar al vestíbulo, fuimos a pedir un taxi para que nos dejase en el barrio de Harlem, donde habíamos alquilado un piso. El taxista pronuncia “Manharan” en vez de “Manhattan”.
Millones de personas concentradas en una gigante megalópolis. Bienvenidos a Nueva York, la ciudad que nunca duerme. Las referencias cinematográficas eran constantes y el trayecto a casa fue lo más puro Blade Runner. Siempre me han gustado, o por lo menos sorprendido, esas ciudades que desprenden una esencia apocalíptica y que te dicen abiertamente “todo vale”. Mientras tengas dinero, todo está dicho.
El taxista nos dejó en Harlem, donde se notaba un ambiente muy latino. Llovía a raudales y los propietarios del piso no llegaban, hasta que finalmente nos atendió otro hombre con acento ruso y nos subió al apartamento. Lo de que Nueva York nunca duerme es literal. Calor, mosquitos y música a toda pastilla de bolivianos, que a las seis de la mañana de JetLag se hacía bastante insoportable.