El choque de civilizaciones (1996) de Samuel Huntington: ¿un mundo guiado por la cultura?

Julio 2020

Conocí esta tesis en la facultad de Políticas de la Universitat Autònoma de Barcelona, donde estudiaba. Me sorprendió por la polémica que suscitaba, por el debate y la crítica que generaba, por su énfasis en el choque en vez de en el diálogo. La palabra choque es peligrosa de por sí; es negativa y conflictiva, es el mundo no deseado. Pero una cosa es nuestra simpatía por el cambio, por el diálogo y por la fraternidad entre pueblos y religiones, y otra es la compleja realidad internacional, conflictiva, cruda, realista y guerrera en ocasiones.

Es por ello que en esta pequeña reseña hago más una descripción de este complejo libro que no una crítica: me dedico a relatar los hechos con algunas apreciaciones. Me atrevería a decir que la gran mayoría de personas –en las cuales me incluía que critican la idea del choque no la han leído, o lo han hecho de una manera superficial. Mi objetivo es entender un poco mejor el mundo, y el choque de civilizaciones es otra interpretación más. Frente a las críticas, me gustaría remarcar que no se debe de tomar a esta tesis como el único factor explicativo de las dinámicas internacionales; es un marco de análisis y no una teoría determinista, al igual que el fin de la historia.

Huntington habla claro: Occidente está en decadencia desde hace 100 años y hay otras civilizaciones que le plantan cara. Es por ello que Occidente debe seguir creyendo en su Civilización y aceptar que ya no domina el mundo. Solo podrá entender el mundo y sobrevivir a través de la aceptación de que un mundo multicivilizacional es conflictivo y produce choques.

Es un libro largo, complejo, con muchos datos, gráficos, teorías, citas…

El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (1996) –que inicialmente apareció como artículo en la prestigiosa Foreign Affairs en el 1993– del académico estadounidense Samuel P. Huntington es, posiblemente, el libro de política internacional más influyente de los últimos tiempos.

El choque es un modelo excelentemente detallado y documentado para entender la política internacional actual, es decir, el mundo de la postguerra fría (desde la caída del muro en adelante). Su argumento principal es que la cultura de las civilizaciones –principalmente marcada por la religión y la lengua– es, como diría Marx, el motor –actual– de la historia. Así pues, este paradigma se aleja del realismo, del liberalismo y del marxismo y se centra en el factor civilizatorio.

Para Huntington, es imprescindible disponer de teorías que nos faciliten la comprensión del mundo, y en su caso de estudio, las civilizaciones son las máximas expresiones de organización humana; explica el autor que “el mundo solo puede ordenarse a través de las civilizaciones, no hay intereses en seguridad a escala planetaria” y que “las civilizaciones son las últimas tribus humanas y el choque de civilizaciones es un conflicto tribal a escala planetaria”.

El mundo actual que describe Huntington me recordó al de las esferas de influencia, parecido al de los imperialismos previos a la Primera Guerra Mundial. En la actualidad la guerra abierta entre las grandes civilizaciones parece estar lejos, aunque no se la descarta; en cambio, el choque está muy presente.

En la primera parte del libro, Huntington hace un estudio de las diferentes civilizaciones a lo largo de la historia, y explica que la sangre, la lengua, la religión y la forma de vida ya servían de diferenciadores en un pasado lejano. De acuerdo a su análisis, en la actualidad existen ocho civilizaciones principales: la Sínica, la Japonesa, la Hindú, la Islámica, la Ortodoxa, la Occidental, la Latinoamericana y la Subsahariana.

¿Cómo se llevan las civilizaciones?
Cuanto más gruesa es la línea, más conflictiva es la relación

Según Huntington, cada civilización tiene un “estado central”, una nación líder. Así como China, Japón, la India, Rusia, Estados Unidos y Sudáfrica son los estados centrales de sus respectivas civilizaciones, en la Islámica no existe un “estado central”, lo que le convierte en un caso paradójico, en el que hay  “una conciencia común (Ummah) pero sin cohesión”; no hay una potencia líder islámica y, además, hay conflictos entre Chiitas y Sunitas. Leyendo el libro me sorprendió la clarividencia con la que el autor pronosticó el papel de Turquía como potencia de futuro. Huntington dice lo siguiente: “Exigiría un líder del calibre de Atatürk, que combinara legitimidad religiosa y política, para hacer que Turquía deje de ser un país desgarrado y se convierta en un estado central”. Y la situación actual es parecida.

En la civilización latinoamericana tampoco existe un “estado central”, debido, entre otras cosas, a que Brasil, el país más poderoso, habla portugués en vez de español. Y en la civilización subsahariana el “estado central” es Sudáfrica, pero con la emergencia de Nigeria, Etiopía y Kenia.

También existen los llamados “estados escindidos”, que contienen varias civilizaciones en sus fronteras, con el claro ejemplo de la extinta Yugoslavia, dividida entre católicos, ortodoxos y musulmanes. Los “estados escindidos” muestran choques civilizatorios, como en Ucrania, donde se enfrentan Occidente y la Ortodoxia, o Etiopía, entre la civilización Islámica y la Subsahariana.

