Agosto 2015
Llegar a Eslovenia desde Budapest fue una pequeña odisea. La estación central de Budapest estaba lleno de refugiados recién llegados. Recuerdo con estupor esa situación. En principio desde allí salía nuestro tren, pero veinte minutos antes nos dimos cuenta de que estábamos confundidos. Rápidamente, tomamos el metro y fuimos a la estación correspondiente.
Este tren fue el más largo de todo el viaje por Europa, ya que nos tomó unas once horas. Nuestra inocencia pecó y pensábamos que debíamos estar atentos a la parada Liubliana, para evitar pasarla de largo. Así que en cada momento que el tren paraba, fuese donde fuese, mirábamos dónde estábamos. No se pudo pegar ojo en toda la noche.
Hasta finales del largo trayecto -aunque esta vez con el tren prácticamente vacío y tranquilo- nos enteramos que el tren acababa en Liubliana y que por lo tanto no hacía faltar estar todo el rato al acecho. Mal asunto para nosotros en una noche con un extraño nerviosismo, pero que rápidamente cambió cuando entrábamos en Eslovenia.
El tren seguía el recorrido de un precioso río, rodeado por un denso bosque y un repentino descenso de la temperatura. En ese preciso momento los pasajeros de nuestros alrededores abrieron las ventanas y se pusieron a observar ese magnífico paisaje. Fue posiblemente uno de los momentos más mágicos del viaje.
Finalmente llegamos a Liubliana por la madrugada, e inmediatamente fuimos a un bar a tomar un refrigerio para recuperarnos, y así pensar el próximo paso a tomar.