Cataluña y el fin de la historia

Octubre 2017

Todos los grandes libros clásicos del pensamiento social se caracterizan por marcar épocas, generando así nuevas ideas y nuevos debates.

Con el inicio de la posguerra fría se publicaron dos obras –El fin de la historia de Francis Fukuyama en 1992 y El choque de civilizaciones de Samuel Huntington en 1996-  que tuvieron un enorme impacto en las agendas académicas, políticas, económicas y de toda índole.

De manera resumida, podríamos decir el fin de la historia dominó el panorama en los años noventa, tras la caída del comunismo, y el choque de civilizaciones emergió a partir del ataque terrorista a la Torres Gemelas en 2001.

Estas dos obras podríamos enmarcarlas en aquello que se llama “Sociologías de la Globalización”, es decir, todas esas teorías que pretenden explicar los principales acontecimientos mundiales en la era de la globalización. Si Fukuyama aboga por un futuro estable y pacífico mediante la consolidación del capitalismo y de la democracia liberal, Huntington se muestra más pesimista dibujando un mundo caracterizado por los conflictos entre civilizaciones, basados en una diferencia cultural-religiosa.

Más allá de las ideologías, es necesario entender que estas macro teorías son ante todo modelos teóricos. No pretenden –o deberían pretender- dar la respuesta a los problemas del mundo, sino ofrecer herramientas para una mejor comprensión. Lo mismo podríamos decir de la mano invisible de Adam Smith o el capital de Karl Marx. Hoy en día, cada vez son más recurrentes este tipo de macro teorías, como la sociedad líquida de Zygmunt Bauman o la sociedad del riesgo de Ulrich Beck.

Tanto Fukuyama como Huntington parten de una orientación claramente occidentocéntrica. Tradicionalmente, Occidente ha impuesto mediante diversos procesos históricos sus maneras de hacer y pensar, aunque la implantación real ha sido, en muchos casos, desastrosa. El mundo que funcionaría, de manera reduccionista, sería un mundo cristiano, democrático-liberal y con un capitalismo de libre mercado.

¿Qué pasa con los demás entonces? Ni en América Latina, ni en Oriente Medio, ni en el África Subsahariana, ni en el Sudeste Asiático.

La teoría del fin de la historia y la del choque de civilizaciones podrían ser adaptadas a nuestra realidad actual. ¿A qué se debe, por ejemplo, la creciente reacción islamófoba occidental? Podríamos interpretarlo de acuerdo al choque: mundo islámico versus mundo occidental. Hoy en día, parece que Huntington está más de moda.

La retórica del fin de la historia la situaríamos más con el auge del llamado “populismo” y “nacionalismo” en Europa y Estados Unidos. Diversos partidos, desde la izquierda hasta la derecha, han sido llamados populistas, siendo éstos la mayor amenaza para la democracia liberal.

Es decir, más allá del eje izquierda-derecha, se ha añadido uno que aparece de forma vertical: los partidarios o detractores de la globalización. Así pues, tanto el populismo como el nacionalismo serían reacciones a la globalización y amenazas para la democracia liberal y el capitalismo de libre mercado, las dos bazas principales de Fukuyama.

¿Qué tiene que ver Cataluña con esto?

Pues realmente, muchas cosas. Comúnmente, hemos centrado el debate sobre la independencia con argumentos históricos, económicos, culturales, políticos y sentimentales.

Pero uno más obviado, que ha aparecido en escena cuando los actores internacionales se han comenzado a pronunciar y a actuar en el conflicto que acontece en el estado español, es el análisis en relaciones internacionales.

Las doctrinas realistas ven a una violación de soberanía la separación de Cataluña y un debilitamiento internacional. Los neoliberales (hablando en terminología de Relaciones Internacionales) verían un jaque a los mercados y a la Unión Europea. También podríamos estudiar la comunicación acaecida (la diplomacia del tuit, los videos de la represión, etc.) desde una visión constructivista, la amenaza de la separación mediante la teoría de la securitización e incluso visiones más marxistas, que nos permitirían ver elementos de emancipación, autodeterminación, etc.

