El segundo día fuimos al campo de refugiados, que se encuentra a unos veinte minutos caminando del centro, en una zona industrial. También se puede ir en metro o en autobús. Es el primer campo construido en Atenas y en la Grecia continental y es conocido por ser uno de los mejores en cuanto a condiciones. Al entrar tienes que registrarte por primera vez como voluntario, mostrando tu pasaporte. Seguidamente tienes que firmar cada día en la entrada, aunque realmente el registro diario se basó en un “me suena tu cara y te dejo pasar”. Los funcionarios griegos aburridos nos dejaban pasar fácilmente, solamente diciendo Elea (el nombre de la ONG) ya era sufíciemnte. Se observaba un ambiente de dejadez generalizado en la función pública griega.
De acuerdo al ACNUR, “los refugiados son personas que huyen de conflictos armados o persecución. Para finales del 2015, había 21,3 millones en el mundo. A menudo, su situación es tan peligrosa e intolerable, que cruzan fronteras nacionales para buscar seguridad en países cercanos, y así, ser reconocidos internacionalmente como “refugiados”, con asistencia de los estados, el ACNUR y otras organizaciones. Ellos son reconocidos precisamente porque es demasiado peligroso para ellos el regresar a casa, y necesitan asilo en otros lugares. Estas son personas, a quienes negarles el asilo, puede traerles consecuencias mortales.”
El campo tiene capacidad para unas 1500-2000 personas y en estas épocas está prácticamente al completo, de las cuales un tercio son niños. Hay tres áreas diferenciadas. La entrada y la zona 1, que es espaciosa pero con menos viviendas. La zona 2, que es la más densamente poblada. Y la zona 3, la más descuidada y antiguamente separada. Dentro del campo hay varias carpas grandes para realizar actividades y un campo de fútbol. La gente vive en bungalows de dos habitaciones y un baño. Además, hay bungalows que sirven para guardar material u otras cosas y actividades. Por ejemplo, hay un bungalow que es una oficina para la asignación de ropa y otros que son propiedad de la ONG en la que participé, Project Elea. Otros pertenecen a Naciones Unidas y a la Unión Europea.
Los residentes del campo, dentro de sus limitaciones, pueden emprender y tener sus pequeños negocios. Hay lugares donde tomar cafés, comidas como arroces y falafel y otro tipo de productos a precios módicos, entre 1 y 2 euros. Cada uno se gana la vida como puede y tener un negocio significa renunciar a espacio, teniendo en cuenta el limitado tamaño de los bungalows. También hay calles que tienen una decoración especial, como la Green Street, con una delicada muestra de jardinería.
Dentro del campo hay muchas nacionalidades, no solamente sirios como todo el mundo se piensa. La mayoría son afganos y sirios, pero también hay iraníes, iraquíes, palestinos, pakistanís, sudaneses, malíes, guineanos, congoleños, marroquíes y libaneses, entre otros. Se pueden observar muchas diferencias entre los refugiados, marcados por aspectos geográficos, sociales o religiosos. Pese a que hay un sentimiento de solidaridad colectiva entre todos los refugiados, existen también muchas diferencias entre ellos y algunos tienen más facilidades para salir adelante. Por ejemplo, los derechos de asilo dependen en gran medida de si tu hogar está formalmente en guerra. En este sentido, Alemania tiene una lista de países prioritarios a los cuales permite tramitar el asilo con mucha facilidad.
La sensación, tras el primer día, es que todo depende de un papel llamado pasaporte. La nacionalidad es oro. Para muchos es una ventaja, para otros es una esclavitud. Teóricamente, la función del campo es proveer de vivienda temporal a gente que ha tenido que huir de sus casas, y por ende, estar en un estado de espera eterna hasta que llegue una respuesta que te diga que puedes hacer. La burocracia en Grecia es lenta y desesperanzadora, y el próximo papel que tengas, sea un permiso de trabajo o un pasaporte europeo, será la luz que ilumine.
El principal papel de Project Elea, la ONG que gestiona el voluntariado, es dinamizar, entretener y ofrecer aprendizaje en diferentes materias. Elea es la encargada de dar vida al campo, organizando las actividades del día a día, que se realizan de 14:00 a 21.30 aproximadamente, y que se basan en clases de inglés, karaoke, guardería, servicio de ropa y demás. Los voluntarios, por tanto, se apuntan diariamente a las actividades ofrecidas y participan en ellas. El papel de los voluntarios depende del esfuerzo y la voluntad que uno se ponga.
Hay diferentes tipos de voluntarios. En primer lugar, los que normalmente vienen de países occidentales; y en segundo lugar, aquellos que son refugiados del propio campo o de otros lugares. Estos últimos son imprescindibles. La autoridad moral que pueda tener un occidental es mínima en comparación a la de un voluntario afgano, que habla darí y conoce la cultura. En general, son jóvenes que aprovechan el voluntariado para conocer gente, ampliar ideas y aprender idiomas. Todos los que participan en el voluntariado hablan o comienzan a hablar inglés. La mayoría de estos voluntarios eran persas o afganos, además de algún kurdo, iraquí o sirio. En general, no había problemas entra las dos principales comunidades, sirios y afganos, o resumiendo árabes y descendiente de los persas.
En general me impresionó el papel del inglés -y siento repetirme- como lengua globalizadora. Todos quieren aprender inglés o alemán. También hay algo de interés en otras lenguas como español o francés, y poca pasión por el griego. Muchos de los refugiados no quieren quedarse en Grecia aunque consiguiesen los papeles. Grecia ofrece bondades como el clima, la dieta y el ambiente, pero a nivel de avanzar socialmente y laboralmente genera pocas esperanzas, y los refugiados buscan países donde empezar una nueva vida, que son en general los países del norte de Europa.
En el campo hay mucha actividad. Siempre hay niños dando vueltas, carros pasando constantemente y gente paseando. Pero lo cierto es que la mayoría de gente no sale mucho de casa y no participa en las actividades que se ofrecen. Muchos están hartos o deprimidos y apenas salen de casa. De vez en cuando se ven situaciones esperanzadoras, como cuando una familia se despidió del campo porque había conseguido los papeles para Alemania; hubo una emotiva despedida. Un futuro les espera en otro país. Sin embargo, había gente que a pesar de tener los papeles sigue en el campo debido a otros condicionantes. ¿Qué pueden hacer? me preguntaba. Aunque puedas conseguir los papeles, la vida no está necesariamente resuelta.
Durante mi primer día estuve haciendo el servicio de ropa, que consistía en que la gente pasaba a recoger la ropa que necesita mediante una cita dada un mes antes. Una vez llegan, pueden escoger una prenda para cada parte del cuerpo, una vez al mes, para cada miembro de su bungalow. Era difícil de gestionar debido a que no se puede ejercer un control tácito y hay una barrera lingüística y cultural, pero aun así, funcionaba bastante bien. Unas señoras griegas me advertían, con un pronunciado mal humor, que debía estar al tanto porque las mujeres cogían más ropa de la que debían. Pero ¿qué debía hacer?