Noviembre 2017
El periodista británico John Carlin, asentado en España desde hace décadas, fue despedido recientemente de El País por no seguir la línea editorial del periódico.
Unas semanas más tarde Carlin ha comenzado a escribir para La Vanguardia, con una columna llamada “Desde Londres con amor”, en la que relata su amor hacia España pero también sus discordancias por la actitud del Estado español frente a los desafíos a su soberanía territorial que le acechan.
Tan solo unas horas después, Nacho Torreblanca, jefe de opinión del país, publicó una respuesta indirecta a Carlin mediante el título de “Anglocondescencia”. En dicha columna se hace alusión al constante paternalismo que se hace desde el mundo anglosajón –Estados Unidos y Reino Unido principalmente- hacia la tardía democracia española. Incluso lo llama “orientalismo aplicado al sur de Europa” y dice “sentimos haberos decepcionado. Pero a lo mejor es que nos hemos hecho mayores y nos hemos cansado de lecciones.”
Es decir, El País, el diario más poderoso y con más proyección internacional de España se ha mostrado totalmente crítico con el independentismo catalán. Cada editorial o incluso alguna tribuna que leía de El País era una razón más para no seguirlo leyendo. Se atreven a decir que tanto Reino Unido como Estados Unidos tienen “un grosero reality populista protagonizado por las derechas más rancias, los políticos más mediocres y los medios más mentirosos”.
Como cualquiera conectado a las redes, El País ha sido víctima y verdugo de las paparruchas que nos han inundado estos dos últimos meses. La acusación de El País y, en general, de los partidos que están en contra del independentismo, a la visión que ha ofrecido la prensa internacional es cínica y alejada de la realidad.
Todo era una conspiración que apoyaba a los catalanes a conseguir sus fines, ayudado por los hackers rusos y la mosca cojonera de la política internacional llamada Vladimir Putin. El relato independentista sobre la represión caló de lleno en muchas mentes a lo largo del mundo y, lógicamente, causó rabia y estupor.
La prensa internacional legitimó, en cierta manera, a la causa democrática independentista. ¿Cómo un estado democrático enviaba a las policía a evitar que se votase? La prensa se hizo eco y captó los golpes de los guardias civiles y los policías nacionales.
Sabiendo en el mundo en el que vivimos, en el que internet es un poderoso medio de propaganda, ¿por qué se sorprendían los políticos españoles y negaban constantemente las realidades? El gobierno negó la represión mientras se publicaban vídeos e imágenes.
Allí es cuando la tesis de Carlin, representando a eso llamado “prensa internacional”, marca el gol sin estar en fuera de juego. ¿Cómo una democracia “joven” cómo la española no acepta una solución política al conflicto? Es decir, el objetivo de los independentistas era conseguir un referéndum legal y pactado con el Estado siguiendo los pasos del Quebec y Escocia.
Y este objetivo también era el objetivo del famoso 80% de la sociedad catalana que quería decidir las cosas votando. El Estado español siempre ha tenido miedo a celebrar un referéndum en Cataluña, pero, ¿a qué se debe y por qué los políticos son tan reacios a ello?
Nacho Torreblanca, amparado en el relato europeo de la paradójica lucha contra los nacionalismos que dividieron al continente (sobre los nacionalismos intentaré escribir otro día), se muestra patriótico y orgulloso de la actitud del Estado español frente al independentismo.
Pero lo que deberíamos saber es que, la retórica populista y autoritaria bebe, con mucha más intensidad y magnitud a nivel mundial, de la fuente del nacionalismo céntrico (en este caso, el nacionalismo español) y no de los nacionalismos periféricos. La ola autoritaria que acarrea al mundo ocurre en Estados Unidos y en el Reino Unido, en Francia y en Alemania, y también, cada vez con más intensidad, en España, con el mayor ejemplo de la represión hacia el independentismo.