La llamada “geopolítica”, lógicamente, también es útil. Nos sirve para ver las relaciones entre los recursos, el territorio y los estados, analizando las relaciones entre estados, la consolidación de bloques estratégicos y los intereses en la independencia de Cataluña, por poner un ejemplo.

Todas estas teorías son muy necesarias para comprender lo que está pasando. Sin duda alguna, ya no podríamos decir que lo ocurrido es un conflicto interno. En un territorio como Cataluña es imposible que no intervengan, de manera tenue, actores internacionales. Desde Rusia hasta la Comisión Europea. Desde The Guardian hasta RT actualidad.

El choque de civilizaciones no es muy relevante en el conflicto, pero tiene matices. Cataluña y España no tienen diferenciación étnica ni religiosa, por lo que el problema resulta menor. Pero en Cataluña hay una gran cantidad de musulmanes. Quinientos mil, un 25% de todos los que viven España. La securitización de ciertas élites, sabiendo cómo está Europa frente al terrorismo, está en alerta por Cataluña debido al número de musulmanes y a lo que podría pasar mientras se construye un estado.

Es un tema del que no se habla pero es sin duda alguna mucho más relevante de lo que creemos. El choque de civilizaciones podría aplicarse a más casos: las vallas de Ceuta y Melilla, las migraciones africanas a Europa y el drama de los refugiados. España está miedosa y securitizada frente a problemas externos.

El fin de la historia de momento no ha llegado. De acuerdo a los estándares democráticos, el mundo está sufriendo un retroceso y China, el adalid del sistema autoritario, está resultando ser el modelo exitoso y el abanderado de la globalización.

Esta es la historia que se repite desde hace tiempo y que no paramos de oír: Brexit en Gran Bretaña, Trump en Estados Unidos, Le Pen en Francia, Alternative für Deutschland en Alemania, Orban en Hungría. Mil ejemplos más. Añadiendo también los retos del terrorismo y del nacionalismo. Una Europa -aparentemente unida pero dominada casi exclusivamente por Alemania y Francia- que alenta de los peligros de los nacionalismos que tantas veces han llevado al continente a la Guerra.

Lo que está pasando en Cataluña es el miedo y la incertidumbre de las clásicas élites –socialistas y conservadoras- europeas y españolas, que se están confrontando con unas nuevas élites con otra orientación que plantean desafíos a sus privilegios y a su estatus quo.

España teme a una Yugoslavia 2.0 y Europa también. Las comparaciones son odiosas pero necesarias, y el estado español en este caso juega el papel de Serbia, es decir, el del estado que no quiere descomponerse. Ya que si Cataluña lo consigue, otros lo demandarán. Si Eslovenia y Croacia lo consiguieron, ¿por qué los demás no?

Evidentemente, Yugoslavia y España se parecen bien poco. Y un factor esencial es el interés internacional que había detrás. El nacionalismo serbio, con el afán de conservar su poder, cometió atrocidades. Pero la descomposición estuvo incentivada por Alemania y Estados Unidos principalmente.

En el caso de España no hay actores internacionales poderosos interesados en desestabilizar en exceso. Incluso Rusia, pese a las constantes acusaciones, no tiene tanto interés. En el caso yugoslavo se demuestra que Fukuyama no funciona. Si la democracia liberal traería el progreso, solamente hace falta ver lo que son los Balcanes hoy en día. Los únicos países que avanzan son Croacia y Eslovenia: católicos y en la Unión Europea.

Por todo ello, las ideas de Fukuyama están muy presentes en las élites contrarias a la independencia, que harán lo que sea para frenar a una Europa en descomposición cada vez más autoritaria, en la que la democracia liberal que propugnaban en los clásicos estados-nación está siendo puesta en cuestión por minorías culturales.

Nos aproximamos a un mundo en el que el estado es cada vez es más débil, y por ende, más pequeño y con menos fuerza.

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