Siguiendo con la clasificación, el mundo actual presenta además “países aislados” como Japón, Israel o Haití, y “países desgarrados”, aquellos que han tratado de hacer un cambio civilizatorio; Rusia y Turquía, en su tira y afloja con Europa; Australia, por su interés económico en Asia; y México, por su relación con Estados Unidos.

La decadencia de Occidente

Occidente, la civilización que ha dominado la historia de los últimos 500 años –mediante la colonización, la pax británica, la pax americana y finalmente el mundo de la postguerra fría– se encuentra en decadencia. Su poder empezó a decrecer a partir de principios del siglo XX, pero es ahora, a inicios del XXI, cuando estos efectos son más palpables. El crepúsculo de Occidente es un proceso lento e irregular.

Occidente trató de ser una civilización universal y responsabilizó al hombre blanco de tal acometido, pero olvidó que vivía en un mundo multicivilizacional. El problema recae justamente allí: Occidente se trata de una civilización única, que no universal. Los no occidentales ven como occidental lo que Occidente ve como universal; lo que los occidentales ven como integración, los otros lo ven como imperialismo.

El mundo es cada vez más universal y la idea de la civilización cada vez está más presente, con la religión y la lengua como sus dos aspectos esenciales. En la actualidad, el cristianismo es mayoritario en el mundo, pero su competidor, el islam, crece más deprisa y pronto le superará. Estas dos religiones tienen vocación de expansión y proselitismo. ¿Qué pasará entre ellas?

Respecto a la lengua, el inglés es ante todo una herramienta para comunicarse. El inglés se indigeniza; por hablarlo uno no se vuelve occidental. El inglés se usa más internacionalmente, pero nacionalmente la lengua autóctona se vuelve más poderosa. Pese a que el tiempo y el espacio se compriman, y las mercancías y las personas se muevan con más facilidad, la globalización provoca una reafirmación cultural.

Huntington remarca que el legado de Occidente es la Carta Magna y no el Big Mac; Occidente es el Legado clásico, el Catolicismo y el Protestantismo, las Lenguas europeas, la Separación de la autoridad espiritual y estatal, el Imperio de la ley, el Pluralismo social y el Individualismo.

Históricamente, Occidentalización y Modernización iban de la mano, pero ese consenso ha decaído: la modernidad no se alcanza únicamente con Occidente. “Queremos ser modernos, pero no como vosotros”, resumiría la idea. Un claro ejemplo son los rascacielos de Dubai.

Avanzando más en el análisis, el autor explica los cambios que hubo tras la Segunda Guerra Mundial. En primer lugar, el mundo sufrió un proceso de indigenización, promovida por las olas democráticas del pasado siglo: “la democracia está en conflicto con la occidentalización –explica el autor–, y la democracia es, por su propia naturaleza, un proceso de efectos provincianos, no cosmopolitas. Los políticos ganan elecciones diciendo justamente que son nacionalistas y religiosos”. El debate de la diversidad y las identidades sería la continuación de esta tendencia.

A su vez, dio inicio la “Revancha de Dios”. Mientras que en la primera mitad del siglo XX la religión estaba en proceso de extinción, a partir de la Segunda Guerra Mundial comenzó a satisfacer necesidades debido al masivo proceso de urbanización. Una gran parte del mundo no occidental se modernizó en cincuenta años, mientras que Occidente tardó dos cientos. Esta revancha es una reacción contra el laicismo, el relativismo moral y lo excesos, que promueve más orden, disciplina y trabajo.

Llegados a este punto, en el que Occidente se encuentra en su crepúsculo con un orden internacional cambiante, ¿cuáles son los poderes civilizatorios que provocan el choque?

En primer lugar, el Resurgimiento del Islam, debido a su gran crecimiento demográfico. En el mundo islámico, esta revolución –que guarda similitudes con la Reforma protestante–, ha sido encabezada por las jóvenes clases medias. El proceso de modernización islámico se ha realizado a través de la religión, que ofrece un paraguas a los desarraigados.

En segundo lugar, el crecimiento económico en el este de Asia, con China en cabeza. Asia Oriental se ha convertido en el centro económico del mundo. Mientras que Confuncio antes era visto como uno de los culpables del atraso chino, ahora es el guía espiritual del progreso, un progreso basado en la ética del trabajo, el autoritarismo, la armonía, la familia y la disciplina.

Según Huntington, el choque ocurre principalmente entre Occidente y estas dos civilizaciones, una interacción basada “en el Resurgimiento de un poder y una cultura no occidentales y el choque de pueblos de civilizaciones no occidentales con Occidente y entre sí”. La Occidental, en la que Estado y Religión están separados; la Islámica, en la que la Religión es el Estado; y la China, en la que el Estado es la Religión.

¿Qué teme Occidente?

Explica el autor que “el problema de Occidente con el resto del mundo es la discordancia entre sus esfuerzos –particularmente de Estados Unidos– por promover la cultura occidental universal y su capacidad en decadencia para conseguirlo”. Y mientras tanto, las otras civilizaciones se reafirman culturalmente.

