Bosnia, territorio de cementerios y heridas abiertas

Agosto 2017

Abandonar Belgrado fue duro debido a las emociones que nos había suscitado. Ya nos habíamos despedido de Milan y teníamos los tickets para el bus dirección Sarajevo, así que agarramos nuestras mochilas, pillamos el bus y nos plantamos en la estación central de Belgrado. Llegamos con antelación para evitar problemas. La sensación era que tras dejar la Unión Europea el “desarrollo” era ligeramente menor, notándose una diferencia entre Serbia y Hungría. Esa palabra me persiguió todo el viaje, a la cual estuve dándole vueltas y  vueltas, más incluso que en el Máster que había cursado con anterioridad.

Mezquita en zona rural

A nivel de percepción, “desarrollo” hace referencia al estado de las infraestructuras, a la tecnología en los sistemas de información y al estado de la gente que ves en la calles. Cosas como la limpieza de las calles y el estado de los edificios, o de poder pagar con tarjeta de crédito y adquirir billetes de tren o bus por Internet. 

A nivel analítico, el desarrollo se convierte en una cuestión mucho más compleja. Por un lado, debemos entenderlo como un conjunto de estadísticas (esperanza de vida, calorías diarias consumidas o acceso a la educación, entre otros). Por otro lado, deberíamos entender que el desarrollo ya no se concibe meramente como crecimiento económico de un estado, si no que se amplía llegando a otras variables (desarrollo medioambiental, por ejemplo) y se profundiza, poniendo el foco en el individuo (desarrollo humano) y no únicamente en el estado.

Así que como vemos, hablar de desarrollo es sumamente complicado y nos permite relativizar acerca de lo supuestamente avanzada que está una sociedad y un sistema.

El choque que íbamos a ver durante el viaje sería bastante grande.  En Serbia, tras cuatro días, tuvimos un problema de esos de “desarrollo”, a los que nos fuimos acostumbrando y tanto nos sirvió para aprender. Al principio los consideras problemas, pero al final representan el gusanillo de viajar a zonas menos desarrolladas.

La situación era la siguiente. Habíamos comprado los tickets. Que por cierto, nos salieron bastante caros (los que más del viaje), alrededor de unos 20-25 euros. Estábamos en la zona de espera y nos decidimos a ir a tomar el bus. Pero resulta que para entrar en el parking de buses tenías que pagar alrededor de 1 euro por persona, y apenas teníamos dinares (moneda serbia). Nos pareció una estafa pero vimos a todo el mundo hacerlo y procedimos. Nos dieron el ticket de entrada y listos. El bus dirección Sarajevo estaba allí aparcado y salía en quince minutos, por lo que teníamos tiempo de sobras.

Fuimos a enseñarle el ticket online que habíamos comprado por Internet al autobusero. Lo vió y nos miró raro. Con sus sesenta años de edad no quería saber nada de móviles. No nos creía y decía que teníamos que sacar los tickets en las taquillas, que eso no le valía. Todo ello hablando mediante señas o chapurreando esperanto.

Una pequeña sensación de pánico nos entró, aunque la calma barrioviajera estaba allí. Hablamos con el guardia que nos había dejado entrar al parking por un euro y fuimos a intentar validarlos. Íbamos a preguntar y cada vez nos mandaban a una taquilla diferente. Primero a información, luego a incidencias y luego a la taquilla 12. Recuerdo ese número.

Al final, tras insistir a tiempo récord, negociar y enfadarnos, conseguimos nuestro ansiado ticket para el conductor. Más aun, tuvimos que pagar, de nuevo y obligatoriamente, por poner las mochilas en el maletero del autobús, ya que iban con seguro. Otro euro más. Así que definitivamente emprendimos el viaje en el solitario bus, en el que había muy poca gente y que tenía una duración de aproximadamente de diez horas.

Nos habían dicho que le llaman “la vomitera”, debido al conjunto de montañas que atraviesa y la elevada posibilidad de vomitar en el trayecto.

Cementerios

Los días de viaje siempre se hacen pesados, pero en la vida del mochilero son muy frecuentes. De hecho, mochilear implica estar siempre con un espíritu nómada, por lo que te acabas acostumbrando y adaptándolo a tu rutina. Diez horas en bus, a vista de un mochilero, es una cifra sin más; sin importancia alguna. Con un poco de música, conversaciones interesantes y disfrutando del paisaje se nos haría más ameno. Al final, el camino y no las metas son lo realmente importante.

Tras abandonar el área metropolitana de Belgrado empezaron los campos y las llanuras, hasta que llegamos a la zona fronteriza, por donde pasaba el río Drina, afluente del río Sava. Al estar en la frontera de Bosnia, nos dieron un papel informativo sobre las cosas prohibidas a hacer en el país, y seguidamente un guardia nos registró las mochilas. Nos hizo gracia la gorra que llevaba el policía bosnio: básica y con el escudo del país. Otras cuestiones a comentar acerca del “desarrollo”.

