El caluroso camino hacia Belgrado

Agosto 2017

Hacía un calor abrumador. Nos quedaba poca agua y estábamos a cuarenta grados, cargando las mochilas, sudando como cerdos y esperando –o buscando- la hospitalidad de algún coche. Casi deshidratados, en un arrebato de supervivencia, fuimos a pedir agua a una de las casas que habían por el camino. 

  • David, ve a pedir agua a esa casa. A ver si hay suerte.
  • (Va caminando hacia allí). Joder, hay perros. No sé si debería acercarme.
  • Da igual, no te harán nada. Te espero aquí.

Una amable abuelita nos rellenó la botella y nos regaló otra. A veces, la hospitalidad se tiene que buscar. No vendrá por sí sola. Entonces la otra persona reaccionará y decidirá ayudarte, de manera desinteresada. ¿Qué le podría llevar a la abuelita no dar agua a dos jóvenes casi desfallecidos? Nada. El ser humano, por lo general, intenta ayudar a su prójimo. Siendo solidario, es decir, ayudándose horizontalmente.

El norte de Serbia se llama Voivodina (jefe de guerra en serbio) y es la región más próspera del país, con un nivel de desarrollo parecido a Croacia y Hungría. Su capital es Novi Sad, la segunda ciudad más grande del país tras Belgrado. Es habitada por una gran cantidad de húngaros (aproximadamente 300.000, el 14,3%) y conocida por ser el “granero” de Serbia, donde se producían una gran cantidad de alimentos (el 80% de los cereales del país).

En un pasado formó parte del Imperio Austro-Húngaro y de muchos más países e imperios, por lo que durante ciertos momentos de la historia no ha estado siempre con Serbia. Durante la época Yugoslava mantenía el estatus de provincia autónoma de Serbia, un estatus inferior al de las repúblicas autónomas: Eslovenia, Croacia, Bosnia, Montenegro y Macedonia. La otra provincia autónoma era Kosovo.

Organización territorial en la antigua Yugoslavia
Repúblicas autónomas: Eslovenia, Croacia, Bosnia, Montenegro, Macedonia y SerbiaProvincias autónomas de Serbia: Voivodina y Kosovo
Fuente: soymapas.com

La Voivodina nos pareció desértica a primera vista. Llevábamos caminando prácticamente una hora y media, el sol se iba yendo y nuestras esperanzas caían, aunque el espíritu viajero podía contra todo tipo de adversidades y situaciones. Viendo la situación, estábamos pensando en acampar en algún lugar cercano, por el bosque.

No teníamos dinero serbio ni cajeros para cambiar. No conocíamos nada del lugar, ni si quiera la existencia de ciudades cercanas. La urbe más próxima estaba a 25 kilómetros. Todo eran carreteras rodeadas por cultivos, bosques y casas. Pasaban tractores, bicicletas y algún coche. Llegamos a una gasolinera dónde había sombra.

  • David, voy a ver si encuentro algo en la gasolinera.
  • Okey, me quedo esperando. En cualquier momento podemos tener suerte.

Literalmente, tres minutos más tarde oigo gritos suyos y veo un coche parado y a David negociando con él. Parecía que sí. Victoria. Tras cinco minutos negociando con el taxista, decidió llevarnos gratis hasta Subotica. Estuvimos hablando de varias cosas con él en el trayecto en su cómodo Lancia.

Con un gran parecido físico al padre de mi amigo, hablamos de fútbol y nos dijo que era fan del Athletic de Bilbao porque los jugadores eran originarios del País Vasco. Era serbio de ascendencia croata. Nos dijo literalmente: Croats fascists. La ilusión tras un duro día era obvia. Llegamos por fin a alguna ciudad.

Y esta era Subotica, una gran desconocida, a la cual le acabamos cogiendo bastante cariño. En teoría deberíamos estar ya en Belgrado, pero solamente logramos llegar a Subotica tras un duro día.

Eran las 8 de la tarde y el calor apabullante iba desapareciendo. No teníamos ni dinero ni alojamiento, por lo que sacamos algo de Dinares serbios y pillamos Wi-Fi para encontrar un rincón donde dormir. No había prácticamente nada. Cuatro hostales contados por el precio que estábamos dispuestos a pagar (10-12 euros la noche por persona máximo).

Descubrimos uno que parecía agradable pese a la poca información que tenía. Nos guiamos por el precio. Fuimos hacia allí, alejado del centro y oscureciendo, hasta llegar a la calle donde estaba. Caminamos y no veíamos nada. Nuestra frustración crecía tras un día repleto de emociones. Era casi de noche y vimos salir a una pareja, y se nos ocurrió preguntarles si eso era un hostal. Nos dijeron que sí. Pero es que no había ni un maldito cartel.