Tras desarrollar sus ideas de la decadencia de Occidente y el resurgimiento de nuevos poderes civilizatorios, ¿qué ocurre en el mundo?

La identidad se convierte en uno de los principales focos del choque –entre el Nosotros y el Ellos–, normalmente vinculada a aspectos religiosos-civilizatorios, con ejemplos como los musulmanes de Bosnia y Chechenia en sus respectivas guerras, que fueron apoyados ampliamente por el mundo musulmán. “La identidad supone el auge de la conciencia de civilización”, explica el autor.

Los países están en búsqueda de la solidaridad civilizatoria; la gente se apoya por civilización. ¿No vivimos acaso algo parecido con los atentados de París de 2015? ¿Por qué notamos tan próximos esos ataques que sufrieron los franceses y en cambio los que ocurren en Afganistán nos dan igual? Se habló mucho del criterio periodístico de la proximidad, pero no igual del factor civilizatorio.

Muchas cuestiones en disputa florecen en el mundo de la postguerra fría, como la proliferación armamentística, los derechos humanos y la democracia y la inmigración, de la cual Huntington dice “si la demografía es el destino, los movimientos de población son el motor de la historia”.

Así pues, el mundo occidental se relaciona principalmente con las civilizaciones “rivales”, la Islámica y la Sínica, y las civilizaciones “oscilantes”, Japón, la India y Rusia, que van variando su «apoyo» a Occidente o a otras civilizaciones. Tanto la civilización Latinoamericana como la Subsahariana quedan muy excluidas del análisis, por su menor importancia en la política internacional actual.

Según Huntington, los conflictos en la política global de civilizaciones se basarán en “líneas de fractura”, que enfrentarán a diferentes civilizaciones –sean de estados vecinos o en los propios estados–. El académico se muestra especialmente escéptico y pesimista respecto a la relación de Occidente con el Islam, arguyendo que el Islam “es la única civilización que ha puesto en duda la supervivencia de Occidente”. Pero ¿es posible enmarcar al Islam como una única civilización teniendo en cuenta las grandes divisiones existentes?

Hace 100 años los musulmanes quedaron bajo dominio occidental, pero ya no. Su resurgimiento religioso, el cambio demográfico y el terrorismo (“el arma de los débiles”) complicarán la relación entre las civilizaciones. Me llamó la atención una cosa que comenta el autor, el hecho de que las sociedades islámicas, al tratarse de sociedades más jóvenes que la gerontocrática Europa, se encuentran en un momento más vigoroso y expansionista.

Por otra parte, la actual Guerra Fría entre China y Estados Unidos confirma muchas de las tesis de Huntington. La guerra es comercial, económica, tecnológica; aún no ha llegado a la guerra abierta; pero el factor civilizatorio está muy presente. China se sigue reafirmando más como confunciana…

En 2020 hay muchas discrepancias sobre sus pronósticos, como por ejemplo la conexión confunciano-islámica, que parece lejos de que ocurra si atendemos a casos como los uigures. ¿Puede la Ruta de la Seda ayudar a potenciar esta compleja relación? Tampoco se le da mucha atención a la cuestión de las rutas de la droga en Latinoamericana y la creciente inmigración a Estados Unidos, o al crecimiento demográfico africano, o a la conflictiva relación actual entre Rusia y Europa occidental…

¿La renovación de Occidente?

El último capítulo de Huntington se basa en una batería de propuestas para afrontar el futuro, incluso explica el desarrollo de una Tercera Guerra Mundial.

Según el, Occidente se está afianzando como civilización; es poco conflictiva entre sus fronteras. Es una civilización madura que no debe creer en la inmortalidad, sino en su supervivencia. Más allá de su decadencia de poder en relación a las otras civilizaciones sufre una decadencia moral, un suicidio cultural y el riesgo de una mayor desunión política. Algunos ejemplos son el aumento de crímenes y consumo de drogas, la desaparición de la estructura familiar, el descenso de la confianza en la gente, la “estudiofobia” y el bajo rendimiento escolar, la falta de trabajo…

El autor se muestra en contra del multiculturalismo de Estados Unidos y Occidente en general, debido a que en un mundo de civilizaciones en que la cultura es lo más importante, conservar la cultura occidental desde Estados Unidos es imprescindible para su propia supervivencia. La propuesta es que los estados occidentales deben conservar su occidentalismo ya que los estados no occidentales también enfatizan sus culturas. Occidente se hace mayor, más conservador, seguramente reafirmará su cristianismo, rechazará a la inmigración y la diversidad se hará más difícil en este mundo cambiante. Veremos cómo sigue afectando el populismo y el nacionalismo al mundo occidental.

Por ello, Huntington, en su propuesta conservadora, hace una llamada al mayor entendimiento de las culturas, a su estudio; a buscar atributos comunes entre las civilizaciones, ampliar valores, instituciones y prácticas. En un orden internacional basado en las civilizaciones, la civilización es la protección más segura contra la guerra mundial.

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