Tras haber superado la frontera el autobús empezó a adentrarse en la carretera que bordeaba al río, repleta de montañas verdes y unas vistas espectaculares, acompañadas de unas curvas que nos revolvían el estómago. El recibimiento a Bosnia y Herzegovina fue espectacular en términos paisajísticos. Nos dieron ganas de irnos a vivir allí. Se comenzaban a palpar las diferencias con Serbia. Cementerios, muchos cementerios. Iglesias ortodoxas y mezquitas. Restos de disparos y algún edificio destruido. Un ambiente más rural, esquivando vacas y ovejas. Estragos de una reciente guerra sangrienta.

En líneas generales, Bosnia y Hercegovina tiene una historia contemporánea parecida a Serbia, marcada también por el Imperio Otomano. Pero a diferencia de Serbia, Bosnia siempre se caracterizó por ser un territorio más multicultural. Durante los 500 de años del periodo otomano el país sufrió un periodo de modernización económica y política, al igual que una islamización del país. El pacto social que ofrecían los otomanos en sus territorios era justamente ese. 

La vida pública en sus zonas de influencia estaba marcada por la presencia del islam como religión, por lo que si querías acceder a una serie de derechos (cívicos, políticos, sociales, etc), tenías que convertirte al islam. Comenta Tamara Djermanovik, en su libro Viaje a mi país ya inexistente lo siguiente: “Los musulmanes de bosnia, a los que Tito dio el estatus de nación, étnicamente son eslavos que adaptaron la fe musulmana entre los siglos XIV y XVI”. En este sentido, a diferencia de Serbia, el islam penetró con más fuerza que en el resto de pueblos yugoslavos.

Mientras que Eslovenia y Croacia forman parte de una tradición más católica, más latina y más romana en general, Serbia, Macedonia y Montenegro se engloban dentro de una tradición de religión cristiana ortodoxa y heredera de los bizantinos. 

Aunque la gran mayoría de los pueblos sudeslavos tengan orígenes étnicos similares (exceptuando los albaneses), la diferenciación religiosa, auspiciada durante los últimos 500 años, ha generado múltiples controversias. Bosnia, en estos Balcanes diferenciados, se situaba en la mitad.

En Bosnia convivían bosníacos (bosnios musulmanes), serbios (ortodoxos) y croatas (católicos). Así pues, tras los quinientos años de Imperio Otomano en Bosnia y Hercegovina, llegó el Imperio Austro Húngaro en 1878. Seguidamente, llegaron las primeras ideas yugoslavas y la Primera Guerra Mundial.

Anochecía y nos metimos en un valle para llegar a Sarajevo, donde había unas vistas increíbles, hasta que superamos las montañas y, expectantes, llegamos a Sarajevo. El sol bajaba lentamente y nos íbamos adentrando en la ciudad, por uno de los bordes que la rodeaba. Era un mirador constante, un increíble recibimiento a esta ciudad rodeada de montañas.

Se hizo de noche y el bus nos dejó en la ciudad, en una estación de una zona periférica. No teníamos ni idea de cómo llegar al centro, donde estaba el hostal que previamente habíamos consultado por Internet. En la estación conocimos a un francés que nos indicó como ir, tomando un único bus que te dejaba en un lugar céntrico. A todo esto, era de noche y no teníamos ni un marco bosnio (la moneda de allí), por lo que estábamos un poco perdidos.

Aunque ese tipo de situaciones nos encantaba y nos hacía aflorar la mentalidad mochilera, lo que luego apodamos como espíritu balcánico. Así que tomamos el bus, por las afueras de Sarajevo. Sin pagar, obviamente.

  • Es muy complicado que nos pillen. Será como en Belgrado.
  • Tío, como nos van a pillar aquí, en Bosnia.
  • De todas formas no tenemos dinero.
  • Venga, ¡vamos!

Entramos y a los cinco minutos entró un revisor, contra todo pronóstico. Por lo que tuvimos que hacernos los extranjeros perdidos sin un duro. No pasó nada, y a raíz de eso entablamos conversación con un amigable bosnio durante el trayecto. Media hora más tarde, por fin, tras muchas horas deambulando, llegamos al hostal y pudimos relajarnos un rato. Era una casa reconvertida a hostal, custodiada por una pareja de abuelos bosnios con mucho carácter. De hecho, la casa, con un salón repleto de antigüedades, era su antigua vivienda, que sobrevivió intacta a los años de la guerra.

La atmósfera y la vida nocturna que nos había transmitido Sarajevo nos eclipsó, por lo que tras aposentarnos decidimos ir a dar a una vuelta por el centro de la ciudad, y aprovechamos para visitar el famoso barrio turco (Bascarsija) y comer un Cevapcici, la comida típica de los Balcanes (una especie de carne de hamburguesa en forma de salsicha, acompañado de pan turco y cebolla).

Cevapicis!

Visitar Bascarsija fue un experimento y un contraste espectacular, pasando de Europa al mundo musulmán en un periquete. Una pequeña reliquia en el corazón del continente. Artesanía turca, mucho té y café turco, hiyabs y burkas. Una variedad que nos dejó anonadados, una ciudad única que nos enamoró, deparándonos también muchas aventuras y experiencias inolvidables.

Deja un comentario