La alegría y la tranquilidad llegaron.  Teníamos un lugar para dormir. Hablamos con la mujer que lo regentaba y conseguimos regatearle a veinte euros una habitación con cama de matrimonio y lavabo propio. No hablaba nada de inglés y nos teníamos que basar en señas. Cuando uno quiere entenderse es fácil.

Se trataba de un lindo hostal con un jardín precioso y bien cuidado. Fuimos al súper y probamos la fanta azul shokata, un gran descubrimiento. Me bebí la botella grande entera, necesitaba recuperarme. En el hostal había gente: la pareja de eslovenos, unos viejos y Goran y su familia. Este último fue una de las personas que nos marcó en nuestro viaje.

Goran era un camionero serbio que residía en Moscú con su novia y sus dos hijas de su anterior expareja. Estaba en Subotica de visita familiar. Era un hombre de apariencia dura: físicamente grande, perilla de Heisenberg y repleto de tatuajes barriobajeros. Lo conocimos por la noche mientras cocinaba y su hospitalidad y amabilidad fueron únicas. Mientras cenamos junto a su familia nos ofreció sandía y whisky repetidamente, que lógicamente no pudimos rechazar.

Estábamos exhaustos pero había tiempo para hablar del mundo con un camionero serbio y su novia rusa. Nos metió la sandía en la boca. Nos dio consejos para ir a Belgrado, recomendándonos pillar el tren que iba directo, por unos cinco euros. Nuestra mentalidad, agotada por el calor y sufrimiento, desistió a hacer autostop bajo esas condiciones climáticas. Lo que posiblemente había sido el día más caluroso de nuestras vidas no podía volverse a repetir: no queríamos derretirnos en Serbia. La opción “fácil” y “cómoda” era el tren serbio. Miramos horarios y partía uno a las 12:40 de la mañana.

Nos despertamos y desayunos junto a Goran. Nos invitó a abundante carne con pan y queso. Todo buenísimo. Su dureza se mostraba esta vez mediante el Monster que se bebió para desayunar. No he conocido a nadie con estas costumbres. Estuvimos hablando de Moscú, Rusia, Serbia, Barcelona, etc. Lo gratificante que es el intercambio cultural y lo que puedes llegar a aprender mediante sencillas conversaciones. Preparamos las mochilas y nos dispusimos a partir. Pero Goran no estaba en ese momento y no pudimos despedirnos. Nos supo fatal pero así es la vida.

Salimos dirección a la estación, para sacar el billete que nos llevaría a Belgrado. Tras varios intentos hablando con la mujer de la estación lo conseguimos. Nos esperaban 190 kilómetros que, de acuerdo a los horarios del tren, serían unas 3:30h si todo iba bien y cómodamente, aunque ocurrió exactamente lo contrario. Fue un día casi más duro que el anterior. Nos metimos en el lento tren y no había aire acondicionado en plena ola de calor. Las caras de la gente hablaban por sí solas. El tren iba a 30 km/h.

Por suerte, conocimos a una familia de tinerfeños en el tren del infierno. Que casualmente eran de Tegueste (Tenerife), la ciudad en la que habíamos visitado hace tan solo un año y 2 meses. ¡Del mismo lugar que la familia de mi amigo! Benditas casualidades. Impregnarse de la calma canaria siempre está bien para pasar según qué momentos. Nos hicimos bastante amigos suyos y nos dimos apoyo mutuo en ese duro día.

Cuando llevábamos 2 horas de trayecto el tren se paró repentinamente. Por lo visto, se había quedado sin electricidad y, además, había un incendio enfrente. La gente nos dijo que se trataba de algo normal, que los trenes en serbia no van muy bien. Nosotros esperábamos treinta minutos de espera. Pero acabaron siendo dos horas y media en medio de la nada, en un pueblo serbio a las 15:00 de la tarde. Se desmayó una mujer.

Para hidratarnos, entramos en la casa de la estación, que resultó ser un museo en miniatura. Un calendario de Putin, un mapa en el que no salía ni Montenegro ni Kosovo y una estética yugoslava. Todo el tren llenó su botellita de agua en la casa. Un poco de aire acondicionado no sentaba mal. La desesperación de la situación llevo a cierta gente tomar un bus directo a Belgrado desde allí, pero la mayoría aguantamos hasta que llegamos, tras siete duras horas, a la capital de Serbia y de la antigua Yugoslavia.

Llegamos sobre las 18.00, teniendo en cuenta que habíamos salido del hostal de Budapest el día anterior por la mañana. Un día y medio para llegar a Belgrado. ¿No está mal, no? Aun así, la Odisea no había acabado.

Anochecía y los carteles estaban en cirílico, aunque teníamos una ligera indicación para llegar a casa de Milan (nuestro host en Belgrado) tomar el bus 46 y bajarnos en Zvezdara pijaca. Preguntamos a un chaval que había y casualmente iba a la misma parada. Nos bajamos. Llamamos a Milan. Unos cinco minutos después, apareció. Saludándonos desde el otro extremo de la calle con una sonrisa.  

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